Sociopolítica

El sustrato ideológico del generismo: de la misandria al hembrismo

El camino ya iniciado hacia el hembrismo

No hace mucho se presentó en los escaparates de varios comercios de Barakaldo la campaña del lema “Mi cuerpo es mío” cuyo propósito es concienciar a las mujeres y a la sociedad entera de que la sexualidad y el cuerpo femenino pertenecen a las mujeres, y cualquier acción de explotación o manejo sexual egoísta que se ejerza sobre ellas debe ser recriminada y abolida en sociedad, como un abuso más englobable dentro del conjunto de las discriminaciones a la mujer.

hembrismo

Foto: facepopular.net/

Sin embargo no se da inicio a una campaña de sensibilización similar entre los hombres para que estos también tomen conciencia de hasta que punto son dueños de su cuerpo y su sexualidad, y de las serias explotaciones y abusos que pueden sufrir en las relaciones heterosexuales dentro de este área tan importante. Más aún teniendo en cuenta un entorno histórico y social en el que culturalmente se han desarrollado mil y una formas de manipulación del deseo sexual masculino asumidas como conductas femeninas típicas de la socialización o el cortejo, pero que también conducen a que los hombres den a las mujeres un valor sexual y afectivo muy superior al que las mujeres suelen darles a ellos, fomentando una patente desigualdad entre los dos sexos.

Así existen gran cantidad de acciones cuyo propósito no es otro que aprovecharse de la generosidad y espontaneidad de la sexualidad masculina para que las mujeres disfruten de diferentes ventajas en su relación con los hombres. Desde los diferentes tipos de maquillaje a los variados contornos, colores y tonos de tinte para el pelo; las botas o zapatos de tacón que definen mejor la forma de las piernas y aparentan una mayor estatura o esbeltez; las prendas ceñidas y de colores vivos, pasando por las conductas de coquetería o los relativamente recientes pero ya muy populares selfies glamorosos que permiten difundir ampliamente un cuidado retrato personal a una gran cantidad de público de forma inmediata; incluso las cirugías estéticas que modifican el cuerpo agrandando o disminuyendo el volumen de determinadas partes, a cambio de unas cantidades considerables de dinero a las que debe añadirse el riesgo e incomodidad que supone una intervención quirúrgica, en fin, todo el conjunto de actividades que una gran cantidad de mujeres realizan diariamente con el propósito de resultar más cautivadoras, o sea, más capaces de atraer sexual o afectivamente a los hombres, demuestran que existen numerosas y variadas conductas femeninas orientadas a despertar el interés masculino*.

Hay quienes opinan que la coquetería y el embellecimiento discriminan a las mujeres y demuestran que éstas tratan de satisfacer los gustos de los hombres para complacerlos, pero puede demostrarse fácilmente que estas conductas tienen como propósito fundamental beneficiar al sexo femenino y favorecer que sean los hombres quienes, tras desearlas o amarlas, estén también más que dispuestos a complacerlas solícitamente a ellas**. La prueba más evidente de este balance beneficioso para la mujer la constituye el que durante las últimas décadas la mayoría de las mujeres hayan estado más que dispuestas a dejar atrás los roles sociales y conductas que realmente las discriminaban y perjudicaban, principalmente la dependencia económica de un marido y la falta de cualificación profesional o educativa para integrarse en las diferentes posiciones del mercado laboral, desde las más sencillas hasta las mejor pagadas y consideradas socialmente, aunque son pocas las que han dejado de lado la artificiosidad del glamour.

De hecho entre las lecturas predilectas de un número considerable de mujeres se destacan las que enseñan como potenciar el atractivo físico o determinadas conductas encaminadas a atraer más o incluso seducir a los hombres. A partir de aquí las mujeres heterosexuales que posean estas capacidades obtendrán diferentes ventajas proporcionadas por ellos. Algunas son lógicas y entendibles, como el relacionarse afectiva y sexualmente con los varones que sean más de su gusto, ya que gracias a su mayor atractivo lograrán sobresalir en la inevitable competencia existente a la hora de emparejarse con los mejores candidatos de cualquiera de los dos sexos. Pero también puede llegarse a extremos claramente egoístas que permiten hablar de explotación sexual y discriminación hembrista realizada sobre los hombres.

Algunos modelos bien establecidos de esta explotación serían por ejemplo la dote masculina, identificable en las parejas en las que una mujer se casa o forma una familia con un hombre de un status económico y social superior al suyo, siendo este status según el criterio de esa mujer una de las condiciones esenciales para la relación. O el chantaje sexual, más frecuentemente empleado por las mujeres que los hombres como una forma consciente de ejercer poder y control dentro de la pareja. O la utilización del erotismo en la publicidad y los medios de comunicación de masas, manteniendo una recurrente presión sexual sobre los hombres potenciadora de preferencias masculinas asociadas con ciertas conductas o apariencias femeninas, que favorecen la manipulación sexual del conjunto de los hombres por las mujeres.

