En contestación al artículo El movimiento 15-M frente la amenaza del liderismo, el antídoto del método asambleario de Pepe Arrastia, publicado en Rebelión el 24 de junio de 2011, el cual hace una interesante y constructiva crítica de mi artículo #SpanishRevolution 5.0: La importancia de la portavocía, aparecido en el mismo diario el 22 de junio de 2011.
Una vez más, para evitar el posible uso manipulado de este artículo, repito que yo sólo hablo siempre en ni nombre: yo soy tan sólo un indignado más que intenta aportar su granito de arena.
Pepe Arrastia empieza por hacer mención de un debate clásico, que ya tiene muchos años en el seno de la izquierda revolucionaria, en cuanto a la organización. Si, como decía Lenin, la revolución no se hace, sino que se organiza, es obvio que la cuestión organizativa es crucial en todo proceso revolucionario. Ese debate, conviene recordarlo, sigue abierto, no está, ni mucho menos, resuelto. Es más, yo diría que ésta es una de las causas principales de la actual desnudez ideológica de la auténtica izquierda. Mientras no sepamos hacia dónde ir (esto lo tenemos más claro desde hace cierto tiempo) y sobre todo cómo ir (esta cuestión no está tan clara) no podremos llegar a un buen destino, incluso aunque logremos partir, aunque logremos arrancar, aunque empecemos a marchar. Cuando sepamos cómo organizarnos de tal manera que compaginemos eficiencia, coordinación, unidad con libertad, ética y flexibilidad, la revolución será realmente factible. Tal vez no estemos tan lejos de lograrlo. El fin está contenido en los medios, pero el primero no se identifica por completo con los segundos. De lo que se trata es de lograr la manera de organizarnos para luchar contra nuestro enemigo (las clases dominantes, la burguesía fundamentalmente) pero, al mismo tiempo, para evitar que en el seno de nuestras propias filas surja la contrarrevolución. Indudablemente, los peligros que acechan a toda revolución son internos y externos a ésta. No puedo estar más de acuerdo con Pepe, a quien me permitiré tutear desde ahora, cuando denuncia los peligros del burocratismo, inherentes a toda organización. Los liderazgos, indudablemente, son un gran peligro contrarrevolucionario. Precisamente, estoy escribiendo un extenso libro actualmente (que se titulará ¿Reforma o Revolución? Democracia), en el que, entre otras cosas, hablo en profundidad, a la luz de las experiencias prácticas del siglo XX, de estas cuestiones organizativas, ya tratadas en otros libros míos como Los errores de la izquierda, el cual es un extracto de Rumbo a la democracia, y La causa republicana). Precisamente, el movimiento 15-M, potencialmente revolucionario, que me ha pillado por sorpresa (a mí, como a casi todo el mundo) mientras escribía dicho libro, puede aportar soluciones prácticas a esta trascendental cuestión de la organización revolucionaria.
En todo debate entre tendencias contrapuestas (liderazgo frente a horizontalidad, organización frente a espontaneísmo), siempre existe el peligro de caer en alguno de los extremos opuestos, de combatir el blanco con el negro, cuando a lo mejor la solución es cierta combinación entre blanco y negro, cuando a lo mejor de lo que se trata es de llegar a cierto equilibrio. Esto ha ocurrido mucho en la izquierda. Cuando algo es problemático mucha gente siente la tentación de cortar por lo sano y plantear soluciones radicales (pero poco realistas) en cuanto a atajar el mal erradicando lo que lo posibilita, negando su inevitabilidad o necesidad. Por ejemplo, los anarquistas combaten el Estado clasista propugnando la inmediata abolición de todo Estado. Pepe, en esencia, hace lo mismo con el liderazgo, con la representatividad. Á‰l nos resume su postura en el siguiente párrafo:
Se pueden articular mecanismos para contrarrestar este acaparamiento de poder (por ejemplo la rotación, revocabilidad, etc.). Pero la mejor manera de luchar contra el monstruo es acabar con él cuando todavía está dentro del huevo. En este trance se encuentra actualmente el movimiento 15-M.
Según Pepe, lo mejor es impedir que el monstruo salga del huevo, pero, ¿y si no puede evitarse que del huevo salga una criatura? No pueden desdeñarse las experiencias prácticas históricas. Lenin, con su modelo de organización revolucionaria, contribuyó mucho al triunfo (en cuanto al acceso al poder político del proletariado) de la Revolución rusa, hasta ahora el intento más serio de superar el capitalismo. Pero también su modelo de organización (junto con ciertos errores ideológicos profundos, que no pueden analizarse en este artículo) posibilitó el burocratismo y la degeneración de dicha revolución. Tampoco podemos obviar los fracasos de la Comuna de París, de la revolución española de 1936, o del mayo del 68 francés, por poner unos pocos ejemplos de revoluciones de corte más anarquista. Es peligroso el exceso de liderazgo, pero también el excesivo espontaneísmo, el exceso de horizontalidad, la falta de unidad, de coordinación, la dispersión de fuerzas o ideas. Como decía Trotsky: Sin una organización dirigente, la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor. La energía de las masas puede ser raptada por ciertas personas, por ciertas organizaciones, como así ha ocurrido tantas veces, pero también puede disiparse sin llegar a nada, como el vapor, como así ha ocurrido también tantas veces.
