Las extravagancias de los futbolistas de élite se instalan en el imaginario colectivo: triunfos, mujeres despampanantes, coches de lujo, mansiones, restaurantes gourmet y discotecas; tres horas de trabajo al día, viajes de un lado a otro para grabar anuncios publicitarios por los que, muchas veces, cobran más que por jugar su deporte. Los admiran o los envidian, pero hay también quienes los desprecian porque no suelen hablar idiomas, tener pocos estudios y no saberse expresar en público.
Pero la tristeza de Cristiano Ronaldo y el “derecho” de Guti a emborracharse en una discoteca de lujo hasta las 6:00 de la mañana porque “está en plena edad para ello” ocultan otra realidad: la de todos los demás futbolistas que consiguen convertirse en profesionales sin alcanzar esos niveles de notoriedad y de éxito, y muchas veces con experiencias llenas de frustración y decepción. Y la de los centenares de miles de jóvenes que eligen ese camino pero se quedan a la mitad, la mayoría sin haber realizado estudios superiores para elegir una carrera alternativa.
En México, la carrera de los futbolistas de Primera División dura, en promedio, poco más de tres años. De los mil casi 1.600 profesionales que han jugado desde 1996, 572 participaron en 10 partidos o menos.
A sus 20 años, en pleno ascenso profesional, el futbolista César Andrade estrelló su coche a 150 km/h contra una barra metálica que provocó la amputación de una de sus piernas. Años después, en una entrevista en televisión, desmintió la versión oficial de que su acompañante, otro futbolista de divisiones inferiores, llevaba el volante. Ese día estaba enojado porque el entrenador le había dado sólo dos minutos sobre el terreno de juego. Su estado emocional influyó en su forma de beber la noche de su tragedia. Habló también de su alejamiento del mundo del deporte, de sus problemas con el alcohol y de cómo incluso contempló el suicidio como posible salida a su depresión. Logró sobreponerse y ahora se dedica a compartir su experiencia con jóvenes.
Aunque accidentes como éste no responden a un patrón en los futbolistas, sí lo hacen distintos factores que truncan sus carreras: lesiones, problemas cardíacos como el del futbolista Rubén de la Red, del Real Madrid, y malas rachas que los relegan en el banquillo. A muchos futbolistas que prometían éxito y a los que comparaban con grandes profesionales los venden a equipos menores donde no encajan. Se vienen abajo y no logran recuperar su nivel. Los re-venden a clubes pequeños de otros países, o recalan en equipos de divisiones inferiores.
Cuando no estudian en la universidad, como sucede en la mayoría de los casos, el fracaso profesional deja a estos futbolistas sin salidas laborales. Se combina la incompatibilidad de los estudios con las exigencias de horas de entrenamiento en las categorías inferiores para llegar a lo más alto con ese “para qué, si los futbolistas viven como reyes”. Pero alcanzar la Primera División no le garantiza a nadie vivir de eso el resto de su vida, sobre todo con lo que duran sus carreras.
En muchos países, los jóvenes eligen la opción del deporte mucho antes de la edad de los estudios universitarios, por lo que miles no tienen terminados los estudios secundarios. A veces no lo eligen ellos sino unos padres llenos de celo que les exigen lo que ellos no han podido o no se atrevieron a hacer. Ven a sus hijos como futuras estrellas. Es decir, como objetos para la superación de sus propias frustraciones. Se olvidan de las necesidades emocionales, afectivas y sociales propias de un joven y carecen de una visión de futuro en un mundo que requiere gente preparada y sensible a lo que les rodea. Los idiomas, las actividades extraescolares y otras de servicio a los demás forjan el carácter de los jóvenes y los prepara para hacer frente a desilusiones y fracasos que a todos les llegan.
La confusión de “éxito”, que supone sacar lo mejor de cada uno en sus circunstancias, con “triunfo”, que a veces implica pasar por encima de los demás para llegar a lo “más alto”, provoca la frustración de miles de jóvenes de la “cantera” que se quedan en el camino. Pero de ellos no se suele hablar.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista, coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)