Esta discriminación y manipulación también se relaciona con la explotación económica del hombre presente en la prostitución o en la pornografía, si consideramos el grado de provocación del que hacen gala las prostitutas o muchas profesionales del mundo del erotismo, y las considerables cantidades de dinero que pueden llegar a pagar algunos hombres para vivir sus fantasías sexuales en este contexto, sobre todo si previamente han sido objeto de un constante, elaborado e insidioso intento de adiestramiento que ha contribuido a crear y fortalecer dichas fantasías. Así se podrá decir y con razón que el cliente obtiene lo que busca de estas mujeres, pero sólo lo obtiene porque paga por ello lo que estas mujeres le piden. Es claro que la explotación egoísta puede estar presente en ambos sentidos.

Incluso ciertas ramas del feminismo más radical y misándrico plantean que la sexualidad no debe usarse sólo como un elemento que dé ventaja y poder de elección a la mujer en la relación heterosexual, sino directamente para humillar, esclavizar y maltratar a los hombres de forma sistemática, defendiendo así una clara “violencia de género” hembrista de la que nuestras instituciones o autoridades supuestamente expertas en igualdad parecen no saber nada.

Así la relación heterosexual puede resolverse en términos positivos de beneficio recíproco para ambas partes, caer en el error del egoísmo o entrar en la malicia del abuso, a veces a favor del hombre para perjuicio de la mujer, y en otras ocasiones mucho más habituales de lo que se reconoce, aprovechándose del hombre y privilegiando a la mujer de forma claramente hembrista.

Y a pesar de lo característico y recurrente de estas conductas u otras similares en múltiples sociedades a lo largo de la historia las feministas de género ni denuncian estas discriminaciones masculinas, ni hacen campañas planteando como deben reivindicar y liberarse en este aspecto los hombres para evitar ser víctimas de manipulaciones afectivo sexuales en las que ellos sean la parte más perjudicada. Es lógico que esto suceda así, ya que en una sociedad femicéntrica como la nuestra debe evitar mencionarse todo lo que atañe a ventajas para las mujeres a nivel social o en su relación con los hombres, y todo lo que se refiere a discriminaciones y desventajas masculinas.

De la misma forma que se intenta sensibilizar a la sociedad y a las mujeres contra los abusos sexuales que las afectan igual debe de hacerse con los que pueden sufrir los hombres, ya que son frecuentes y pueden resultar en situaciones muy dañinas. Así nosotros debemos preguntarnos también: ¿hasta qué punto soy dueño de mi cuerpo y de mi sexualidad? ¿Hasta qué punto mi sexualidad me pertenece? ¿Estoy siendo víctima de explotación sexual o afectiva y cómo me perjudica esto en mi relación con las mujeres? Para finalmente concluir cuando lo consideremos necesario ¿cómo podríamos emanciparnos los hombres del abuso hembrista a nuestra sexualidad?

Cada día estamos más dispuestos y preparados para abordar nuestra liberación y potenciación como grupo sexual unido. Entre las incipientes formas de masculinismo que estamos desarrollando también buscamos las respuestas a esta situación, para hacer igualdad y fortalecernos en un aspecto en el que demasiado a menudo se espera que el hombre sea el sexo débil frente a la mujer ornamentada y aparente, hasta el extremo de considerarla irresistible, mientras ella se considera irresistible también.

Pero no hay ninguna razón para subir a ciertas mujeres a un pedestal que está y las queda tan alto, o para que vivamos el gran potencial de la sexualidad masculina en términos que nos dañen o discriminen. Por eso muchos estamos dispuestos a romper cadenas que no valen nada y liberarnos de cualquier explotación sexual ejercida por determinadas mujeres para su beneficio y nuestro perjuicio. Muchas supuestas divas cubiertas de afeites y abalorios pasarán cada día más desapercibidas, recibiendo el escasísimo interés sexual, afectivo y personal que en realidad se merecen. Muchas mujeres supuestamente arrebatadoras por su elaborada coquetería o apariencia física se volverán cómicas en su colorido y sobrecargado despliegue de exhibicionismo narcisista, similar al del aparatoso pavo real, y muchas explotadoras y maltratadoras sexuales serán menospreciadas y recurrentemente criticadas por los hombres por su imperdonable y repugnante tendencia al abuso sexista.

Esto beneficiará a las mujeres verdaderamente igualitarias en sus relaciones de pareja, y será una ventaja para los hombres que asuman estas conductas de empoderamiento masculino, ya que lograrán ser dueños de su intensa, vital, rica y poderosa sexualidad, reservando este inmenso potencial de felicidad, amor y placer para relaciones sanas, equilibradas y de mutuo beneficio con mujeres, si hablamos de las relaciones heterosexuales, capaces de disfrutar y compartir la armonía de la unión sexual y afectiva en forma constructiva para los dos sexos. O ser hombres capaces de la mayor indiferencia, frialdad o implacable desprecio hacia cualquier relación basada en que ellos sean los abusados.