En lo que debemos centrarnos es en la manera concreta de organizarnos, no en despreciar todo tipo de organización, no en caer en el culto a la improvisación, a la energía “pura”. La energía, el esfuerzo, de muchos ciudadanos debe canalizarse adecuadamente para que se traduzca en cambios sistémicos concretos suficientes. El pueblo no es nada si no se une. La cuestión clave reside en el cómo, en cómo unirse. No se puede vencer a un enemigo muy organizado sin una organización adecuada, sin claridad de objetivos y estrategias. Una revolución es ante todo una guerra declarada por las masas contra el sistema. Toda guerra tiene sus leyes. No todas las revoluciones son iguales, pero todas ellas tienen algunas características esenciales comunes. Si el pueblo, las clases populares, la mayoría de la sociedad, no es capaz de unirse, es decir, de organizarse para que su lucha se canalice, pero también para que no sea raptada y traicionada por ciertas personas u organizaciones, entonces el pueblo nunca logrará emanciparse.
Centrándonos en la cuestión de la portavocía, la cual, como bien apreció Pepe, está muy relacionada con esas cuestiones generales de la organización revolucionaria, el primer error que comete nuestro compañero consiste en afirmar, o dar a entender, que la portavocía surge exclusivamente por el afán de protagonismo de ciertas personas. Para él no cuenta el hecho de que unas personas se implican más que otras, tienen más iniciativa que otras, de que unas personas están más conscientes que otras, de que a unas personas se les da mejor hacer ciertas cosas que a otras, como organizar o hablar en público. Para él no existe el hecho de que es imposible que todas las personas que participan en una empresa común lo hagan siempre por igual, que hablen todas siempre en todo tipo de acontecimientos. ¿Alguien se imagina una manifestación cuyo manifiesto sea leído simultáneamente por todos sus manifestantes? Para Pepe quien asume más protagonismo lo hace para tener más poder, para realzar su ego. Evidentemente, hay gente que actúa así, pero no toda. No cabe duda de que el podrido sistema político actual nos hace pensar rápidamente a todos que quien asume más protagonismo en determinado momento es sospechoso.
Este error de Pepe es más grave de lo que parece a primera vista porque de él se derivan todos los demás. Al despreciar la necesidad objetiva de que haya portavocía, Pepe nos intenta convencer de su inutilidad. Para él la portavocía tiene su único origen en que ciertas personas desean asumir un protagonismo que no les corresponde: Es cierto que siempre aparecerán individuos ávidos de popularidad y dispuestos a arrogarse una representatividad que nadie les ha otorgado, como ya he expuesto, no es sino una tendencia inherente en cualquier organización. Pero eso no es una virtud, sino un peligro real del que hay que defenderse. ¿Qué es un peligro real? ¿Que alguien se arrogue una representatividad que nadie le ha otorgado, o que alguien tenga alguna representatividad, aunque ésta sí haya sido otorgada por quienes corresponda? Si el peligro es que alguien hable en nombre de otros, sin haber sido designado por éstos, no puedo estar más de acuerdo con Pepe. Pero el problema es que Pepe, por lo que dice en su artículo, da a entender que el peligro no es ya una mala o ilegítima representatividad, sino que la propia representatividad. Porque si lo que él dice es que la representatividad debe ser realmente representativa, yo he dicho esencialmente eso mismo, además de que debe ser eficiente, en el artículo que me critica. Para Pepe la portavocía es algo bueno o malo, no necesario o no. Para él no se trata de una buena o mala portavocía, sino de que la propia portavocía es en sí misma mala, incluso innecesaria. Para él no se trata de luchar contra los peligros de la portavocía, que indudablemente haberlos haylos, y muchos, sino de luchar para evitar cualquier portavocía.
Dice Pepe que el que existan diferentes niveles de compromisos y de capacidades, no puede ser pretexto para ensalzar y agudizar las diferencias, porque ello equivaldría a institucionalizarlas. Francamente, no comprendo muy bien a qué se refiere. ¿No existen ciertas personas que dirigen ya las asambleas populares del 15-M? ¿No tienen ya ellas cierto protagonismo? ¿No es obvio que en cualquier empresa humana hay distintas tareas que realizar? ¿No es obvio que no todos podemos o queremos hacer las mismas tareas? ¿Si ciertas personas tienen más responsabilidades que otras, no es posible controlarlas para que respondan ante los demás? ¿Institucionalizarlas? ¿Niega Pepe toda institución? ¿Son posibles instituciones democráticas? ¿Puede organizarse la sociedad humana al margen de instituciones? ¿Qué entendemos por instituciones? Como vemos, esa frase de Pepe crea más confusión que otra cosa. Sería bueno que nos la aclarase bien.
