Las diez mayores compañías alimentarias del mundo generan unos 1.100 millones de dólares al día y dan trabajo a cientos de miles de personas. Su repercusión sobre la economía del planeta es transversal pero sus programas de responsabilidad social y de sostenibilidad no parecen estar a la altura de lo que alardean.
Unilever, General Mills, Associated British Foods, Mars, Mondelez International, Danone, Kellogg’s, Nestlé, PepsiCo y Coca-Cola no abordan las principales causas del hambre y la pobreza global. Es la conclusión de un informe de Oxfam Internacional, que analiza la labor de las grandes multinacionales de la alimentación en relación con sus cadenas de suministro.
Las cadenas de suministro son trabajadores nativos que se emplean para beneficio de inmensas multinacionales, gobiernos que permiten a compañías extranjeras la explotación de sus recursos y ciudadanos a cambio de exiguos impuestos, bajos salarios y precarias condiciones laborales. Son grandes empresas que se aprovechan de la riqueza de países empobrecidos para incrementar sus beneficios y sostener el modelo de consumo actual.
Oxfam explica que “a las diez grandes les queda mucho por hacer para lograr un sistema alimentario que garantice que todo el mundo tenga siempre suficiente que comer”, aunque admite “que se han producido algunos avances y compromisos”.
El problema radica en que cerca de 880 millones de habitantes rurales en el planeta dependen de la ganadería. Con menos de un dólar al día para subsistir, la única solución es emplear a los hijos en las arduas tareas del campo, por pequeños que sean. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) destaca que el sector agrícola ocupa al 60% de la población infantil que trabaja en el mundo, estimada en unos 215 millones de niños, según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
La ONU también se ha pronunciado en el tema de la igualdad de género. Las estrategias de seguridad alimentaria son prioritarias para oponerse a restricciones sociales y culturales que impidan la óptima redistribución de los roles de hombres y mujeres. Que la mujer tenga asegurado el derecho a trabajar mano a mano con el hombre es condición sine qua non para garantizar el desarrollo. Según la FAO, respaldar el acceso de la mujer a los recursos agrícolas sacaría del hambre a unos 150 millones de personas.
El asunto de la producción alimentaria es grave, en un contexto donde el respeto a los derechos humanos y al medio ambiente aparece cada vez en más ordenamientos jurídicos. Parece tornarse crítico, cuando las previsiones de crecimiento demográfico prevén que para mediados de siglo haya 9.000 millones de seres humanos. A finales de 2013 se celebrará en Holanda el primer Congreso Internacional sobre Seguridad Alimentaria Global, con el fin de ofrecer distintas visiones y posibles soluciones a la necesidad de alimentar a una población cada más numerosa, de manera sostenible y justa.
En Europa en las últimas semanas existe un problema con la comercialización de carne de caballo, cuyo hallazgo se ha realizado en hamburguesas y productos precocinados. Algunos han puesto el grito en el cielo y se han preocupado por las posibles y nefastas consecuencias para la salud que pueda tener su consumo. Aunque el hecho constituye un fraude ya que se ha vendido como carne de vacuno, no es nociva y nadie parece que vaya a morir intoxicado por comerla.
Así es la contradicción humana. Existen agricultores empobrecidos y ganaderos de países que producen alimentos para otros más poderosos, a cambio de míseros salarios. Existen estados prósperos, con un gran porvenir, subordinados a los intereses de terceros. Mientras unos parecen ahogarse en un vaso de agua, otros no tienen agua con la que hacerlo.
En palabras de Julius Nyerere, difunto Presidente de Tanzania, a ciertos enviados europeos que pretendían entregarle un paquete de ayudas: “No les pedimos que nos echen una mano, basta con que nos quiten el pie de encima”.