Notas:

* Considerado todo lo anterior, resulta en muchos aspectos injusto definir como agresión sexista el que los hombres se fijen o miren a las mujeres en un sentido amplio, sobre todo si tenemos en cuenta todos las acciones que muchas mujeres realizan cotidianamente para destacar precisamente por su presencia física, atrayendo el interés y las miradas masculinas. De hecho también hay mujeres que se fijan en diferentes partes del cuerpo de los hombres que les resultan físicamente más deseables y atractivos, sobre todo si van vestidos de una forma que remarque las partes de su cuerpo de un mayor atractivo erótico para las mujeres, lo cual demuestra lo común de esta conducta como resultado de una genuina atracción sexual.

Incluso el patronaje de las diferentes prendas de vestir trata en muchas ocasiones de remarcar precisamente las partes del cuerpo que dan una apariencia más sexy, y las prendas diseñadas según este criterio tienen un éxito de ventas considerable. Un ejemplo fue lo sucedido en su día con el famoso y polémico sujetador “Wonderbra”, cuya característica fundamental consistía en simular unos senos más grandes, o los más recientes pantalones tejanos estilo “push up”, orientados mayoritariamente a un público femenino y diseñados para elevar y remarcar la forma redondeada de las caderas. En ambos casos el realce que estas prendas logran se centra en dos de los caracteres sexuales secundarios femeninos más significativos desde el punto de vista de la atracción sexual.

Conviene mencionar de paso, para describir la realidad correctamente y superando los inexactos dogmas de género, que también existen mujeres que comentan y comparan sobre la apariencia física de los hombres en ocasiones de una forma que podría considerarse maleducada y faltona, incluso en entornos en los que se supone debe evitarse con más esmero cualquier conducta sexista ofensiva, como por ejemplo el lugar de trabajo.

Personalmente he tenido ocasión de escuchar a ciertas mujeres particularmente toscas o despreciativas, al igual que también hacen algunos hombres, utilizar términos muy desdeñosos para referirse a los varones que no cumplen con sus expectativas sexuales, diferenciando con gran desdén entre los “hombrecitos”, descritos con este diminutivo en un tono despectivo y burlón, o incluso los hombres que “no valen nada”, precisamente por su físico, estatura o corpulencia, de los “hombres” más deseables, enfatizando el término “hombres” casi como si se subrayase o pronunciase con mayúsculas. Y todos los términos entrecomillados en este párrafo fueron empleados literalmente.

Incluso podría considerarse como un ejemplo de cosificación de los hombres la tendencia de las mujeres más egocéntricas y presumidas a alardear de un modo diario y continúo de su atractivo físico, elaborado con una gran cantidad de retoques, accesorios y añadiduras, para obtener así el mayor grado de interés de parte del mayor número posible de varones no para amarlos, desearlos o conocerlos siquiera, sino sólo para satisfacer y alimentar su ego tras sentirse seductoras o irresistibles, como una forma de hinchar su autoestima hasta la arrogancia y el engreimiento. Para muchas de estas mujeres el recibir la atención y provocar el deseo de los hombres es también una manera de cosificarlos para que satisfagan su gran narcisismo.

Pero cuando estos hombres que con diferentes conductas han demostrado su interés intenten romper el hielo la mayor parte de las ocasiones serán tratados con gran frialdad, desdén o rechazados con dureza, ya que la mujer egocéntrica apenas les da valor, más bien los ve sólo como a objetos que están ahí para halagarla.

Existen de paso otros tipos de miradas que pueden resultar bastante peores que las nacidas de la atracción que nos produce otra persona. Por regla general las mujeres son más dadas a fijarse en los demás para rumorear sobre sus vidas, incluso refiriéndose a sus características físicas o personales, y muchos de estos comentarios pueden ser molestos o hirientes. Pueden llegar a incluir una buena carga de desprecio, mala voluntad o ataque malicioso y traicionero contra la reputación de alguien, afectando negativamente al concepto que de esa persona se tiene en sociedad. También podríamos protestar firmemente por esta clase de miradas, y exigir a estas mujeres indiscretas y cotillas, en muchos casos con motivos más que justificados que no se metan en los asuntos de los demás o que se metan en sus vidas.

Es fácil comprender que si los hombres también aprendiésemos la esencia del análisis de género y siguiésemos sus razonamientos hasta el final, aplicando el lenguaje de la queja y la crítica severa y minuciosa contra la idiosincrasia del sexo opuesto a cualquier discriminación sexual para perseguirla y sancionarla inquisitorialmente, todos y todas tendríamos mucho que perder. En poco tiempo las mujeres también serían criticadas por cualquier conducta o situación que en su trato con los hombres pudiese considerarse como privilegio, desigualdad favorable o abuso de poder del sexo femenino sobre el masculino del que hayan obtenido alguna ventaja como grupo sexual a lo largo de la Historia. Esta actitud se calificaría de “necesario despertar de la conciencia masculina frente a los abusos femeninos” para justificarla y extenderla al mayor número posible de hombres. Como resultado del caos resultante las hembristas quedarían totalmente marginadas, o el entendimiento entre ambos sexos se vería seriamente perjudicado.

