A menudo escuchamos que «somos como somos», y esta afirmación resignada considera que estamos poco menos que obligados a repetir nuestras propias tragedias causadas por lo que se define como «la condición humana».
¿Es esta nuestra verdadera condición?
¿Cuántas veces hemos oído decir que no tenemos otra opción que aceptar nuestras miserias porque son intrínsecas a nuestra especie? ¿Lo son en verdad, y sin solución?…Porque si es que somos así , como las plantas, los animales o las piedras son de esta o aquella manera, como algo que pertenece a nuestra esencia, estamos en un callejón sin salida, condenados sin duda a perpetuar nuestros errores y a estrellarnos contra el muro del fondo, o sea, contra nuestra condición humana inferior, incapaz de sortear sus limitaciones para un salto evolutivo que el resto de la naturaleza cumple, por cierto.
¿Somos acaso una excepción universal?…¿Qué nos limita e impide seguir un plan evolutivo a la mayoría de los seis mil millones seiscientos mil habitantes del mundo? Si no fuéramos inteligentes podríamos decir: nuestra inteligencia. Si no fuéramos sensibles, podríamos decir: nuestra insensibilidad. Si no aspirásemos a una vida mejor y más feliz podríamos decir: nuestra resignación. Si hubiésemos renunciado a algún tipo de fe, podríamos decir: nuestra desesperanza. ¡Pero ocurre que poseemos esas cualidades y deseamos verlas realizadas!
Otra cosa es el ver cómo actuamos con esas potencialidades, descubrir el poder que hemos otorgado cada uno a nuestro lado oscuro y ver el modo de iluminarlo, porque nuestro lado oscuro existe, efectivamente, y es nuestro yo inferior, el ego que dice: primero yo, enmedio yo, y luego yo. Es la enfermedad del «yoismo».
Si reducimos nuestra inteligencia a lo que da de sí nuestro intelecto, reducimos nuestra capacidad de comprender y nuestros horizontes, pues el cerebro no es el lugar donde se fabrican las emociones ni las intuiciones que trascienden al intelecto. Sin embargo recibimos una educación intelectual, el mundo está dirigido por intelectuales y no por sabios, y muchos miles de millones les admiran, imitan u obedecen. Pero nuestra esencia no es intelecto, no es esta nuestra verdadera condición: es algo que pertenece al “afuera” de nosotros, algo aprendido en el mundo.
Si reducimos nuestra sensibilidad a las cargas emocionales construidas con emociones prefabricadas intencionalmente dirigidas hacia el sentimentalismo- con las que se nos apabulla en los llamados medios de comunicación – o se nos deforma la sensibilidad mediante la educación y las familias, esa no es nuestra verdadera condición: es algo aprendido en el “afuera de nosotros”, algo aprendido en el mundo y para servir al mundo.
NOSOTROS ELEGIMOS
Si nos resignáramos a vivir con lo aprendido como estamos viviendo hoy día, con los programas mentales y las pautas emocionales que se pretende debemos tener para que la sociedad no cambie sus cimientos podridos, no podemos más que retroceder paso a paso hacia la barbarie. O somos capaces de cambiar en el interior de nuestra mente y de nuestra conciencia esos programas desde los cuales hemos ido construyendo nuestros propios programas de comportamiento personal y social, o no habría más que retroceso hacia la barbarie, de lo que tenemos bien sobradas muestras en los tiempos actuales, porque este es exactamente nuestro mundo. Es nuestro mundo, pero esta no es nuestra verdadera condición, sino una condición aprendida y consentida.
Hemos sido domesticados como especie por las fuerzas contrarias a la evolución humana y los brotes de rebelión contra estas fuerzas para mostrarnos nuestra verdadera condición y las pautas para dar el salto evolutivo personal siempre han sido perseguido y severamente castigados. Sócrates y Jesús de Nazaret son la muestra privilegiada de una lista de los muchos miles que dieron testimonio con su vida de que existe una muy diferente condición de la humanidad: una condición superior, una condición trascendente, una condición divina. Jesús nos mostró nuestra condición divina y nos dio las claves para retomarla: libertad, igualdad, fraternidad, unidad y justicia. Estos principios muestran el reverso de la condición mundana que prevalece en nuestros días, pero son a la vez el deseo de los muchos que queremos otro mundo y por lo que tantos han dado su vida.
Recordemos que no somos seres intelectuales, sino espirituales y racionales, que es no es lo mismo, y que el mundo espiritual nos recuerda que el sentimiento, y no el intelecto, es el balance de nuestra conciencia.
Los conceptos espirituales que no son vividos racionalmente y llevados a la práctica conducen al fanatismo. Y el mundo actual está dirigido por fanáticos: fanáticos religiosos, pero también de las finanzas y de la política. Su fanatismo sostiene lo «demasiado humano» que se opone a lo divino desde el intelecto mal usado, la irracionalidad como sistema, los dogmas en cada campo como justificación, la violencia como seguro de vida, el sentimentalismo -y nmo los sentimientos auténticos- como base emocional y la sumisión al principio de autoridad como exigencia en toda época y lugar. Este es el sistema que pretende anclarnos en nuestra condición humana inferior y nos conduce al caos. Contra él podemos actuar desde el convencimiento de nuestra condición superior divina y mediante los cambios correspondientes en nuestro modo de pensar, sentir y actuar.
¿Es posible realizar en nosotros los cambios que conduzcan hacia un mundo de libertad, igualdad, hermandad, unidad y justicia?…Si no fuera posible no habría esperanza alguna para la humanidad. Pero gracias a la fuerza redentora de Cristo será posible, porque Á‰l lo prometió cuando nos habló de Su segunda venida en cuerpo espiritual y del futuro Reino de Paz en la Tierra, en la que los demonios serán atados por mil años antes de permitirles, y esta vez sin éxito para ellos, tentarnos de nuevo. Mefisto ha sido ya derrotado en los planos superiores. Ahora nos toca a nosotros, si queremos, arrimar el hombro en el sentido que Cristo nos indica, porque estamos llegando a un punto en que es imposible ya ser neutrales: o se está con Dios o con sus contrarios, y eso implica una elección tan libre ( por el uso del libre alberío) como forzosa en el mundo que nos está tocando vivir donde la cosecha de muchas siembras de acciones negativas está ante nuestros ojos. Y este sería, a mi entender, el trasfondo espiritual del movimiento mundial por la justicia social, política y financiera. Es tiempo de elecciones, desde luego, pero mucho más definitivas y útiles que las que se hacen en las urnas,porque si estas nos afectan durante cuatro años, la otra, la interior, puede afectarnos cuatro mil, por ejemplo.