Tras esta concepción de la revolución que tiene nuestro amigo se esconden ciertas peligrosas tendencias, como ya expliqué en el artículo original, de culto al espontaneísmo, a la horizontalidad, a la democracia directa. Á‰ste es uno de los peligros de la Spanish Revolution, como de cualquier revolución: el pensar que se puede pegar un gran salto brusco, el pensar que puede rehacerse toda la sociedad de la noche a la mañana, que es posible pasar repentinamente, sin una transición, de una sociedad totalmente centralizada (con excesivos liderazgos) a una sociedad totalmente descentralizada (sin liderazgos). Á‰ste es un viejo peligro conocido de toda revolución. Los peligros de las revoluciones son muchos, internos y externos. No sólo hay que luchar contra el enemigo, no sólo hay que luchar contra el burocratismo, también existe el peligro del “izquierdismo”, del utopismo, de pedir demasiadas cosas demasiado pronto, de perder de vista la realidad. Y éste es uno de los muchos peligros del movimiento 15-M. Siempre en toda revolución existe el peligro de ser demasiado realista (en cuanto a pensar que no es posible superar la realidad actual), de ser poco idealista, de ser demasiado reformista, pero también el peligro de ser poco realista (en cuanto a no considerar la realidad actual suficientemente, y por tanto no poder cambiarla), de ser demasiado idealista, demasiado “revolucionario”. Hay que intentar evitar ambos extremos, pues ninguno conduce a la revolución social, como la historia nos ha dicho con contundencia.
La mayor parte de la gente en nuestras sociedades burguesas, clasistas, está acostumbrada, demasiado acostumbrada, a ser apática, a estar dirigida por otras personas, a dejarse llevar. Esto podemos observarlo en las propias filas del movimiento de los indignados, como en cualquier organización o grupo de humanos. Unos toman la iniciativa y otros (la mayoría) se dejan llevar. Á‰sta es una realidad que, nos guste o no, que no nos gusta, no puede ser obviada. Por supuesto que podemos y debemos aprender a no ser ovejas dirigidas por ningún pastor. Á‰ste en verdad es el gran fin de la historia humana, como decía Bakunin, la emancipación social e individual. Pero a los seres humanos, animales de costumbres, nos cuesta cambiar de actitud. Quienes participamos activamente en el movimiento 15-M no somos iguales a muchas personas que aún no lo hacen. Ni siquiera todos los que participamos en el movimiento lo hacemos por igual. En las últimas elecciones municipales mucha gente siguió votando a los grandes partidos. Todavía mucha gente sigue presa del pensamiento único burgués, todavía mucha gente sigue confiando en esta “democracia”, todavía mucha gente sigue “informándose” exclusivamente a través de los medios de desinformación masiva, todavía mucha gente sigue siendo influenciada por los liderazgos, por las portavocías. ¿Está o no está de acuerdo con esto Pepe Arrastia? Porque aquí está el quid de la cuestión, en saber reconocer la realidad objetiva, tal como es, no tal como nos gustaría que fuese.
Nos guste o no, ya hay gente que está hablando ante los grandes medios de comunicación en nombre del movimiento 15-M, o de una parte de él. ¿Qué hacemos frente a esto? ¿No ver, hacer la vista gorda, como hace Pepe? ¿O intentar que lo inevitable se haga de la mejor manera posible para el movimiento? Nos guste o no, hay mucha gente que sólo conoce lo que es el movimiento 15-M a través de los medios de desinformación, que no se acerca a las asambleas o lo hace llena de prejuicios. ¿Tampoco existen los prejuicios en muchos ciudadanos? ¿Cómo los combatimos? Dice Pepe que cualquier medio que desee informar puede acercarse a las asambleas o acceder a sus documentos correspondientes. Cierto. Pero nosotros, quienes somos más conscientes, quienes hemos podido contrastar con la prensa alternativa de Internet, sabemos bien que los grandes medios no desean informar, sólo desean adoctrinar ideológicamente, sutilmente, disimuladamente. Si ellos desean entrevistar a alguien del movimiento, aunque a nosotros no nos guste esa forma de darnos a conocer, ¿qué hacemos? ¿No debemos aprovechar la ocasión para hablar con claridad, elocuencia y contundencia? ¿Debemos dejar que en los grandes medios (vistos por mucha gente, por la mayoría aún) todo el mundo pueda hablar, es decir, tergiversar, mentir, manipular, acerca de nuestro movimiento, sin que nosotros mismos, los protagonistas del movimiento, los indignados, podamos hablar, aclarar, defendernos, desmentir, o atacar, en definitiva, combatir ideológicamente a nuestros enemigos? ¿Debemos acudir al ring ideológico o no? ¿No podemos convencer a muchos conciudadanos si denunciamos en los grandes medios, con un lenguaje sencillo y claro, las carencias de nuestra actual “democracia”, si mencionamos brevemente cómo nuestra actual democracia podría mejorar ostensiblemente? ¿Nos encerramos en nosotros mismos y proclamamos que quien quiera conocer lo que hacemos venga donde estamos nosotros?
