Aprovechando que el Pisuerga pasaba por Valladolid, Paul Krugman que, probablemente, ni conozca Valladolid ni haya oído hablar del Pisuerga, ha decidido cargar una vez más contra el Euro y su existencia, como si la figura de una moneda que pudiera hacer frente a la supremacía solemne del Dólar le incomodara en su condición de súbdito estadounidense, él que tan independiente se ha mostrado en tantas ocasiones, y tan acertado en tantas otras.
No seré yo quien contradiga a un Premio Nobel (de momento mi arrogancia no llega a un grado tan elevado), pero es cierto que en esta ocasión su opinión es algo sesgada al reclamar la salida de los países europeos del Euro, dejando que la moneda caiga por su propio peso, sin incidir en las consecuencias políticas y económicas que este hecho tendría en el medio-largo plazo, ni en las soluciones que se pueden aplicar para defender la moneda europea.
Si permitimos que el Euro caiga y todos los países que lo conforman recuperaran sus monedas nacionales entraríamos en una situación económicamente caótica, con deudas infladas por un cambio desfavorable y exportaciones poco competitivas, con lo que el futuro económico europeo sería muy, pero que muy negro. Sin olvidar, desde una óptica más política, que ello provocaría un regreso preocupante a los nacionalismos más arcaicos, haciendo retroceder nuestras sociedades en, al menos, setenta años.
Alguien debería de informar al señor Krugman, y a todos los que opinan como él, de que el proceso de integración europea es la evolución social más apasionante y ambiciosa que se ha dado en la historia de la humanidad, la primera vez que un grupo de países soberanos deciden de manera voluntaria ceder parte de su soberanía para formar un grupo transnacional de mayor envergadura. Este hecho histórico debe de ser apoyado hasta sus últimas consecuencias porque las sinergias positivas que genera son inmensamente superiores a las consecuencias negativas que pueda provocar.
Una integración que lejos de detenerse o retroceder, debería de seguir avanzando hacia una integración fiscal, verdadera tabla salvavidas del Euro, la cuál permitiría la toma de decisiones autónoma de las autoridades comunitarias, así como una política fiscal común, garantizando la defensa de los países más débiles ante los especuladores menos éticos.
En definitiva, todos deberíamos de alzar la voz ante los agoreros como el señor Krugman y clamar a los cuatro vientos que la única solución a nuestras economías es avanzar en el proceso integrador, nunca retroceder para dejar caer el Euro. ¡Eso es lo que a ellos les gustaría!