En cualquier gobierno, cultura, educación –y sanidad pública- deben tener prioridad en relación con las infraestructuras, la defensa, etcétera; no porque estas últimas carezcan de importancia, no –pues sin duda también ayudan a dar cuerpo, seguridad y grandeza a un país-, sino porque al pensar en las políticas de expansión, antes se ha de pasar por la cultura, la educación y la sanidad. “La salud no es todo, pero sin ella todo lo demás es nada”, dijo Schopenhauer. Y Kant, en relación con la educación: “Tan solo por la educación puede el hombre ser hombre. El hombre no es más que la educación hace de él”.
La propuesta es tan sencilla como si midiésemos la salud y la fortaleza de un niño basándonos en una escasa y mal equilibrada alimentación: para conseguir lo primero, antes hay que contar con lo segundo de lo contrario sería algo así como pretender construir una oración gramatical con la ausencia del sujeto agente, o algo parecido.
Antes hablábamos de Kant, pero Unamuno nos propone otro bien de necesidad esencial para cualquier ciudadano; se refiere a la libertad: “La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura”.
Es entonces la cultura en cuyas manos es donde están las herramientas necesarias para ayudar a levantar un país. Pues sin cultura –colegios, universidades y familia- estaríamos construyendo un gigante con pies de barro. O sencillamente empezando la casa por el tejado.
Reclamo, pues, una ética universal; la consecución de un cierto paralelismo entre esta globalización -cada vez más comprensiblemente extendida- y cultura; algo capaz de nivelar los grandes desequilibrios existentes entre los distintos estados. Aunque algo a conseguir no en meses sino en años. Tal vez sean necesarias incluso décadas para disfrutar de los felices resultados nacidos como consecuencia de este proyecto. Por el momento estamos inmersos en la crisis todavía.
Y en toda crisis mundial “juegan” siempre uno o varios culpables, pocos pero agresivos, armados, virtualmente, con cuchillos muy afilados, y actúan de forma que en nada se parece a una guerra-, pero cuentan con suficiente poder para hacer retroceder décadas a un grupo importa de países que, sin beberlo ni comerlo, han destruido el trabajo que ha costó años acabar. Así son las raíces de las crisis económicas. Por lo tanto, hay que vigilar, sin tregua, los puntos más vulnerables donde pueden rebrotar.
Contenidas estas terribles invasiones, y teniendo siempre muy presente que lo más importante es la cultura, podemos entender, por ejemplo, que India, que es independiente del Reino Unido desde 1947, tras una lucha que estuvo marcada, precisamente, por un proceso sin violencia, sea hoy un país emergente –séptimo en extensión y el segundo más poblado del mundo- que, pese a grandes bolsas de pobreza, optó por priorizar la cultura por encima de las infraestructuras.
Y conociendo esto, se me ocurre que, apoyándonos en este ejemplo tan clarificador a la vez que sorprendente, algunos países podrían tomar buena nota de los alcances conseguidos sin necesidad de recortar de manera tan despiadada.
“La cultura es lo que, en la muerte, continúa siendo vida”. Y con esta verdad de André Malraux nos quedamos.