Como ya mencioné en el artículo original, lo mejor es que la gente acuda directamente a las asambleas para comprobar de qué se trata, pero mucha gente, presa de prejuicios, de cierta apatía, dominada aún por los grandes medios, no lo hará si en éstos no ve algo que les incite a hacerlo. De aquí la importancia de una buena portavocía. Á‰sta, nos guste o no, es necesaria. Por tanto, debemos hacer que sea la mejor posible, la más eficaz posible. Como ya dije, en las asambleas populares deberían elegirse a las personas más adecuadas para ejercer de portavoces, las cuales deberían ser en todo momento controladas por dichas asambleas, deberían ser revocables y rotatorias. De hecho, ya han habido portavoces de las acampadas que se reunieron a nivel estatal en la Puerta del Sol para coordinarse, lo cual demuestra que las portavocías son inevitables, son una necesidad objetiva de toda organización humana, no es posible, no es operativa si se quiere, la horizontalidad absoluta a todas horas, las asambleas populares donde participen siempre todos los ciudadanos, es necesaria cierta delegación, aunque ésta adopte la forma del federalismo. Los portavoces, tarde o pronto, aparecen. De hecho, ya han surgido al poco de nacer el movimiento horizontal 15-M. Repito: es una necesidad organizativa inevitable. Como mínimo, tal como es hoy el ser humano.
El movimiento de los indignados necesita llegar a la inmensa mayoría de la ciudadanía para hacerse fuerte, para crecer. La revolución debe ser protagonizada por la inmensa mayoría de ciudadanos. Aún no somos la mayoría. Hemos despertado mucha simpatía, algunas encuestas dicen que la mayoría nos apoya, a grandes rasgos, aunque no sepa muy bien todavía lo que realmente reclamamos en concreto, pero aún no somos millones de personas las que acudimos a los actos del 15-M. La rebelión debe traducirse en revolución. No se trata ya sólo de denunciar al sistema actual, sino de transformarlo, de reivindicar, concretando, un nuevo sistema. Debemos lograr todavía que muchos más ciudadanos se sumen activamente a nuestra causa. Y para ello habrá que aprovechar todas las ocasiones que se nos brinde, aunque algunas de ellas no sean las idóneas, las que más nos guste. Tenemos demasiados obstáculos como para permitirnos el lujo de desaprovechar cualquier ocasión que se nos presente y que pueda servir a la causa. A este respecto, me gustaría incluir una cita de Lenin: Aquellos que esperan ver una revolución social ‘pura’ no vivirán para verla. Esas personas prestan un flaco servicio a la revolución al no comprender qué es una revolución. Esto no significa que todo lo dicho y hecho por Lenin vaya a misa (pues cometió también graves errores), pero como uno de los mayores expertos en revoluciones, no en vano él fue uno de los mejores estrategas políticos de la historia, su opinión merece ser tenida en cuenta. Para cambiar la realidad, primero debemos tenerla en cuenta, lo cual no significa rendirle pleitesía. No podemos cambiar la realidad si caemos presos del dogmatismo, sea cual sea éste.
Lo que se desprende del artículo de Pepe Arrastia es cierto utopismo dogmático muy peligroso. Á‰l da a entender que de lo que se trata es de prescindir de la democracia representativa, que basta con la directa. Da a entender que hay que evitar toda representatividad, y por tanto toda portavocía. Este tema es otro de los peligros de esta incipiente revolución. Por un lado, existe el peligro de que el movimiento 15-M se quede corto, de que se propugnen cambios insuficientes (con lo cual lograríamos bien poco, perpetuaríamos el sistema, en esencia), pero también tenemos el peligro opuesto, de que al pedir demasiado no logremos nada, de que al correr demasiado nos peguemos el trompazo. Existe cierta tendencia dentro del movimiento 15-M a pensar que puede construirse un Estado dentro de otro Estado, mejor dicho, una sociedad dentro de otra. Bien, como la historia ha demostrado, la burguesía esto nunca lo permite. Algunos indignados piensan que ahora es posible prescindir de las instituciones democráticas y crear todo un mundo nuevo en las calles exclusivamente, un mundo apartado del resto, pero dentro de él. Al Estado burgués no le preocuparía tanto que unos cuantos comuneros se aislaran en un pueblo o en el campo para crear sus propios modos de convivencia anecdóticos (siempre que su interacción con el mundo externo no atente contra las normas de éste), pero el Estado burgués nunca consentirá que en las grandes ciudades esto ocurra. Ya lo hemos visto con unas simples acampadas. No se trata tanto de crear un Estado dentro de otro que, tarde o pronto, lo absorbería o disolvería, sino de transformar el propio Estado que afecta a todas las personas que viven en él, quieran o no. Es decir, no se trata sólo de desarrollar la democracia directa (que también), sino también, en primer lugar, o si se quiere simultáneamente, de desarrollar la democracia representativa (para que sea realmente representativa) y de “conectarla” con la directa. Además de expandir la democracia por todos los rincones de la sociedad, especialmente a su centro de gravedad: la economía. En la sociedad de millones y millones de personas, al menos por ahora, no puede prescindirse de la representatividad. Y si esto es posible, sólo podrá hacerse gradualmente. Á‰ste fue uno de los grandes errores de muchas revoluciones, el pensar que podía prescindirse por completo de la democracia representativa, en vez de desarrollarla para hacerla realmente representativa y combinarla con la directa en los ámbitos más locales, como las comunas, los barrios o las empresas. Cuanto más profundos sean los cambios buscados, más tiempo se requerirá. Esta obviedad es obviada, valga la redundancia, por muchas personas supuestamente revolucionarias. ¿Es posible ser realmente revolucionario obviando la realidad a transformar?
