Esclavos de la autoestima.
Somos esclavos de la autoestima por comparar nuestro valor condicionando así nuestra vida y nuestra felicidad.
Cuando nacemos empezamos a recibir información y tener experiencias en este mundo que derivarán en una actitud que irá marcando nuestra vida, según sean éstas y la percepción que tengamos de las mismas, e iremos asentado determinadas creencias.
Lo que vamos absorbiendo y creyendo va determinando nuestra forma de vernos y de vivir.
Pero aprendimos que nuestro valor dependía de lo que pensáramos, sintiéramos, hiciéramos y lo que pensaran los demás de ello de manera que, todo lo que no encajara con las ideas generales estructuradas en la familia y en la sociedad…, (todos vamos arrastrando esa condición) aminoraría o anularía nuestro valor y, por esto, éste no va a determinarse por el simple hecho de “ser”, sino por lo que se demuestre en este mundo que sea igual, o no, a lo que otros juzguen.
Nuestro valor va a ser comparado y juzgado según creencias impuestas derivando en una buena estima o ausencia de esta y así nos convertimos en esclavos de la necesidad de tener autoestima.
Tan incoherente es semejante y extendida creencia como creer que por decir que un vaso es un jarrón va a dejar de ser un vaso. Si es cierto que alguien le puso el nombre de jarrón o de vaso pero desde el primer momento en que se empieza a fabricar ya se sabe lo que va a ser por lo que, aún sin estar terminado, ya se da por hecho lo que es y no se le cuestiona ni juzga por ello.
Por lo tanto, nadie puede dejar de ser lo que realmente es le digan lo que le digan.
Así de incongruentes hemos aprendido a ser y sufrimos por ello sintiendo la autoestima atacada y hundida porque no sabemos con qué compararnos para darnos un valor.
Sucede, entonces, que cuando alguien nos insulta o ataca diciéndonos (por ejemplo): “eres tonto”, “eres un bastardo”, “eres un inculto”, y según la importancia que se le dé a…, si lo aceptamos (compramos la opinión de otros) porque aprendimos a creer que el valor que tenemos nos lo tienen que dar “otros”, estamos constantemente como en una montaña rusa subiendo y bajando nuestro ánimo por tener o dejar de tener estima propia.
Buscamos aprobación, atención, halagos, ser aceptados… y eso nos mantiene jugando en una ruleta llena de casillas con diferentes personajes a los que vamos a intentar reclamar lo que creemos que no tenemos.
Tiramos los dados probando suerte a ver si caen en una casilla con personajes afines que nos aprueben y nos presten atención de tal forma que, si no sucede así, nos arruinamos el ánimo y nos frustramos volviendo a intentarlo de nuevo porque no soportamos perder o no conseguir lo que creemos que necesitamos conseguir.
Entonces seguimos jugando una y otra vez como ludópatas de nuestra propia valoración dependientes de los resultados que tengamos al jugar en esa ruleta y convirtiéndonos, como ya he dicho, en esclavos de nuestra autoestima.
Y todo esto por las creencias…
Ventaja tienen aquí los animales de no depender de ellas y no sufrir sus consecuencias, no necesitar que otro de su misma especie les valore por algo que no sea lo que ya son, menuda incongruencia sería esto…
Podemos reflexionar si deseamos seguir sufriendo ese juego tan absurdo pero que lo tenemos grabado a fuego. No será fácil claro…, nadie aprende por experiencia ajena con lo cual, aunque algunos lo hayan conseguido, eso no implica que los demás también lo hagamos pero siempre podemos cambiar algunas casillas de la ruleta y empezar un juego diferente.
Lo que me ha inspirado para hacer este artículo: https://www.youtube.com/watch?v=3ZBiT7bFLc0