Sociopolítica

Subterfugios de una realidad amarga

Las personas buscan rendijas por las que ver «otros mundos» distintos de su realidad cotidiana. Muchas de estas evasiones, como el arte o el deporte, remiten a fantasías que hacen más llevadero el pasar de los días. Pero, existen otras huidas que terminan en una auténtica prisión para el individuo.

Con frecuencia, el último empujón para la exclusión social viene dado por la propia sociedad que discrimina y aparta de la «normalidad» a las  personas que no siguen el patrón. Empieza a ser habitual en algunas compañías aéreas que sus clientes con sobrepeso paguen por dos plazas para poder viajar, que en Estados Unidos un grupo de científicos hayan propuesto gravar las bebidas azucaradas para combatir los kilos de más, que la reinserción laboral de un toxicómano sea una tarea por costumbre desdeñada por las empresas o que muchos sigan pensando que la pobreza de vino y cartón entre la que sobreviven los indigentes forma parte de su constitución natural.

Efectos tan extendidos en las sociedades occidentales como la drogadicción, el alcoholismo, la obesidad o la anorexia entierran sus verdaderas raíces en causas veladas por la supuesta «evidencia» de los elementos mediadores que las hacen posibles. Ni los croissants rellenos de chocolate,  ni las pastillas para «no dormir» ni tampoco el whisky barato son los culpables de la dependencia y, muchas veces enfermedad, que sugiere su ingesta. Las auténticas razones reposan en odres vacíos. Están en la baja autoestima, en el rechazo social, en la no aceptación del individuo, en la inestabilidad emocional, en las obsesiones, en las neurosis etc. Los factores psicológicos y ambientales son los que determinan quiénes acaban por enjaularse en una adicción que los amedrenta y les roba su identidad en el intento de desprenderse de los grilletes de la realidad que no soportan.

Todo comienza cuando los sueños no se cumplen, los proyectos no se materializan, las inquietudes no encuentran respuesta y el día a día se convierte en una prisión con barrotes que impiden la salida. Pese a ello, lo más grave es que la mayoría de los hierros y cerrojos en que se aprisionan las personas no están impuestos desde el exterior sino que son agrandados y tensados por el propio condenado. Ocurre a menudo. La realidad que a muchos les toca vivir no se ajusta a sus expectativas.

Aún así, existen limas y trampillas que proponen escapatorias de una vida infeliz. El deporte puede ser una de ellas. La literatura, el cine, la música como el resto de las expresiones artísticas pueden servir de puente hacia otros mundos en los que recuperar la sonrisa y, de paso, el tiempo perdido en la monotonía diaria de las horas que pasan sin mucho sentido. Eduardo Galeano dijo en una ocasión que «el arte es una mentira que dice la verdad». Quizás, la verdad a la que se refiere el escritor uruguayo sea una verdad subjetiva en la que cada cual encuentra la suya propia.

Pero también hay otros caminos que desembocan en la felicidad pasajera e instantánea que se niega en la rutina. Placeres que acostumbran a ser calificados como mundanos y que en nada se parecen a la poesía de Neruda, a las películas de Fellini, a las sinfonías de Beethoven o a los goles de Messi. La droga, el alcohol o la comida, entre otros instrumentos, son empleados como medios capaces de confundir causas y efectos. Refugios seguros en los que dar rienda suelta a la autocompasión. Brebajes fantásticos con los que los Dr. Jeckyll de nuestros días proponen una escabullida del mundo, convertidos en grotescos Mr. Hyde.

La realidad viene después. Cuando la anestesia general y la inyección de felicidad artificial que aportan estos subterfugios se evaporan, el espejo de la sociedad devuelve un reflejo apático marcado por el cliché. Millones de dedos acusadores señalan al drogadicto, al obeso, al ludópata o al maniacodepresivo como responsables de su propia desgracia.

Es cierto que las circunstancias de la vida no siempre son las más idóneas, ni las deseadas pero por muy larga que sea la huida tarde o temprano implica un regreso. El poeta y premio Nobel de Literatura T. S. Eliot dijo con gran acierto: «la humanidad no puede soportar tanta realidad». De ahí la ineludible necesidad de visitar «otros mundos» para digerir mejor la aspereza de lo cotidiano. Pero, tampoco se equivocaba Woody Allen, cuando años más tarde, pronunció una de sus frases más conocidas y repetidas: «odio la realidad, pero es en el único sitio en donde se puede comer un buen filete».

David Rodríguez Seoane

Periodista

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.