El PSOE ha contenido los resultados en las elecciones andaluzas de ayer día 25. A pesar de la derrota de los socialistas por el PP de Javier Arenas (50 escaños del PP contra 47 del PSOE) casi es evidente que el Partido popular no gobernará en Andalucia siguiendo con la tradición por el más que posible pacto con IU. Como dice El País, la izquierda vence en Andalucia. Pero es una victoria de la izquierda política más dividida gracias a la confianza sobre el grupo parlamentario IU en la comunidad, que ha doblado su presencia en el mismo, ahora con 12 escaños. Este es un resultado excelente para este partido sin duda y se hace notar cómo la desconfianza lógica hacia la gestión de los socialistas varía el rumbo de los votantes de la izquierda.
Soy partidario de una democracia más plural, porque dos partidos no representa en absoluto la variedad de la sociedad española y mucho menos es práctico y funcional. Es un flaco favor a las ineficiencias de gobiernos y oposiciones que saben su devenir, que tienen la posibilidad de ganar elecciones sin nombrar su programa, tan sólo por el descrédito del adversario, etc. Pero soy consciente de que la dificultad de partidos como IU, en teoría en el mismo arco ideológico que el PSOE, para destacar y medrar en la estructura de la democracia. Es difícil porque para gobernar hace falta un apoyo muy amplio y, en el caso que nos ocupa, partiendo de la base real que IU es minoritario, entonces: quién vote a IU pretenderá que su voto sea útil y sólo es útil si consolida un gobierno. Como es minoritario la forma inmediata de crear gobierno es con la alianza con el PSOE. Los votantes de IU se preguntarán si al final el que tiene la sartén cogida por el mango es el PSOE pues lo podríamos votar directamente a ellos sin pasar por la duda de si pactarán o no. Los más “radicales” o reticentes a la mezcla, esto es casi de puristas, dirán que IU es diferente del PSOE y que pactar es una opción que no se contempla. Se concluye entonces con que gobernará el partido cuya política es la más antagónica del IU aunque ellos mantengan el orgullo de ser originales.
De las dos formas, los partidos pequeños están avocados a seguir siéndolo, como mucho aspirar a convertirse en el partido bisagra. La única forma de ascender es haciendo creer a la gente y que ésta asuma, por supuesto, la dedicación y el convencimiento de apoyar unas ideas y ser coherentes con ellas aunque no valgan en la práctica para los gobiernos y, quizás, ni para tener voto ni voz en la oposición. Los sistemas políticos participativos funcionan bien cuando la gente se implica pero los datos apuntan a todo lo contrario y es que en las elecciones andaluzas la participación ha caído como más de 10 puntos sobre las anteriores de 2008. El dato es escalofriante. Por eso podemos tener democracias creyéndose regímenes semidictatoriales como las de Italia o de Grecia. Aquí, por lo menos, se ha elegido a los gobernantes y ha dado la casualidad de coincidir en el tiempo con una mayoría aplastante de un solo partido pero, insisto, se ha elegido. Aun así, la representación de la ciudadanía real en el parlamento es tan indirecta que, retomando sobre el terreno la cuestión, las relaciones de la ciudadanía con la clase política se hila a base de despropósitos.
Dados los datos de las pésimas elecciones andaluzas, cotejándolos con las pésimas asturianas (en participación sucedió el mismo fenómeno), la instantánea queda de una democracia decadente, sin visos a la recuperación, con poco apoyo real y explícito, a los cuales los gobiernos se la traen al pairo y no sorprende porque la campaña de la UE en pos de usurpar la soberanía de los países está cosechando muchos éxitos; también es el hecho que las mayorías absolutas dejan en la depresión a todos los que piensan de distinta manera a los incontestables gobiernos y también que carecemos de instrumentos reales en el interior del país para combatir la crisis. Entonces, en un país minusválido la política también tiene cierto grado de incapacidad, es normal.