Sociopolítica

Trajín

En eso ando. El tiempo se estira en Castilfrío, pero no lo suficiente. Necesitaría jornadas de cuarenta y ocho horas en las que cada una de ellas tuviera ciento veinte minutos. No doy abasto. Quien mucho abarca…

¿Cabe ser intenso siendo extenso o se trata de dos apuestas incompatibles?

Jodorowsky no lleva reloj. Eso me sorprende y me admira. ¿Cómo se las apaña? Me gustaría emularlo, pero no me decido a hacerlo.

Ayer, jueves, nevó en Castilfrío. Menos mal que el miércoles lució un sol espléndido, seco, frío, metálico, ventoso, característico de ese país de las maravillas que es el Alto Llano Numantino. Medio centenar de periodistas y otros tantos vecinos del pueblo o de la zona y amigos llegados de otras partes asistieron al bautizo de mi última novela y rindieron honores póstumos al gato que lo protagoniza.

Estábamos en la iglesia del pueblo, cuyo uso había autorizado el obispo del Burgo de Osma, un hombre de bien al que ya tengo por amigo. Eduardo Aute, otro amigo del alma, estrenó su canción “Gato de Arigató”. Con ella dará a conocer el nombre de Soseki en todas las Españas y todas las Américas.

El acto salió redondo. Fue cordial, simpático, afectuoso y emotivo.

Al día siguiente bautizamos al hermanillo de Soseki con unas gotas de MÁ¶et Chandon -a tal señor, tal honor- junto a la lápida de su hermano y bajo el olivo de mi jardín. Yo fui el sacerdote y Alicia Mariño, autora del haiku inscrito sobre esa lápida, la madrina. Elena Figueroa sostuvo la pila de cerámica de Talavera aportada por el notario de Madrid Antonio Pérez. Testigos de la ceremonia fueron Silvia Grijalba, Ramón Blecua y Naoko. Impusimos al catecúmeno el nombre de Sensei, palabra japonesa que significa “maestro”.

El haiku de Alicia reza (nunca mejor dicho): “Ser como tú, / surcando el infinito, / tigre de luz”.

Y ahora, mea culpa, pésame, Señor… Prometo que no volveré a hablar de mi gato hasta el año entrante.

La vida sigue o, mejor dicho, vuelve a sus cauces: Dragolandia, El Lobo Feroz, Las Noches Blancas, Isabel Gemio, Julia Otero, mis memorias, interrumpidas por la muerte de Soseki…

¡Caramba! Ya he incumplido mi promesa.

El 12 de diciembre, Dios y Eolo mediantes, me iré con Miguel de la Quadra y su Ruta Quetzal a la isla de Juan Fernández, alias Robinson Crusoe. Y de allí, ya sin los marañones de Miguel, seguiré por tierra hasta el extremo meridional de Chile y Argentina y subiré hacia Buenos Aires.

No volveré hasta que las navidades, ese infierno, sean agua pasada. No las soporto.

Mi función en la Ruta Quetzal es la de ser, como tantas veces, en otros tiempos, lo fui, cronista de Indias a las órdenes del almirante de la Quadra.

Y esas crónicas se publicarán aquí.

Posdata – En la entrega anterior de este blog olvidé mencionar otra de las patrañas que circulan a cuento de mi persona: la de que soy vegetariano. Pues no, amigos, no lo soy. ¿Cómo voy a ser vegetariano viviendo en las Tierras Altas de Soria? Me habría muerto ya de hambre hace cosa de sesenta y cinco años. Llegué aquí, capital del chorizo, de los torreznos, del picadillo y de la caldereta, cuando tenía ocho. Esta noche, sin ir más lejos, voy a zamparme un cordero lechal expresamente asado para nosotros en compañía de José Luis Garci, David Gistau y nuestras respectivas señoras. Adónde fueres… En Chile y Argentina serán bifes, asados de tira, churrascos y cuanto la vaca ofrece. ¿Gustan? ¡Hamdulilá!

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.