Por eso la grave intolerancia y extremismo del movimiento feminista de género debe aplicarse sólo al sexo masculino, y siempre encubierto con grandes distorsiones, verdades a medias, mentiras o el ejercicio de la censura, en previsión de las muchas resistencias que encontrará tarde o temprano un sexismo tan rotundo como cínico e hipócrita al ser presentado como modelo de igualdad.

En conclusión, las muchas conductas empleadas por las mujeres para embellecerse y por tanto atraer más miradas masculinas pueden considerarse complementarias con el hecho de que los hombres se fijen y miren. Son los primeros pasos necesarios para el desarrollo de una relación heterosexual beneficiosa y deseada por ambas partes, y no necesariamente ejemplos de sexismo o abuso de poder. También se corresponden con las diferencias existentes en la forma de ser de ambos sexos, las cuales tienen una innegable base fisiológica y hormonal, y por lo tanto resultaría forzado e injusto exigir una igualdad plena en este aspecto. De intentarlo uno los dos sexos saldría perjudicado al tener que adaptarse al modelo del otro, o peor todavía a las preferencias ideológicas impuestas por una minoría, como intenta hacer actualmente el feminismo de género. Sería algo más que incoherente no reconocer esto. Sería lo mismo que no aceptar que los hombres y las mujeres no son iguales al cien por cien, sobre todo cuando nos enfocamos en su más obvia diferencia, su sexualidad.

Aún más, el que los hombres la noten, el que los hombres la tomen en consideración y se den cuenta de que está ahí de un modo destacado, es uno de los factores del que mayor ventaja obtienen muchas mujeres a la hora de poder elegir entre sus pretendientes los que ellas consideran más valiosos. Por eso quienes desean inhibir categóricamente la acción de mirar, como se hace en los países hembristas, o de atraer las miradas, como se hace en los países machistas donde las mujeres están obligadas a ocultar su físico, están bloqueando seriamente el desarrollo de las relaciones heterosexuales y ejerciendo una limitación abusiva contra las libertades de las personas.

Habrá quien opine que de estas primeras conductas de cortejo podrán surgir posteriormente comportamientos negativos. En algunos casos incluso dirán que esto guarda relación con serios abusos sexuales. De entrada existe una gran diferencia entre los roles de cortejo masculino y femenino, el hecho de fijarse o intentar atraer el interés, una relación heterosexual sana, y actos tan salvajes y dañinos como la violación o el acoso sexual grave. Plantear estas conductas sin solución de continuidad entre las mismas es una de las estratagemas del hembrismo para imponernos su imaginario. Esto conduce a que tanto un abuso sexual como una mirada nos parezcan, consciente o inconscientemente, algo absolutamente reprobable y punible. Todo a partir de una distorsión que falta a la verdad, no reconoce el valor constructivo de la búsqueda recíproca entre los dos sexos, y lo que es peor aún, sataniza al sexo masculino y victimiza al femenino por la más mínima razón, generando una brecha casi insalvable entre hombres y mujeres que nos aproxima al separatismo.

Pero si vamos a hablar de malos tratos y abusos sexuales debemos decir que pueden darse de un modo tan amplio que superen la visión incompleta del problema, injustamente culpabilizadora del hombre y de la heterosexualidad, a las que nos tienen acostumbrados tanto el feminismo radical como su variante politizada más exitosa, el feminismo de género.

De hecho numerosos estudios más rigurosos y fiables de los que respaldan los dogmas generistas demuestran que hombres y mujeres ejercen niveles bastante similares de maltrato físico y psicológico en la pareja. Incluso dentro de las parejas de lesbianas pueden darse niveles de maltrato y abuso sexual considerables, independientemente de que en general nuestras autoridades no se refieran al tema. Así según varios informes el maltrato en las parejas lesbianas podría superar el maltrato presente en la pareja heterosexual. Erin Pizzey, la creadora del primer refugio para mujeres maltratadas en Inglaterra opina de esa manera, y se hace eco en base a su propia experiencia de los estudios que consideran este maltrato como más grave del que se ejerce en la pareja heterosexual, como menciona al final del siguiente vídeo:

La célebre escritora Lucia Etxebarria en su artículo titulado: “Maltrato entre lesbianas: la violencia invisible”, afirma categóricamente que: “Al igual que los hombres que maltratan, las lesbianas que lo hacen buscan lograr, mantener y demostrar poder sobre sus compañeras con el fin de maximizar la rápida satisfacción de sus propias necesidades y deseos. Las lesbianas maltratan a sus compañeras porque la violencia, sea física o psicológica, constituye un método efectivo para obtener control y poder sobre las personas cercanas. Y por ninguna otra razón.”

http://www.mirales.es/sociedad-activismo/maltrato-entre-lesbianas-la-violencia-invisible/

Si finalmente buscamos comparativas más precisas de ratios de malos tratos podemos citar los datos aportados por el sociólogo Javier Álvarez Deca, cuya valiosa labor investigadora se ha destacado justamente en el campo de la violencia en la pareja. En la nota 17 del sumario de su interesante estudio “500 razones contra un prejuicio” nos indica que:

A título de ejemplo, cabe citar las conclusiones de dos encuestas oficiales, en modo alguno sospechosas de parcialidad antifeminista. En la Encuesta Social General 2004 del Canadá (Laroche, D., 2007) se afirma que «la tasa de violencia conyugal entre homosexuales fue el doble que la declarada por los heterosexuales (15% vs. 7%)«.

