Un mercado cautivo es un mercado muerto, y una compañía que no se reinventa a sí misma cada día que está operando en su área de actividad es una compañía muerta, así ha sido siempre y así es, sobre todo, en los tiempos actuales, en los tiempos modernos, cuando todo cambia a velocidad de vértigo y la información es absolutamente transparente a todos los consumidores y usuarios.
Ello provoca que la eficiencia sea el modus operandi de las empresas exitosas, mientras que aquellas anquilosadas en el pasado no tienen otra alternativa más que la desaparición. En mis años en el mundo de la empresa he conocido de primera mano casos notables de éxito y otros tantos fracasos estrepitosos, y todos los segundos tuvieron un denominador común, el exceso de aparato burocrático y administrativo que retardaba la toma de decisiones y la inexplicable obsesión de mantener modelos operativos obsoletos.
En estas últimas semanas hemos conocido otra llamativa bancarrota de una empresa de referencia en su sector, como era Spanair, una de las aerolíneas más importantes a nivel europeo, mientras que seguimos asistiendo al crecimiento de otra, que ha entrado en clara colisión con la caída de la primera, como es Ryanair. Spanair no supo adaptarse a los nuevos tiempos y cayó presa de su rigidez, mientras que la segunda hace gala de su eficiencia en virtud de la flexibilidad que ofrece, ajustándose a las necesidades de la demanda, hasta tal punto que los propios trabajadores despechados de Spanair no dudan en tomar Ryanair para sus viajes.
Se puede estar de acuerdo, o no, con los métodos y las condiciones una empresa como Ryanair, pero se trata, sin duda, de un modelo de éxito fundamentado en ofertar aquello que se demanda, dejando atrás el axioma clásico liberal, ya ampliamente superado, de que la oferta crea su propia demanda. Ryanair ha sabido aceptar el reto que las nuevas tecnologías le proponían y ha lanzado una OPA hostil contra todo el poder establecido y, de momento, está saliendo claramente beneficiada.
Y no podemos olvidar, por último, que los que más ganamos con la competitividad y con la lucha entre las empresas somos los consumidores, que obtenemos precios más económicos para los productos y servicios que consumimos, aunque todos sintamos en el alma la pérdida de empleo de nuestros amigos y familiares que trabajaban para estas empresas superadas por los acontecimientos.