Sociopolítica

¿Sociedades libres sin individuos libres?

 

INDIVIDUOS LIBRES  PARA SOCIEDADES LIBRES

La cadena de interacción social.

Si nos sinceramos entre nosotros, las gentes que compartimos el interés por la especie humana y el resto de seres vivos, fácilmente admitimos que no es posible formar una sociedad mejor si las gentes no son mejores, empezando por nosotros mismos, pues ¿quién está libre de defectos que no sólo le perjudican en su evolución, sino que además introduce en la cadena de interacción social? Y si seguimos sincerándonos admitimos que para eliminar esos defectos, que pertenecen al lado espiritual de nuestra existencia y por tanto son carencias espirituales, necesitaríamos conocer precisamente  un camino espiritual, y llevarlo a la práctica en nuestra vida cotidiana.

La humanidad en su conjunto estamos muy lejos de tal opción, y esto ha tenido y tiene consecuencias muy graves para cada uno de nosotros, para la madre Tierra y para el resto de seres vivos.

Sin duda la humanidad ha ido degenerando moralmente a medida que pasaron los siglos. Esto no sólo es visible en lo que nos afecta colectivamente por una razón u otra: también es visible en los asuntos relacionados con la moral personal. Una simple reunión de vecinos ya da una idea bastante aproximada de lo que hablamos: priman  desconfianza, desafecto, y mucho yo, yo, yo. Es fácil rastrear eso mismo en cualquier grupo, y hasta  en un partido de fútbol las extraordinarias dosis de violencia preexistente al grito contra el árbitro, o las prolijas discusiones que surgen en los trabajos cuando el pequeño yo cree no estar bien considerado, la proliferación de enfermedades del sistema nervioso, o los conflictos que por esa o parecidas razones surgen  en  la vida de pareja y  la propia familia son buenas muestras de cómo estamos en nuestro interior y de la cantidad de elementos reprimidos que tenemos encerrados en nuestro subconsciente como fantasmas socialmente impresentables pero que salen a la luz cuando tienen oportunidad, a veces sin que seamos conscientes de que estamos bajo su control. Claro es que este fenómeno multiplicado por todos los vecinos de una ciudad imprimen carácter a la ciudad; que multiplicado por todos los ciudadanos de todas las ciudades reflejan el alma de un país. Y si seguimos multiplicando se nos muestra el panorama del mundo en toda su desnudez: está construido a nuestra imagen y semejanza; es nuestra obra.

El alma de la mayoría se halla tan lejos de  los grandes sentimientos que nacen del amor que engendra altruismo, bondad, justicia y unidad, que se puede decir que estamos hablando de una humanidad enferma en su conjunto formada por gentes espiritualmente enfermas en su conjunto.

Son esas gentes recelosas del otro, indiferentes al dolor ajeno, cada cual viviendo encerrado en su pequeño ego y celoso de que nadie pase de la muralla psicológica y física que interpone con el resto de la humanidad, empezando por los más próximos. Este es un retrato robot del mundo actual. Y estas actitudes que manifiestan un espíritu mezquino, conservador, propenso a la envidia  y a la imitación les lleva a aceptar con facilidad los prototipos sociales que se les ofrecen como modelos a imitar por quienes dirigen las mentes colectivas. Por tanto, aspiran a ricos, famosos y agasajados. Y como las mayorías de las gentes quieren ser así, tienen tan poco éxito las proclamas de todo tipo de propuestas revolucionarias que se basen en esa famosa Regla de Oro que exhorta a tratar a los demás como cada uno quiere ser tratado y reclama acciones desinteresadas, solidarias y justas basadas en la práctica de esa Regla de hacer primero a otro lo que uno desea que le hagan a él mismo y no hacer a otro el daño que uno no quiere para sí.

Estas propuestas y otras parecidas son menos aceptadas cuanto más radicales sean reclamando justicia, libertad, unidad, igualdad, o fraternidad.

Y es antes que un problema de conciencia social   existe ese otro problema de conciencia espiritual que se pretende obviar pero que determina las relaciones interpersonales y  finalmente configura el estado del mundo.

Por tanto nos hallamos ante un problema medular. Y es este problema medular sin resolver, esta falta de amor generalizada, este estancamiento evolutivo, lo que explica el inmovilismo general ante tantas guerras, tantos abusos de poder, tantas injusticias y tanta explotación como jamás se ha visto en la historia de este bajo mundo.

Nunca como hoy fueron tan  ricos los más ricos ni tan poderosos los más poderosos. Nunca como hoy estuvimos tantos bajo el yugo de tan pocos. Y si como humanidad les concedemos ese privilegio de aplastar nuestros derechos  y  robar nuestra riqueza colectiva sin apenas resistencia se debe a que la mayoría  ha renunciado a la soberanía personal a favor de quienes así les maltratan en la misma medida que previamente  a la riqueza espiritual que pudiera evitar este drama social y personal en que se ha convertido este Planeta para todas sus criaturas, incluyendo a los animales.

Y esto no es el final, sino la pendiente que lleva al precipicio.

¿En qué medida somos conscientes de este problema? ¿En qué medida son conscientes los  que predican la necesidad de cambios sociales queriendo dejar  a un lado la revolución espiritual personal,  el verdadero motor de cambio del mundo?  Lo que es cierto en todo caso es que despreciar nuestra verdadera  fuerza interna a la hora de proponer cambios sociales es lo mismo que renunciar a ellos, porque ¿cómo se puede construir un rascacielos con ladrillos de arena por bueno que sea el diseño arquitecto?

Si el hombre viejo ha dado lugar a este mundo viejo que agoniza, tal vez es el momento de pensar seriamente en sustituirlo por otro que espera su oportunidad en el interior de cada uno de nosotros. Y de esta elección depende el mundo que queramos para nosotros y para nuestros hijos.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.