De modo análogo, en la National Violence against Women Survey 1995/1996 (Tjaden, P. y Thoennes, N., 2000) se registran niveles de violencia de pareja significativamente mayores en las parejas del mismo sexo. En el caso de las mujeres, los niveles de victimización en parejas homosexuales fueron del 39,2% (en comparación con el 21,7% en las mujeres heterosexuales); en el caso de los hombres, las cifras comparables fueron del 23,1 por ciento (homosexuales) y del 7,4 por ciento (heterosexuales). Para las mujeres, las tasas de violación en parejas lesbianas (11,4%) fueron también muy superiores a las tasas de violación en parejas heterosexuales (4,4%)”

Lo que desde el feminismo radical se critica y rechaza con más fuerza, los hombres, la heterosexualidad, está siendo objeto de una fuerte campaña de descrédito y rechazo, fruto de la fuerte misandria de las ultrafeministas.

Y lo que se presenta como una alternativa mejor y más pura, puede ser en realidad la preferencia de una minoría organizada e investida de una influencia suficiente para ocultar las muchas carencias y defectos de su modelo favorito, llegando a extremos de manipulación e intolerancia que se aproximan peligrosamente a la imposición.

En este sentido la expresidenta de la Federación de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, y a fecha de hoy Diputada del partido político Podemos, Señora Beatriz Gimeno, ha escrito las siguientes citas:

Olvidar que en la mayor parte de los periodos históricos las mujeres, si hubieran podido elegir, hubieran escogido no mantener relaciones sexuales con los hombres, no vivir con ellos, no relacionarse con ellos, es olvidar algo fundamental en la historia de las mujeres (y de los hombres).

La heterosexualidad no es la manera natural de vivir la sexualidad, sino que es una herramienta política y social con una función muy concreta que las feministas denunciaron hace décadas: subordinar las mujeres a los hombres; un régimen regulador de la sexualidad que tiene como finalidad contribuir a distribuir el poder de manera desigual entre mujeres y hombres construyendo así una categoría de opresores, los hombres, y una de oprimidas, las mujeres

Se sabe que cualquier mujer puede ser lesbiana

Y de una forma más explícita y directa “El feminismo combate para que las mujeres no pierdan sus energías intelectuales y/o afectivas con los hombres” y “Un mundo lésbico es la solución”.

Se hace evidente que la tendencia feminista que esta señora defiende está claramente en contra del vínculo hombre mujer, lo cual puede explicar su patente y clara tendencia a satanizar a los hombres, llegando a considerarlos como maltratadores y condenarlos por violencia de género en base a los supuestos tipificados en el artículo 153 del código penal, es decir, casos de menoscabo psíquico o lesiones no definidas como delitos, o bien golpear o maltratar sin causar lesión. Básicamente acciones de un valor muy leve, agresiones apenas significativas que establecen una vara de medir severísima contra todos los hombres a los que se les apliquen estas legislaciones discriminatorias.

Pero al margen de esta misandria y recelo contra los hombres, más allá de la cerrazón intelectual que empobrece y estrecha gravemente el pensamiento de los fanáticos de cualquier signo hasta extremos rayanos en el absurdo, resulta inverosímil que la base de la reproducción de numerosísimas especies, la unión entre los dos sexos, pueda ser en la nuestra un mero elemento cultural.

Más todavía, una manipulación colectiva de los hombres sobre las mujeres, algo así como un acuerdo del sexo masculino para dominar al femenino, sin que exista una justificación biológica previa que motive la atracción recíproca que nos lleva a perpetuarnos, considerando que cuanto más necesaria es una conducta de supervivencia más configurada queda como instinto básico. El mismo diseño natural de los genitales masculinos y femeninos favorece la forma de unión heterosexual más íntima y al mismo tiempo, la que más despierta la intolerancia y rechazo de determinadas ultrafeministas, es decir, la penetración, necesaria para la reproducción de nuestra especie y sin la cual nos habríamos extinguido hace milenios.

Las citas de la Señora Gimeno exponen en buena medida su propia fantasía o preferencia personal, junto con la expresión de su fuerte sexismo antivarón, que tras repetirse una y otra vez en círculos de radicales similares a ella han llegado a parecerle verosímiles, pero contradichas por múltiples hechos científicos y empíricos de sencilla observación cotidiana. Es evidente que su análisis referido al pasado peca de subjetivo, basándose en la suposición de que como ella misma y una gran cantidad de mujeres de su entorno son lesbianas, todas las mujeres podrían y deberían llegar a serlo, lo que concuerda con su cita: “un mundo lésbico es la solución”. Sin embargo al considerar la conducta de las mujeres occidentales, que son las que mayor posibilidad de elección tienen a todos los niveles incluido el sexual, nos encontramos con que muchas mujeres exitosas y desenvueltas se están volviendo cada día más deseosas hacia los hombres, que las fascinan recurriendo a una mayor potenciación de su belleza física, su habilidad para dar placer y formas de seducción mejor adaptadas a la psicología femenina. Numerosas mujeres triunfadoras y bien situadas siguen optando por parejas masculinas a veces incluso más jóvenes que ellas, contradiciendo así con sus decisiones voluntarias el supuesto rechazo de las mujeres a sexualizar o intercambiar energías afectivas e intelectuales con los hombres, a los que tanta aversión nos tiene la Señora Gimeno.

