Desde hace un tiempo no dejo de recibir, a través de mi correo electrónico, mensajes de distintos remitentes pero con un denominador común: protestas y demostración de que ahí fuera una sociedad tensa y extraviada, se duele con contracturas. Reconozco que también recibo cosas muy interesantes, incluso excitantes.
Como una marea, estos correos vienen reenviados de lector en lector en una progresión que sustituye al: “escucha y cuéntalo” por el: “difúndelo a todos tus contactos”, de manera que es difícil encontrar a un internauta que no haya recibido algo parecido a una carta de un parado, autónomo o acreedor al Presidente o al Alcalde; una lista de despilfarros administrativos y la solución para acabar con ellos de raíz; delaciones desde dentro de los sistemas de asistencia social acerca de los dispendios a cargo de atención a inmigrantes; una lista de agravios comparativos de lo que significa ser español frente a los que no lo son; anuncios de amenazas que nos acechan; parodias de gusto indefinido, etc etc.
¿Es realmente un fenómeno que surge espontáneo entre la gente común?
¿Somos capaces de contrastar tantos detalles como se manejan?
¿No será una intoxicación fríamente calculada? Y si es así, ¿por quién o por quienes?
Es sabido que los gobiernos, mande el que mande, tienen la culpa de todo. Recordemos lo que dicen nuestros primos italianos: -“Piove, piove, ¡Porco Governo!”- haciendo gala de su fina ironía aunque yo creo que se refieren a que les llueven los gobiernos. Y la tienen porque nunca saben mandar como queremos todos y cada uno, es decir, como Dios manda.
En este Estado en el que vivimos, poliédrico e impetuoso, llegar a las manos, lamentablemente, es sólo cuestión de mala digestión, y quizás por una aplicación inconsciente de la autocensura, nos ablandamos sacando la ira secular a cabalgar a lomos de libelos y rumores virtuales, como placebo de la impotencia, que no deja de ser un sarcasmo de la renuncia mal entendida que todos practicamos. Es lo más parecido a tirar la piedra y esconder la mano en el ejercicio de la más sutil prudencia, sabedores de que llegados al final, ya no hay final. Ponernos a reñir no cuesta nada, sólo que nos dejemos calentar la cabeza.
En mi opinión vivimos en estado de hipotermia anímica, con la autoestima por los suelos; lo peor es que tenemos motivos. Los tenemos porque en el fondo nos va la marcha. Actuamos como los chicos que se dedican a tirarse bolitas de papel con un recado acusica escrito dentro. Nos cabreamos mientras nos asaetean las noticias resignándonos cuando acabamos de leerlas. Tenemos motivos para preocuparnos porque despotricar es gratis pero intoxicarse es peligroso y detrás de muchos correos se asoman las patitas de ciertos lobos vestidos de corderos.
Dar cabida a la sensatez siempre fue táctica de sabios. Separar el grano de la paja nunca fue difícil, solo laborioso. Por eso yo recomiendo acercar la nariz a la pantalla del ordenador, a ver qué tufillo sale. No se necesita mucha perspicacia, de verdad.