Televisión en el salón, televisión en la cocina, televisión en la habitación… ; La televisión, que en las últimas décadas, ha adquirido una enorme importancia e influencia en la vida de todos, y que puede ser un buen instrumento de enseñanza, y transmisora de valores, además de que en muchos casos es creadora de lamentables ejemplos, o generadora de conductas inadaptadas, en otras muchas ocasiones, se puede convertir en una fuente de dependencia, que cuando atrapa, dificulta una vida plena. De aliada, puede pasar a ser una terrible enemiga.
“Los programas son una excusa para presentar publicidad”, por lo que están diseñados a la perfección para atrapar nuestra atención. Y como ya desde bien pequeños somos potenciales compradores de algo, nos convertimos en potenciales fuentes de beneficios monetarios. Esto conviene recordarlo, para comprender cómo, el último interés de la industria televisiva es tenernos pegados a la pantalla, el mayor tiempo posible. Algo que consigue sin muchos problemas, a juzgar por la media del número de horas que pasamos los telespectadores frente al televisor.
No hace mucho una persona me comentaba que había observado como su mujer y él, en las llamadas telefónicas que tenían durante el día, de vez en cuando se decían: “tengo ganas de verte”, “luego te cuento”, “esta noche cuando llegue a casa hablamos”, y que comprobaba como, cuando llegaba la noche y se encontraba con su mujer, lo primero que hacían era poner la televisión y aplazar todo aquello de lo que querían o tenían que hablar. Había llegado a la conclusión de que le daba miedo estar en silencio, le daba miedo estar consigo mismo y con su mujer.
En una viñeta de Perich, aparece un señor frente a la televisión que dice: “Qué maravilla la Tele: te permite no tener que hablar en casa, y te da tema de conversación para poder hablar fuera de casa”. Algo pasa con la televisión, que para mucha gente sea inevitable verla durante todo el día, en menoscabo de la lectura, la introversión, la palabra o el movimiento.
Convertirse en teleadicto o teledependiente, implica pasar menos tiempo consigo mismo y con los demás, que por otro lado son los mejores aliados de la autonomía emocional. Actividades como la conversación, el deporte, o cualquier otro tipo de actividad encaminada al desarrollo personal queda menoscabada por la necesidad de ver la televisión. En definitiva: psicológicamente actúa de manera equivalente a cualquier sustancia definida como droga, y tiene mucho en común con las dependencias a los videojuegos, a Internet, o a las llamadas redes sociales, si bien el consumo de televisión es más pasivo.
El problema, como con las drogas, es cuando esta necesidad por ver la televisión o conectarse a la red, interfiere en la vida de la persona, y ya no se busca esa conducta para disfruta, sino para no pasarlo mal, es decir para evitar los síntomas de la abstinencia de la fuente de su dependencia, y evitar así la ansiedad de la privación.
Algunos psiquiatras, como el Dr. Enrique González Duro señalan que el potencial adictivo de la televisión es mayor al de Internet, ya que éste es un medio de comunicación, y en personas con problemas de aislamiento y de relación, la comunicación mediática puede sustituir a la interpersonal, y arrastrar a la red algunas dificultades de ésta. Para una persona con problemas de relación interpersonal, la televisión puede ser un pernicioso escondite del que, a la larga, es difícil salir.
Pasar muchas horas frente a la televisión, para un niño, implica perdida de la creatividad, pasividad física, detrimento de su capacidad de introspección, falta de concentración y trastornos en la voluntad, que deteriorarán el rendimiento escolar o la formación de hábitos. De igual modo, e igualmente implacable, actúa un abuso de televisión en adultos, parejas y familias. Algo en lo que quizá no se repare lo suficiente, y que esta en el origen de algunos problemas de pareja o de familia, ya que la televisión tiene más poder de convocatoria y convicción que cualquiera de sus miembros. Ese poder se lo hemos otorgado nosotros.
No depender de la televisión implica no emplearla indiscriminadamente (pongan lo que pongan, algo tengo que ver), verla con objetivos e intencionalidad definidas, y dejarla encendida mientras sea necesaria para cumplir dichos objetivos, y nunca olvidar que puede debilitar la voluntad del televidente abusivo.
Sería motivo de otro artículo, el estudio de valores, o los modelos que se ofrecen en los programas que, sin ser diseñados o dirigidos a los niños, son vistos por este público. Y también vendría bien reflexionar por el papel de “niñera electrónica” que tiene la televisión.