Quienes compartan su punto de vista podrán escudarse diciendo que la tendencia de estas mujeres de una edad no tan juvenil ha sido ya contaminada por la manipulación heterosexual patriarcal, que las alejó del lesbianismo muchos años atrás. Pero si lo plantean así la afirmación universalista y categórica de la Señora Gimeno “Se sabe que toda mujer puede ser lesbiana”, podría acompañarse de otra sentencia contraria igual de aparente, aunque en el fondo muy discutible y preñada de prejuicios contra las mujeres homosexuales, hasta el extremo de poder resultar ofensiva: “Se sabe que cualquier mujer puede ser heterosexual”. Y este “se sabe” es tan endeble como el “se sabe” de la Señora Gimeno, a pesar de que viene avalado por el hecho de que una mayoría de mujeres tienen parejas masculinas. ¿Quién lo sabe? ¿Quién afirma tan rotundamente un modelo? En no pocas ocasiones quien desde un afán de dominio tratará de imponerlo.

En principio ya es significativo que sigan prefiriendo el modelo heterosexual una vez conocido si los hombres fuésemos unos compañeros sexuales, afectivos e intelectuales tan pésimos, o si no existiese un fuerte deseo previo entre ambos sexos que explique esta tendencia, como implicaban las hipótesis de la Señora Gimeno defendiendo que de haber tenido opción las mujeres no se habrían relacionado con el sexo masculino. Bien, hoy en día tienen la opción de elegir en una gran cantidad de países y la mayoría de las mujeres adultas o maduras ni se vuelven lesbianas ni lo intentan. Y podrían incurrir fácilmente en el lesbianismo de ser ésta su preferencia fundamental, sobre todo si consideramos los fuertes lazos personales y comunicativos que las mujeres acostumbran a establecer entre ellas y la gran proximidad que mantienen dentro de sus redes de relaciones femeninas. Si el lesbianismo fuese su opción sexual preferida, las mujeres optarían por este modelo rápida y cómodamente.

Pero también entre las chicas recién llegadas a la adolescencia los integrantes de las “Boy Bands” como los “Gemeliers”, o los cantantes del estilo de Justin Bieber o Abraham Mateo despiertan una intensa atracción sexual y afectiva que sustenta su gran popularidad, y que da lugar a una intensa crispación erótica evidenciada por las excentricidades más que llamativas del fenómeno fan. Y lo mismo que hoy esto ha sucedido hace cincuenta años con los Beatles o los Rolling Stones o hace treinta con Los Pecos o Miguel Bosé. Una cosa es que desde su extremismo y visión negativa sobre la heterosexualidad y los hombres la Señora Gimeno prefiriese que todas las mujeres fuesen lesbianas, y otra muy distinta es que una inmensa mayoría de ellas dejen de buscar, desear o amar a los hombres sólo porque a ella le parezca una gran idea.

Incluso si puede aceptarse que cualquier mujer tiene el potencial de ser lesbiana ya que en un momento dado podría mantener relaciones íntimas con otra mujer, la mayoría de las mujeres no se acercan a estas prácticas ni después de sufrir fuertes desengaños amorosos con los hombres. Es verdad que acostumbra a decirse que la bisexualidad está presente en todas las personas en mayor o menor grado, sobre todo a partir de informes de sexología que estudiaron la presencia de esta tendencia en la sociedad, siendo uno de los más famosos el informe Kinsey realizado a mediados del siglo pasado. Este argumento manipulado de una forma tendenciosa parece justificar cualquier alternativa sexual para cualquier persona, independientemente de cuáles sean o hayan sido sus preferencias sexuales más visibles. No obstante dista mucho de ser realista. En efecto, el mismo informe Kinsey concluía en que algunas personas eran heterosexuales u homosexuales puras, es decir, que no poseían rasgos de bisexualidad, y otras tenían rasgos de bisexualidad minoritarios o poco significativos, con lo cual fuera de su tendencia preferente difícilmente podrían encontrar satisfacción sexual, más todavía después de haberla reforzado durante años con su estilo de vida. No sólo eso: debido a las características de las personas empleadas como muestra en la elaboración de este informe existía un sesgo manifiesto que incrementaba los ratios de bisexualidad y homosexualidad de sus conclusiones.

