La crisis económica amenaza a los más pequeños. El 26,5% de los menores en España experimenta situaciones de pobreza. Una situación que fomenta la desestructuración familiar, y pone en peligro la infancia de cientos de niños.
La infancia es uno de los momentos más importantes de la vida. Nuestra personalidad y nuestros valores dependen de nuestras experiencias, sobre todo durante los primeros años de vida. Es en la familia donde se aprenden e imitan comportamientos. Un núcleo familiar estable es la base de un buen porvenir.
“Si el ser humano es de los seres vivos más vulnerables, en los primeros años es cuando más necesita de esa acogida y ese cariño, si no, ninguno sobreviviríamos”, afirma Pedro Puig, director de Aldeas Infantiles en España. Proteger la infancia de miles de niños es la razón de ser de Aldeas Infantiles. Un proyecto que se extiende desde España hasta África y Centroamérica, con la idea de proporcionar un hogar a niños sin familia o con familias desestructuradas.
El abandono, el maltrato, la explotación infantil y la sobreprotección son las principales amenazas para la infancia. Cualquier fenómeno que impide el crecimiento de los niños y atenta contra su dignidad se considera explotación infantil; desde los niños soldados hasta la falta de un núcleo familiar capaz de inculcar valores a los más pequeños.
La sobreprotección también impide un buen desarrollo y aprendizaje. Equivocarse es importante para aprender. Dar a conocer unos límites y unas normas es básico durante la infancia. Pero también es necesaria cierta libertad. Crecer bajo demasiada autoridad o demasiada protección impide que los niños aprendan a tomar sus propias decisiones.
Gracias a la entrega y generosidad de cientos de voluntarios, es posible encontrar un hogar para cientos de niños sin un núcleo familiar saludable. “Hay muchas formas de familias, y para nosotros es un círculo de personas que se quieren”, explica Pedro Puig. Los voluntarios son mujeres, hombres o matrimonios que renuncian a su modo de vida para acoger a estos pequeños.
Para ser voluntario se necesita vocación. No se trata de un trabajo de ocho horas. Cada voluntario comparte varios años de su vida con los chicos de la aldea. Se convierten en personas de referencia para los niños, fuente de cariño y seguridad. Mientras, los servicios sociales trabajan con las familias biológicas con la idea de que los pequeños puedan regresar con ellas.
Muchos niños abandonados o maltratados se sienten responsables y culpables del fracaso de sus familias. Sentimientos que pueden marcar sus vidas, pero que también pueden superar. “Niños que han estado muy mal sacan fuerzas de lo que han vivido para transformarse”, explica Puig.
En Aldeas Infantiles tratan de explicar a los niños la situación de sus familias, sin idealizarlas ni culpabilizarlas. “Si se idealiza a la familia existe el riesgo de que en el futuro reproduzcan la misma situación, si la culpabilizamos el niño crece odiando”, afirman. En muchas ocasiones, el maltrato es fruto del alcoholismo o de otros trastornos mentales. Explicar a los niños esta realidad les permite entender por qué no pueden vivir con sus familias biológicas.
En Aldeas Infantiles cada familia de acogida tiene un modelo educativo diferente. Cada hogar se rige por sus propias normas. Desde este proyecto se persigue dar un trato individual a cada niño, que se sientan únicos dentro de su nuevo núcleo familiar. Proporcionar a los más pequeños una fuente de cariño y seguridad es apostar por su futuro. Solidaridad, respeto, esfuerzo, cariño son principios básicos que todos deberíamos aprender en nuestra infancia. Dar nuevas oportunidades a los más pequeños debería ser el propósito de toda familia. Mejorar los valores que se transmiten de generación en generación para mejorar nuestro futuro.
Irene Casado Sánchez
Periodista