En las III Jornadas de Comunicación y Desarrollo, Frei Betto habló del empobrecimiento de América Latina en manos de un modelo posmoderno que desmoviliza a la ciudadanía y la despoja de su sensibilidad solidaria.
En pocos años, hemos pasado de un cambio de época a una época de cambios. Así comenzaba Frei Betto su análisis sobre el reto de vender la pobreza en América Latina. Por tercer año consecutivo, la ONG española SOLIDARIOS para el Desarrollo abrió un espacio para que profesionales del periodismo, profesores universitarios y organizaciones de la sociedad civil dialogaran sobre el papel de los medios en la transformación del mundo.
En estas Jornadas de Comunicación y Desarrollo, el periodista, teólogo y filósofo brasileño que fuera responsable del programa Hambre Cero en el equipo de Lula habló del cambio de un paradigma de la fe a uno de ciencia y razón en pocos siglos.
«Pensábamos que todo se iba a resolver. Pero la modernidad fracasa porque no mejora la vida de la mayoría: 4.000 millones de persones viven debajo de la línea de la pobreza; 1.300 millones debajo del umbral de la miseria», recordaba Frei Betto.
La producción de biocombustibles influye en el incremento de los precios de los alimentos que hunde a millones de familias. Los denomina Necrocombustibles, en oposición a los biocombustibles, por las condiciones en las que trabajan quienes los producen y porque alimentan coches en lugar de alimentar a seres humanos.
«Hemos llegado a la luna pero no hemos conseguido poner alimentos en el estómago de millones de personas, mientras proliferan islas de opulencia», decía el teólogo.
El capitalismo expansivo se ha vuelto recesivo en un mundo donde la especulación tiene más importancia que la producción. Al comparar los 60 billones de dólares en producción con los 600 billones de economía artificial, prueba de que el sistema neoliberal ha fracasado para 2/3 partes de la humanidad.
Enviar alimentos a los países empobrecidos impide a las personas producir sus propios alimentos, fomenta la corrupción y crea dependencia. A pesar de su visión crítica hacia el gobierno brasileño, Frei Betto reconoce la valentía de Lula al defender el protagonismo que deben tener los pueblos a la hora de salir de su pobreza y de luchar contra las barreras proteccionistas de los países ricos que les impide salir adelante.
El proyecto de una pastoral de niños reduce el Producto Interior Bruto de Brasil, pues reduce consumo de medicamentos porque los niños están más saludables. Para el teólogo, la lógica del PIB no sirve para medir el bienestar de la población y mucho menos su felicidad. Por eso, prefiere hablar de índices de desarrollo humano o, ya que «los seres humanos hemos nacido para ser felices» de «Felicidad Interna Bruta».
El escritor criticó el modelo posmoderno del mercado que, en sus palabras, «no quiere formar ciudadanos, sino consumidores». Considera que la televisión e Internet se han convertido en los principales agentes de la desmovilización ciudadana, pues dejan de lado la parte cultural que «engrandece el espíritu» y fomenta una conciencia crítica. En su lugar, bombardean las 24 horas con entretenimiento que «no toca nuestra subjetividad, sólo nuestros sentidos para lograr una hipnotización colectiva». Puro onanismo electrónico, sentenciaba el teólogo.
En la posmodernidad, el tiempo ha dejado de existir como proceso histórico para convertirse en un tiempo circular, como en la época de los griegos. Ese círculo es el que lleva a la gente a afirmar que «el hambre nunca va a acabar» y «siempre habrá guerras». En este proceso, el desdibujamiento de las utopías ha alienado a las personas, les ha quitado sensibilidad hacia la pobreza y ha roto los vínculos de solidaridad.
«Cuanta menos utopía más droga. No podemos vivir sin sueños», decía Frei Betto, y recordaba que nosotros tenemos la edad del universo, pues somos producto de una evolución en el tiempo.
A pesar de que Copenhague ha quedado en papel mojado por la falta de voluntad política de las grandes potencias mundiales y de que el recién galardonado Nobel de la Paz se ha negado a firmar el tratado internacional contra las minas antipersona, el teólogo brasileño recomienda que «guardemos el pesimismo para días mejores».
En América Latina se empiezan a dar los resultados de una integración largamente buscada y del camino democrático popular que muchos gobiernos han emprendido para acabar con un colonialismo que se ha manifestado de distintas maneras durante siglos.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista