He aquí el rostro satisfecho del energúmeno que, fiel a las costumbres arcaicas de un salvajismo indefendible, enarbola orgulloso la lanza enhiesta con la que ha matado cruelmente, por mera diversión, a un toro acorralado por una turba sedienta de sangre y carente de sensibilidad y civilización.
Podría ser la cara de un troglodita que, reivindicando las tradiciones atávicas de su tribu, se cree con derecho de matar a un ser vivo para regocijo de unos vecinos anclados en los estadios previos a la Humanidad. Acude a la tradición en defensa de una conducta irracional, tal y como lo hacen los defensores de la ablación del clítoris en ciertos países o de la lapidación de condenados en otros.
Esta es la “fiesta” que se promociona como torneo del Toro de la Vega, en la localidad supuestamente moderna de Tordesillas (Valladolid) y a la que se adhiere el satisfecho portador del instrumento de tortura animal que muestra la imagen.
Ocurrió esta semana, en la España de 2014, aunque sus habitantes continúan comportándose con la mentalidad de sus ancestros medievales.