No voy a entrar, por no prolongar en exceso este artículo, en todas las cosas que dice Pepe que yo digo, pero que no digo, como cuando habla de que los portavoces defendidos por mí deben ser atractivos físicamente. Simplemente quisiera aclarar que yo defiendo primordialmente que los portavoces sean capaces de hablar de manera clara y contundente, que yo defiendo la necesidad de acudir al frente ideológico, sea cual sea éste (y los grandes medios de comunicación forman parte de él, indudablemente, es más, son su epicentro), yo defiendo la necesidad de luchar en todos los frentes posibles. No se trata tanto de una imagen física del movimiento 15-M, sino que de una imagen ideológica. Lo realmente importante son las ideas. Sin embargo, si para llegar mejor a la gente es preferible dar cierta imagen física, pues que se dé (lo cual no significa necesariamente que un portavoz deba ser guapo y llevar corbata, pero no creo que nadie defienda la idea de que alguien que se presente en bañador, sin lavarse o sin peinarse ante las cámaras sea un buen portavoz, que no digo que haya sido así, se trata sobre todo de saber defender bien las ideas y de tener una imagen física presentable, razonable, sin que esta imagen física deba ser la obsesión de ningún portavoz revolucionario). La imagen física debe estar al servicio de las ideas, y no al revés. Desgraciadamente, mucha gente aún juzga a los demás por su imagen física. Usemos una imagen física normal, sencilla, seria (lo cual no significa, repito, llevar corbata o ser guapo; esto, por el contrario, en mi opinión, restaría credibilidad al movimiento por adoptar las formas de nuestro enemigo, la clase política y económica dominante), usemos una imagen física que denote que quien habla es un ciudadano corriente, con el que se identifique la mayor parte de ciudadanos, y complementémosla con la elocuencia en el modo de hablar, lo más importante, y yo creo que llegaremos a mucha más gente, que la Revolución avanzará con paso firme, que es de lo que se trata fundamentalmente. No se trata de encontrar portavoces “especializados”, como dice Pepe que yo digo, sino capaces, que los hay, y muchos, como hemos podido comprobar en las asambleas populares. No todos tenemos las mismas capacidades. Yo, por ejemplo, repito, no soy capaz de hablar en público pues me pondría muy nervioso. No debemos obsesionarnos con la imagen física, ni en un sentido ni en otro, ni para darle más importancia de la que tiene, ni para negársela. Nos guste o no, mucha gente sólo accederá a las ideas defendidas por el movimiento 15-M a través de ciertos portavoces que acudan a la televisión o a los grandes periódicos. Frente a esta situación, que ya se está dando, que se dará más, lo que debe hacer el movimiento 15-M es que los portavoces sean elegidos y controlados por él en conjunto, es que dichos portavoces sean las personas a las que mejor se les dé hablar en público, que sirvan mejor a la causa.
Sería bueno que Pepe nos aclarase qué opina acerca de las portavocías que ya han surgido, ¿cómo combatir el hecho, no el deseo, sino la realidad, de que haya ciertas personas concretas que hablen en nombre del movimiento 15-M? ¿Dejamos que no sean capaces de explicar mínimamente en qué consiste nuestro movimiento, dejamos que den una mala imagen (ideológica), que den la imagen de que no sabemos por qué luchamos, que den la imagen de que no sabemos muy bien lo que queremos, que den la imagen de que la democracia que defendemos es sospechosa? ¿Vamos así a lograr que cada vez más gente se apunte a nuestra causa o no? Á‰stas son las cuestiones centrales que Pepe ha obviado. Si yo no hubiera visto ningún portavoz desaprovechar la ocasión de oro que le han brindado de hablar ante la opinión pública, no hubiera escrito mi crítica. En una sociedad demasiado acostumbrada a la portavocía es lógico que en cualquier movimiento, que pretenda llegar a la ciudadanía, al máximo número posible de personas, surja la necesidad de elegir portavoces. El movimiento 15-M no puede obviar esa necesidad, pero puede implementarla de otra manera, de manera radicalmente democrática: eligiendo sus portavoces, rotándolos y revocándolos cuando no cumplan eficazmente su labor. ¿Qué mejor ejemplo de democracia podemos dar que ir practicándola? ¿Qué mejor ejemplo podemos dar de realismo, de que lo que pedimos es bien realista, que practicando el realismo? La mejor pedagogía es el ejemplo, decía el Che.