Es claro que las mujeres rotundamente heterosexuales o más inclinadas a esta tendencia no podrían ser ni sentirse lesbianas espontáneamente, aunque si podrían acostarse con mujeres para finalmente considerar la experiencia como bastante nula o incluso repulsiva, y por lo tanto no lo harían siguiendo su propia pulsión sexual. Pero si según la Señora Gimeno “El feminismo combate para que las mujeres no pierdan sus energías intelectuales y/o afectivas con los hombres” haría falta que alguien que pueda marcarnos el paradigma de la sexualidad correcta las tutelase, por decirlo de alguna manera, para acercarlas al lesbianismo. En este sentido promover el lesbianismo como única forma de sexualidad sí se convertiría en una “herramienta política y social con una función muy concreta” la de extender al conjunto del sexo femenino el rechazo a los hombres que experimentan las feministas más radicales de todas, para impedir el vínculo sexual y amoroso entre hombres y mujeres y crear una sociedad más intolerante y sexista. Esto conlleva a su vez el tratar de impedir o dañar el desarrollo de la heterosexualidad desde sus primeras etapas, incluidas las simples miradas de inicio del cortejo, para suprimirla del todo o reducirla al máximo.

¡Cuánta misandria, necia tozudez y sinrazón implican estos posicionamientos tan radicales! ¡Sobre todo cuando quienes los defienden forman parte de partidos políticos que aspiran a influir en nuestro estilo de vida! En conclusión, los machistas más misóginos y las hembristas propagadoras del mito del hombre malo pueden alcanzar niveles de sexismo similares. Como bien señala y advierte el dicho los extremos se tocan.

De cualquier modo las conclusiones defendidas por Beatriz Gimeno son bastante parecidas a las de otras feministas radicales. La hembrista Sheila Jeffreys llegó a afirmar que: “cuando una mujer alcanza el orgasmo con un hombre sólo está colaborando con el sistema patriarcal, erotizando su propia opresión” y esta frase entendida en todo su sentido no sólo culpabiliza y ataca a los hombres y a la heterosexualidad, sino que también crítica y censura a una mayoría de mujeres por gozar de sus preferencias y tendencias sexuales libremente. ¿Acaso las mujeres heterosexuales son traidoras que se dejan manipular por el pecaminoso placer sexual, que las lleva ni más ni menos que a la opresión para perjuicio del conjunto del sexo femenino? ¿Deben corregirse entonces y hacerse lesbianas? ¿Los hombres somos el enemigo? No puede haber un planteamiento más repulsivamente intolerante que el expuesto por la muy feminazi Sheila Jeffreys. Y resulta en exceso cínico el que tras defender públicamente ideas como ésta se presuma no ya de buscar la igualdad y armonía entre los dos sexos, sino siquiera de defender el derecho de las mujeres a tomar sus propias decisiones, incluidas las más íntimas y personales.

Ahora bien, la frase de la Señora Jeffreys contiene un reconocimiento que contradice el modelo de mundo lésbico en el que desearía vivir la Señora Gimeno. A saber, admite la existencia de mujeres que alcanzan el clímax con hombres. ¿A partir de ahí quien va a creerse que una parte significativa de estas mujeres que llegan al desarrollo de una experiencia sexual completa con los varones sigan los consejos o se adapten a las descripciones de la Señora Gimeno? Por eso prefieren ligar con sus parejas masculinas antes que perder su valioso tiempo con insípidas charlas ideológicas repletas de negatividad y manía mal argumentada. Muchas mujeres tienen buenos motivos para dar valor a los hombres, aunque a determinadas radicales les moleste admitirlo, y estarán dispuestas a intercambiar energías afectivas e intelectuales con ellos, y mucho más que eso, sobre todo si se da el caso de que estos las provean de orgasmos con la debida frecuencia. Es más, preferirán este tipo de vínculo mucho antes que cualquier ensueño hembrista.

El pensamiento de la feminista radical Adrienne Rich también sigue esta línea

Citas muy significativas de esta autora serían las siguientes: «La teoría feminista ya no puede darse el lujo simplemente de vocear una tolerancia del lesbianismo como estilo alterno de vida o hacer alusión de muestra a las lesbianas. Se ha retrasado demasiado una crítica feminista de la orientación heterosexual obligatoria de la mujer” o «Una estrategia apropiada y viable del derecho al aborto es la de informar a toda mujer que la penetración heterosexual es una violación, sea cual fuere su experiencia subjetiva contraria

Lo expresado por Adrienne Rich se acerca peligrosamente a la prohibición de una práctica sexual mayoritaria, incluso cuando admitimos que ha sido mutuamente aceptada. En efecto, si una práctica tan extendida y típica como es la penetración consentida por ambas partes se transforma por un mágico acto de feminazismo en algo tan violento y negativo como una violación, una de las consecuencias más lógicas sería su prohibición, penalizando a cualquier hombre que penetre a una mujer con mutuo acuerdo tras culparlo inmerecidamente de violador. Y esto no porque la penetración les parezca mal a los hombres o a las mujeres heterosexuales, sino porque lo considera como malo una feminista radical, y su fanatismo está por encima de la biología y los gustos sexuales de quienes ni comparten, ni se interesan en lo más mínimo por sus ideas.

