Economía

Trabajador autónomo (esa extraña enfermedad)

Un día decidí poner un negocio, sí, con la que está cayendo, porque conozco mi sector y entiendo la tendencia actual de la demanda, un negocio que me diera la tranquilidad moral del trabajo autónomo y la satisfacción profesional del empezar desde cero, desde la nada más absoluta.

El establecimiento estaba bien, necesitaba una pequeña reforma, pero nada más, muchas posibilidades, que se dice ahora por las agencias inmobiliarias de postín. Un par de cambios y a funcionar, un par de agujeros en las paredes y a ganar dinero.

Craso error, amigo, craso error. Una reforma es el mejor ejemplo de una historia interminable, una historia en la que yo ponía el dinero y sólo recibía promesas incumplidas a cambio, una historia en la que postergas la fecha de apertura un día sí y otro también.

El albañil empezó tarde, porque a pesar de la crisis tenía 20 obras abiertas, y hay días que más, el fontanero no podía empezar hasta que el albañil no hubiera hecho las rozas, el del aluminio no podía hacer nada hasta que el fontanero no hubiera terminado, el carpintero no quería saber nada de la tarima hasta que los agujeros que se iban a hacer, pero que ni se habían diseñado todavía, estuvieran cerrados, y el pintor aguardaba a que todos terminaran para iniciar su trabajo.

Es la pescadilla que se muerde la cola, un continuo proceso caótico que al final termina funcionando sin novedad en el frente, al igual que el tráfico en los países asiáticos, sin que parezca que haya una razón lógica para que circulen los coches, pero haciéndolo con una coordinación sorprendente.

Entonces, decidí salvaguardar mi salud mental, ya muy desmejorada como demuestra el hecho de abandonar mi puesto de trabajo, de buen prestigio y salario más que aceptable, por una travesía sin puerto en el que encallar, intenté proteger mi salud mental, decía, adelantando el papeleo administrativo, pensando, inocente de mí, que sería algo sencillo.

El funcionario de una ventanilla me mandó a otra, el de ésta a la primera, que me mandó a una tercera abroncándome por no haberme explicado bien, pero el de la tercera se acababa de marchar a tomar café, que pena, si hubiera llegado cinco minutos antes. Los papeles iban despacio, hay que presentar miles de requisitos, cientos de fotocopias y pagar, pagar y pagar.

Pero al final todo terminó, no sé como pero un día cualquiera, como hoy, como ayer, como mañana, la obra terminó y el negocio estaba listo para abrir. Lo miro desde la calle, sorprendido por tamaña visión.

Ahora ya puedo trabajar 24 horas al día y olvidarme de vacaciones, ¡qué feliz soy!

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.