Todos debemos poner nuestro granito de arena, pero no de la misma manera. A unos se nos da mejor unas cosas, a otros otras. Lo importante es que todos respondamos ante todos, que en las asambleas populares todos seamos elegibles y revocables, que las bases controlen a sus líderes, coordinadores o portavoces en todo momento. Lo mismo en general se puede decir de los representantes en la democracia, que deberá ser, por lo menos por ahora, verdaderamente representativa en los ámbitos globales, y directa allá donde sea posible, en los ámbitos más locales. Debemos dar prioridad a la democracia directa pero no podemos prescindir de la representatividad. Tampoco podemos prescindir, por ahora, de las portavocías, de los liderazgos. Lo que sí podemos hacer ya es minimizarlos, acotarlos, controlarlos, mejorarlos. Podemos construir otros tipos de liderazgos, de portavocías, de organizaciones. Debemos organizarnos de la manera más democrática posible. Así es cómo podemos llegar al necesario equilibrio entre espontaneísmo y organización, entre liderazgos y bases, entre realismo e idealismo. Practicando la democracia la iremos poco a poco alcanzando. Debemos ir dónde están las masas para traerlas a nuestro terreno y no esperar a que ellas vengan por sí solas (cuando precisamente están siendo controladas ideológicamente para demonizarnos, para no venir con nosotros, a pesar de que nuestra causa es también la suya). Algunas personas irán poco a poco acudiendo por sí solas, pero otras, demasiadas, necesitarán cierto “empujón”. Las portavocías democráticas del 15-M pueden jugar un papel esencial en el movimiento, pueden ser muy eficaces para ese necesario “empujón”. Las malas influencias deben ser combatidas con buenas influencias, no con la ausencia de influencias. Las ovejas negras debemos influir en el resto de ovejas, pero debemos diferenciarnos del pastor tanto por lo que buscamos, como por cómo lo hacemos, pero teniendo en cuenta la situación actual real, no la ideal. Nosotras, las ovejas negras, debemos incitar al resto del rebaño a contrastar, a desconfiar también de nosotras, de cualquiera, pero debemos intentar aglutinar al rebaño alrededor de nosotras, debemos unirnos, debemos aspirar a ser muchas, debemos construir mayorías amplias. Debemos seguir concienciando al resto de conciudadanos que no lo están aún suficientemente. Con toda humildad, pero también con toda contundencia, con toda insistencia. No se trata ya sólo de que nos comprendan, de que simpaticen con quienes reclaman trabajo o vivienda, sino que se trata ahora de luchar para lograr la imprescindible infraestructura política concreta que posibilite el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Se trata, en suma, de luchar, también ideológicamente, sobre todo ideológicamente, por la revolución democrática, como imprescindible primer paso para cambiar de verdad las cosas. Y para ello no podemos obviar los principales canales de comunicación con las masas. Portavoces eficaces son imprescindibles en nuestra causa, como en cualquier causa que aspire a ser lo más popular posible.
Si logramos que el sistema ceda e inicie ciertos cambios concretos, la transición deberá ser negociada con el movimiento 15-M, como así ha ocurrido con cualquier revolución. El sistema, ciertos representantes del mismo, necesitará hablar con ciertos interlocutores, con ciertas personas concretas, con ciertos representantes de los indignados (que serán mayoría en la sociedad cuando logremos convencer a las masas que aún no lo están o lo están sólo a medias). No podrá hacerse una asamblea popular con todos los representantes de la actual clase política, la cual se negará a ir a la calle, no podremos reunirnos simultáneamente millones de personas, algunos deberemos, deberán, ir a hablar con los representantes del sistema en nombre de millones de ciudadanos indignados. De lo que se trata es, por consiguiente, de proveernos de ciertos representantes o líderes o portavoces que hablen en nombre de los demás, pero que sirvan a las bases en vez de servirse de ellas, que respondan en todo momento ante los ciudadanos. En esa hipotética negociación con el sistema, dichos representantes deberán consensuar con las bases, con los ciudadanos a quienes representarán, las líneas generales de la negociación a emprender. Asimismo, deberán ratificarse las decisiones tomadas en dicho proceso de negociación en las asambleas populares ciudadanas. Para, finalmente, someter la nueva Constitución, la cual deberá ser construida con el máximo protagonismo popular, al veredicto de todo el pueblo en un referéndum, precedido de amplios y plurales debates.
