Tres alcaldes de la comarca del Guadalhorce (Málaga) protestan por la extinción, en sus respectivos municipios, de empleos en un organismo de alambicado nombre: UTEDLT, que significa algo así como Unidad territorial de empleo, desarrollo local y tecnológico. No cito sus nombres porque quiero mantener el debate en el terreno de las ideas generales y no en el de las cosas y personas concretas y, además, porque para el caso podrían servir muchos otros ejemplos parecidos. La noticia, en sí, no tiene mayor trascendencia; en España una parte importante de la actividad política consiste en protestar contra alguien; últimamente, contra alguien que decide suprimir un cargo o recortar un gasto. Sin embargo me parece sintomático de un fenómeno más general que afecta a la vida política de España y a su estructura de partidos.
Me explico. Los tres alcaldes pertenezcan al Partido Popular, que se supone un partido de ideas liberal-conservadoras, un partido de la derecha democrática, que tanta y tan ilustre tradición tiene en Europa. Por otro lado, las UTEDLTs son el ejemplo paradigmático de una política de inspiración socialista (digamos socialdemócrata, para no confundirnos con el “socialismo real”) que consiste, básicamente, en dar una solución burocrática a los problemas sociales; en este caso, el problema económico de crear empresas y generar empleo. La mentalidad socialdemócrata prefiere, en lugar de dar facilidades, o al menos no poner trabas, a la iniciativa de la sociedad, crear un organismo que lleve a cabo esta función, un organismo que aumente el tamaño de ese ente terrible y arcano (y necesario) llamado Burocracia. Desde una perspectiva genuinamente liberal estos organismos tendrían que ser suplidos por la iniciativa de la sociedad civil (asociaciones empresariales o fundaciones, por ejemplo) o, simplemente, no existir, porque duplican una función que ya existe en el el Estado (oficinas de empleo estatales y autonómicas, técnicos comerciales, etc.) Que alcaldes del Partidor Popular defiendan esta solución tan inequívocamente burocrática y de raíz socialdemócrata, me afianza en una idea no sé si un tanto pesimista: en España no hay una diferencia sustancial, en cuanto a planteamientos ideológicos y económicos, entre los dos grandes partidos. Ambos son, con pequeños matices diferenciales, partidos socialdemócratas. La socialdemocracia se ha convertido en un discurso tan totalizador, tan “único” que parece que, fuera de ella no hay salvación y se habita en el el más inhóspito desierto ideológico. ¿Cuántos militantes y votantes del Partido Popular podrían leer sin escándalo un libro como Libertad de elegir de Milton y Rose Friedman? Me parece que muy pocos.
Por esta causa, las diferencias se establecen, más que sobre propuestas ideológicas, sobre su relación con respecto al poder (gobierno u oposición, en situación de mayoría o necesitado de acuerdos). Esto es: no se comporta uno en función de lo que es, sino del lugar que ocupa. Si se manda, se inclinará la balanza hacia la diestra y se buscarán el ahorro y el rigor; si se calientan los incómodos asientos de la oposición, se volverá uno más generoso con el dinero público y más reivindicador de la intervención estatal. Hay otro matiz que le da a la cuestión un toque de complicación: queda uno bien predicando el ahorro en el propio nivel de gobierno (municipal, autonómico, provincial), pero siempre se pide el gasto a los del nivel superior. No hay alcalde, con independencia de su filiación política, que no pida siempre más dinero e intervención a la autonomía correspondiente y no hay autonomía que no pida siempre más dinero e intervención al Estado. Se olvida la verdad de perogrullo de que una sola es la caja y una sola es la fuente de los ingresos: la riqueza que genera la sociedad civil.
¿Esto es bueno o malo para nuestra democracia? Pues no lo sé. La Restauración funcionó, desde 1874 hasta la última etapa del reinado de Alfonso XIII, en la que el sistema hace aguas y naufraga, de una forma razonable con unos partidos casi indiferenciados y una alternancia continuista y controlada. La democracia más estable y sólida del mundo, la norteamericana, tiene un sistema donde también las diferencias son mínimas y el sustrato común es máximo.
No es en la “forma” del asunto, sino en la “sustancia” donde veo el verdadero problema. Esa socialdemocracia postulada por casi todo el mundo, ¿es viable y sostenible en la actual situación? Se ha creado una ideología hegemónica desde el punto de vista cultural e inatacable desde el punto de vista moral y, sin embargo, parece que el repertorio de los remedios a nuestros grandes males están en otro sitio.