Distintos tipos de personas. Básicamente, podríamos encuadrarnos dentro de cada uno de los grupos que conforma la totalidad del conjunto humano. Por supuesto, no somos algo en concreto, al igual que no somos depresivos, ni tristes, ni alegres. Más bien un poco de cada. Dicho de otra forma, podríamos formar, en mayor o menor medida, parte de varios de los estereotipos que podríamos llegar a crear mediante una clasificación en función de nuestras características.
Bien, ¿de qué quiero hablar, hacia dónde me dirijo?
Quiero centrarme en algo concreto, en dos tipos de personas. Por un lado están aquellos que se enfrentan a la vida con una actitud abierta, reflexiva, y que intentan estar atentos a cuanto les rodea para poder ir aprendiendo cada día un poco más, y por otro lado están aquellos que ante cualquier situación a la que los expone la vida, adquieren una actitud superior, se nombran a sí mismos conocedores máximos de aquello de lo que tratan, y más que intentar aprender de lo que están observando, se dedican a exponer lo que ellos saben, o a llevar la contraria sin ningún tipo de fundamento ni razón.
El primer grupo, aquél que componen quienes van por el mundo con los ojos abiertos y con sus sentidos puestos en cuanto observan, realmente se va quedando sin adeptos. A diario me relaciono con personas de distintas creencias en mi trabajo, hablamos de cualquier tema, da lo mismo sea política, amor, economía o de cómo las palomas se cagan en los bancos de los parques. Es indiferente. Bueno, a mí me gusta observar y escuchar, y me doy cuenta de que cuando alguien está hablando, no se está expresando de forma sosegada y tranquila, pues el otro ya está con la escopeta cargada para repeler el ‘ataque’, y en lugar de escuchar, está preparando su propio argumento, basado, obviamente, en los razonamientos de otro. Es decir, que ni siquiera se ha planteado el llegar mediante la reflexión y por sí mismo a determinadas conclusiones.
Como digo, en este primer grupo cada vez se encuentran menos personas. A la mayoría nos gusta hablar, llevar la razón, que nos aplaudan, experimentamos orgasmos constantes cuando tenemos a un auditorio con la boca abierta, cuando nos dan la razón y asienten con la cabeza, cuando notamos que sabemos más que quien tenemos delante y se lo transmitimos, no para que aprenda, si no para que se dé cuenta de lo que sabemos y de cuán superiores somos.
También hay, eso es cierto, personas aquí dentro. Escuchan, preguntan, intentan comprender desde la imparcialidad y no desde una mente sesgada y llena de prejuicios.
Me quiero centrar en el segundo grupo, ese que ha despertado en mí la imperiosa necesidad de escribir lo que estoy escribiendo. Este grupo, como digo, está repleto de seres que admiran a otros, que creen a pies juntillas cuanto dicen, y que en cualquier situación interpersonal aprovechan la ocasión para lucirse ante el público. Y repito, aquí no importa el mostrar, el enseñar y aprender, lo que cuenta para ellos es lucirse. ¿Por qué? Quizás sea una necesidad insatisfecha, una baja autoestima que desde niños les lleva a querer destacar, aparentar, porque en el fondo tienen la necesidad de que los demás los vean como seres superiores, ya que ellos, por el contrario, se ven como una mierda. No lo sé, quizás haya algo tras todo esto.
Para terminar me gustaría hacer una reflexión en cuanto a este grupo, es decir, el grupo en el que nos encontramos casi la mayoría de nosotros.
Hemos de parar un día y preguntarnos. ¿Realmente escuchamos, realmente miramos e intentamos comprender cuanto a nuestro lado acontece? En la mayoría de las ocasiones en que tenemos la oportunidad, no lo hacemos. Y por supuesto, no me refiero a no discutir, porque si no lo hiciésemos, caeríamos en el error de aceptar a pies juntillas aquello que nos cuentan, sin ser objetivos ni críticos, y creo que esto es inaceptable. Hemos de tener una mente abierta que nos permita escuchar, mirar… Y analizar sin rechazar previamente. ¿De qué nos sirve ir por ahí dando ponencias sobre cuanto sabemos o creemos que sabemos? Dejemos a un lado ese ego hambriento, ese ente que somos y que en muchas ocasiones necesita de un flujo de alimento constante que confirme su existencia. Caminemos por la vida con la actitud con la que lo hacen los niños, abiertos a cuanto ven y sin ideas preconcebidas. Observemos y analicemos, para aceptar o declinar.
Y por último, para no ser yo el pedante, invito a todo aquél que quiera a rebatir cuanto aquí digo, porque en el fondo, no es todo esto más que la mera opinión de uno que tiene la posibilidad de opinar de cuanto quiera.