¡No podemos caer en la ingenuidad de pensar que el sistema adoptará nuestras propuestas sin más, sin necesidad de negociarlas! No podemos pensar, como ya hacen algunos indignados, que el sistema ya sabe lo que queremos, que él, que precisamente necesita evitar los cambios, que no desea mover pieza, debe mover pieza. ¡Deberemos nosotros forzarlo a él! ¡Deberemos nosotros hablar con él de las condiciones en que debe hacerse la nueva Transición! ¡Ya hemos visto lo que significa una “transición” llevada a cabo sólo desde arriba! No sólo debemos aspirar a propugnar los cambios, sino que debemos participar activamente, “técnicamente”, en ellos. Tal vez nos venga bien saber cómo se están haciendo las cosas en Islandia. Tal vez, yo esté equivocado. ¡Pero no podemos hacer la vista gorda ante la realidad, ante las experiencias prácticas pasadas o presentes! En toda guerra la rendición debe ser pactada, negociada, entre representantes de las partes. ¡Y toda revolución es ante todo (por muy pacífica que sea) una guerra contra el sistema!
Es cierto que existe el peligro de las malas portavocías, de los malos liderazgos, pero también existe el peligro de la falta de portavocías o liderazgos. Es cierto que existe el peligro de que ciertos líderes, debido a su protagonismo, presos de su egocentrismo, traicionen a los ciudadanos, a las bases, que existe el peligro de que se vendan al sistema, e intenten desvirtuar el movimiento revolucionario. Esto ya ha ocurrido muchas veces. Pero, insisto, también existe el peligro de que la energía espontánea de las masas se disuelva, se disperse, no conduzca a nada. No podemos prescindir de cierto grado de portavocías o liderazgos. Lo que debemos hacer es trabajar para evitar que se conviertan en malos liderazgos, en liderazgos peligrosos, que pasen de ser instrumentos útiles y necesarios para la Revolución a convertirse en los mejores aliados de la contrarrevolución que ejerce, y ejercerá cada vez más intensamente, el sistema. Es un riesgo que debemos asumir. Que no podemos evitar si deseamos avanzar y no quedarnos estancados. La energía de las masas debe ser canalizada. Y canalizar significa que dicha energía se concentre, es decir, que ciertas personas asuman ciertas responsabilidades, como mínimo, que sean capaces de hablar en nombre de otras muchas, realmente en nombre de ellas.
Como vemos, la cuestión de los portavoces, de los líderes, de los representantes, no es secundaria, no es de menor importancia. ¡Todo lo contrario! De ella depende el éxito o fracaso de todo proceso revolucionario. No sólo para lograr ciertos cambios a corto o medio plazo, sino que también a largo plazo. Si la ciudadanía es capaz de organizarse de la manera más eficiente y democrática posible (al mismo tiempo), si es capaz de mantenerse así organizada, si es capaz de presionar al sistema, a las instituciones, a la clase política, para iniciar una dinámica de cambios, si es capaz de seguir presionando a lo largo del proceso iniciado, entonces la revolución política, económica, ideológica, social, será posible. En toda organización, por muy horizontal que sea, siempre algunas personas tendrán más protagonismo que otras, más responsabilidad que el resto. Debemos aspirar a la máxima horizontalidad posible, pero no podemos caer en el extremo irrealista de pensar que es posible la horizontalidad absoluta, permanente. De lo que se trata es de que esas personas que detentan cierto protagonismo, cierta responsabilidad, estén siempre, mejor dicho, recurrentemente, controladas por el resto, por el conjunto de la organización, sea ésta la que sea, sea un partido o un movimiento ciudadano apartidista.
La democracia debe ser siempre lo más directa posible, pero en determinados momentos no puede prescindirse de la representatividad, de las portavocías, de los liderazgos, de las delegaciones, o de cómo demonios se quieran llamar. ¡Al menos, mientras los seres humanos no hayamos aprendido a autogestionarnos por completo, si es que es ello posible! En espera de una sociedad libre de líderes, de pastores, empecemos, al menos, a minimizar los liderazgos, a controlarlos realmente desde abajo, a controlar a quienes, por el motivo que sea, nos representan en determinados momentos, aunque minimicemos estos momentos. Empecemos por desarrollar nuevos liderazgos, nuevas portavocías, nuevas representatividades. Tal vez, con el tiempo, podamos prescindir de ellos por completo, pero mientras, aspiremos a mejorarlos notablemente. Sólo podremos prescindir de ellos, si es que es posible, si empezamos ya a cambiarlos radicalmente, si los portavoces, los representantes, sirven a las masas en vez de servirse de ellas. Esto sólo es posible lograrlo mediante la auténtica democracia.