Así que las supuestas liberadoras de las mujeres, apoyándose en la excusa de una imagen distorsionada y satanizadora de los hombres, sumada a un nuevo puritanismo sexual muy arbitrario, recalcitrante y cerrado a cualquier argumento, incluidos los más científicos y constatables de todos, pueden ocultar su tendencia a oprimir y alienar a una mayoría disfrazando el gesto dictatorial que esto implica con palabras como “tutelaje”, “liberación de las mujeres” o “lucha contra la opresión patriarcal”. ¡Cómo si la mujer heterosexual fuese una niña inmadura al lado de la hembrista, para liberarla quiera o no de un aspecto del que no necesita ser liberada, ni más ni menos que sus preferencias sexuales, salvo porque sus autoproclamadas hermanas mayores las ultrafeministas así lo han decidido! Con todo las mujeres son afortunadas, porque serían las víctimas de esta falsa violación. Pero al hombre en este caso se le consideraría culpable, y podría castigársele sólo por mantener relaciones sexuales consentidas.

Esto son ejemplos claros de feminazismo. Y aunque despropósitos como los mencionados en esta nota son en general poco expuestos y analizados frente al conjunto de la sociedad hasta sus implicaciones más evidentes, influyen cada día más en nuestras vidas a través del movimiento feminista de género, el cual camufla todo este radicalismo bajo un disfraz mucho más político, propagandístico y hábil. No en vano las agencias de comunicación hacen su trabajo. Pero en el sustrato ideológico del generismo se encuentran pensadoras como las anteriores, y otras representantes de una misandria todavía mayor. El resultado final genera un maniqueísmo negativo con los hombres, expresado en legislaciones abusivas en su contra que potencian el que cada vez más varones se alejen de las mujeres, ya que si tratan con ellas podrán sufrir mil problemas y desventajas por las causas más mínimas, como sucede con frecuencia. Y esto favorece al experimento social que sostiene que los dos sexos deben distanciarse entre sí.

Los partidos políticos que incluyen a seguidoras de esta tendencia entre sus filas y se hacen cómplices y aliados del generismo en vez de relegarlo a la marginalidad social y política que merece contribuyen a agravar este problema. Incluso a través de las subvenciones del gobierno pagamos con nuestros impuestos este despropósito, estemos o no de acuerdo con él.

Así que el feminismo radical es dogmático e intransigente, razón por la que requiere grandes dosis de fe y ceguera ante múltiples realidades para que los demás cometamos el grave error de creernos sus disparates. Como resultado inevitable cada día lo repudia más gente, de lo que me alegro mucho. Y ante esta sana conducta optan por el recurso de tildar de neomachista a cualquiera que señale sus absurdeces, abusos o venenos ideológicos sexistas, demostrando más aún su falta de criterio. Han creado su propio círculo perfecto de exclusión, sectarismo, arrogancia y análisis intelectual deficiente, pero se niegan a aceptar que los demás no queramos encerrarnos con ellas. De hecho numerosas feministas radicales aspiran a implementar su modelo de deconstrucción de la sociedad actual como paso previo al establecimiento de una civilización hembrista. ¿Deberán coartar muchas libertades personales para lograrlo? Quien diga que una parte considerable del movimiento feminista no fomenta el totalitarismo, el desencuentro entre los dos sexos y el odio contra los hombres o miente o ignora mucho sobre el feminismo.

Puede que ante lo aquí expuesto haya quien diga que esto es un ataque al lesbianismo, lo cual es falso. Se trata de una crítica a la intransigencia con la heterosexualidad defendida por las señoras Gimeno, Jeffreys o Rich, en contra de su modelo separatista. Para mí la heterosexualidad, la bisexualidad y la homosexualidad masculina o femenina son igual de entendibles y respetables en todos los aspectos y deberían ser objeto de una aceptación social y tratamiento legal similar. En cambio para estas feministas radicales el lesbianismo es la única opción, y eso sí demuestra una gran intolerancia. También prueba que algunas minorías tienden a imponer su modelo, aunque suela decirse que las imposiciones son más propias de las mayorías.

** De hecho durante los últimos años ambos sexos han aumentado considerablemente su tendencia a resultar atractivos, señal de que esta característica favorece más que perjudica a las personas que la poseen. A partir de aquí quienes plantean que el exceso de celo en el cuidado de la propia imagen es una discriminación femenina que puede afectar seriamente al autoconcepto de las mujeres y potenciar extremos negativos de obsesión por el físico o incluso trastornos graves como la anorexia, deberían para ser igualitarios calificar como discriminación masculina a aquellas acciones que realizan los hombres para resultar más atractivos a los ojos de las mujeres.

Siguiendo su propia lógica tendrían que plantear que las mujeres también pueden condicionar y oprimir a los hombres con sus gustos sexuales hasta extremos contraproducentes para su bienestar y salud. Como por ejemplo la vigorexia, trastorno de la conducta cada día más extendido entre los varones jóvenes que se caracteriza por la tendencia obsesiva a desarrollar la musculatura al máximo, incluso empleando sustancias químicas que pueden deteriorar de un modo irreversible diferentes órganos o provocar la muerte.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.