¡El movimiento 15-M necesita ya, ineludiblemente, elegir y controlar democráticamente a sus portavoces! ¡El movimiento 15-M necesita ya, cuanto antes, concretar sus objetivos de la manera más clara posible ante la opinión pública! Todo retraso en cuanto a la satisfacción de estas necesidades ineludibles juega en contra de la #SpanishRevolution. Se admiten ideas. Se necesitan debates como el presente. Está en juego el proceso revolucionario. La revolución sobre todo se organiza. Toda lucha requiere organizarse. Y toda organización requiere, entre otras muchas cosas, la portavocía. Debemos trabajar para tener buenas organizaciones, para tener también buenas portavocías. Una portavocía es buena cuando logra comunicarse eficazmente con la opinión pública, cuando logra también servir a los intereses de quienes representa. Yo pienso que con una democracia suficiente lograremos organizarnos adecuadamente, lograremos tener portavocías al servicio del movimiento ciudadano, que impulsen decisivamente la naciente revolución de los indignados.
Tiene razón Pepe Arrastia cuando dice que el antídoto contra el peligro de los liderazgos está en el método asambleario. Pero el peligro no es en sí mismo el liderazgo, sino el mal liderazgo (aquel que se sirve de las bases en vez de servirlas), el peligro es también la total ausencia de liderazgo, de portavocía. El propio método asambleario “produce” liderazgos, como mínimo, portavocías, como ya hemos comprobado en el movimiento 15-M que acaba de nacer, como vemos siempre en todo grupo humano. De lo que se trata, precisamente, es que produzca buenos liderazgos, es decir, liderazgos rotatorios, temporales, revocables, acotados, mínimos, colectivos, controlados en todo momento desde las bases, liderazgos realmente democráticos, que canalicen y coordinen la voluntad, las ideas y las acciones de las masas, y no que las controlen o repriman, no que decidan por ellas, no que las suplanten. Se necesitan sobre todo “líderes” que ejerzan de portavoces, de coordinadores, con una mínima, por no decir nula, capacidad decisoria. Los líderes del movimiento de indignados deben ser sobre todo, sino exclusivamente, portavoces del movimiento, o de sus respectivas asambleas, de las decisiones tomadas en éstas, de las inquietudes de los ciudadanos, de lo que busca el movimiento. Sin coordinadores, sin portavoces, es imposible la coordinación.
En toda organización humana se necesita cierta coordinación, la cual debe ser ejercida por ciertas personas concretas. Los seres humanos tenemos nuestras miserias, en toda acción colectiva existen ciertos límites insalvables. Se trata de tener en cuenta dichas miserias y dichos límites, no de hacer la vista gorda ante todos ellos. Toda organización humana estará siempre formada por seres humanos, que no son todos iguales, que no tienen todos las mismas capacidades, que no tienen todos las mismas actitudes, que no pueden todos hablar simultáneamente, que no pueden todos participar de la misma manera en todo momento. No se debe caer en el error de ciertas concepciones “marxistas” donde la disciplina lo es todo y conduce al desastre, como ya vimos, pero tampoco en el error de ciertas concepciones “anarquistas” que niegan la necesidad de que ciertas personas deban asumir más responsabilidades que otras. Ya sabemos a lo que nos condujeron ambos extremos. En un caso a que el “nuevo” Estado degenerara hasta extremos grotescos y bárbaros, en el otro a que no pudiera ni siquiera surgir la nueva sociedad buscada, más allá de unos pocos meses, en el mejor de los casos. No podemos obviar las experiencias históricas, debemos aprender de ellas, de la Revolución bolchevique rusa, de la Revolución española de 1936, de los levantamientos anarquistas ocurridos también en nuestro país en 1873, de la Comuna de París, del mayo francés del 69, de la “Transición” española desde el franquismo, etc., etc., etc.
El pueblo unido jamás será vencido. ¿Pero es posible que el pueblo esté unido, coordinado, sin, como mínimo, las portavocías? Yo pienso que no. Creo que ya lo he argumentado suficientemente, en la historia pasada y reciente podemos también basarnos, como así hago detalladamente en otros escritos míos. Quien crea lo contrario que aporte sus argumentos, que se base en experiencias prácticas que así lo demuestren. Es verdad que hasta ahora no hemos logrado liderazgos realmente democráticos, pero parece más razonable y factible lograr que sean realmente democráticos que prescindir por completo de ellos. Cuanto más profundos son los cambios buscados más tiempo se necesita. Yo creo que ahora sí es posible lograr organizaciones más horizontales que nunca (Internet puede ser un factor decisivo), pero también creo que no es posible la horizontalidad absoluta. Tal vez esté equivocado y aún esté preso de cierta mentalidad, influida por el pensamiento único dominante, del cual, por cierto, nadie puede escapar por completo, pero creo que el sentido común y las experiencias prácticas pasadas y presentes nos dicen que es inevitable recurrir a cierto tipo de portavocías, que no es posible prescindir de ellas, por lo menos a corto plazo. Quien crea que así no podemos, o no debemos, organizarnos que nos diga cómo, que nos diga cómo lograr coordinarnos, que nos diga cómo lograr que muchos ciudadanos se unan a nosotros. ¡Pero teniendo siempre muy en cuenta la realidad actual!