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Trasplantes: entre el negocio, la ignorancia y el egocentrismo

Trasplantes: entre el negocio, la ignorancia y el egocentrismo

¿QUÁ‰ SE RECIBE Y QUÁ‰ SE DA EN UN ÁRGANO TRASPLANTADO?

Hace poco una presentadora de televisión puso el dedo en la llaga sobre un tema que por lo visto es tabú. La presentadora se preguntaba si cabría la posibilidad de alguna relación entre la persona que recibía un trasplante de órgano de un muerto y el alma del donante. No defendía esta hipótesis, sino solo enunciar la posibilidad de que un órgano estuviese impregnado de alma. Inmediatamente todos los demás medios se le echaron encima, burlas incluidas, amparados por las autoridades médicas, hasta el punto que la presentadora tuvo que pedir disculpas alegando que era donante y que sólo pretendía plantear un interrogante.

No sabía ella hasta qué punto este era un tema tan intocable como la misma Iglesia, la monarquía o el ejército en un país donde los españoles somos oficialmente católicos y monárquicos, donde la institución militar es la mejor considerada y en el que nos mostramos los más generosos de todo el continente a la hora de donar órganos, lo que justifica que el tema de los trasplantes ocupe hasta a los guionistas de tv.

En una famosa serie sobre los problemas en los hospitales pudimos ver a una mujer con trasplante de riñón que tiempo después, arrepentida de su decisión, no quería llevar más el órgano de un muerto. Angustiada rogaba al equipo médico que se lo extirparan. Prefería volver al tormento de la diálisis antes que sufrir este otro de llevar consigo parte de un cadáver. Pero se encontró con la negativa de los médicos. Para ellos, ese proceso era irreversible y la mujer tenía que comprender que había costado mucho dinero y la intervención de muchas personas con una refinada tecnología. No importaba el problema emocional de la mujer, ni su angustia, sino esas otras razones y su propio punto de vista, el punto de vista oficial, que considera a los pacientes como máquinas físicas conformadas por piezas intercambiables. Para la ciencia materialista al uso, el alma y el cuerpo no tienen nada en común, y menos cuando se considera que no existe alma alguna, como muchos médicos afirman.

En cualquier caso, los trasplantes son incuestionables para todos ellos, aunque se encuentren con experiencias de arrepentidos angustiados de los que nunca se habla y conozcan ejemplos de trasplantados cuya personalidad cambia tras recibir algún órgano de un fallecido, o tras una simple transfusión de sangre. Seguramente atribuirán esos cambios a otra clase de problemas personales totalmente ajenos a la cuestión. Y aunque la medicina oficial hable de enfermedades psicosomáticas, aceptando que los sentimientos y pensamientos pueden ser determinantes en la aparición de una enfermedad, lo que implica una relación de causa- efecto entre los estados anímicos y el cuerpo físico, en este campo concreto se ignora ese criterio sobre el ser humano , lo que favorece que el asunto de los trasplantes se convierta en un gran negocio hasta el punto de existir un mercado negro de mafias internacionales especializadas en el contrabando de órganos. Mafias, por cierto, que nunca se investigan, lo que da idea de su poder y de su amparo extraoficial en la sombra.

Vemos, pues, que existen poderosas razones para que el tema de los trasplantes sea incuestionable: las filosóficas materialistas médicas justificadas oficialmente por una desvirtuada idea del humanitarismo, por una parte, y los repugnantes intereses comerciales de intermediarios e industrias farmacéuticas donde no tienen cabida las emociones del donante ni del receptor, que además necesitará ser tratado de por vida con fármacos para contrarrestar el rechazo de un órgano ajeno. Tal aspecto- el del rechazo- podría servir de advertencia acerca de que se hace algo contra las leyes de la naturaleza, y por eso la del enfermo, su sistema inmunológico, reacciona. Y esta reacción tiene mucho que ver con el psiquismo tanto del donante como del receptor. Por tanto, con el alma de ambos que no se respeta en ningún caso. Pero a los médicos ¿quién les habla del alma, portadora de esencia divina, cuando consideran que solo existen cuerpos formado por piezas intercambiables? Más aún: ¿quién dice que los médicos están a favor de las leyes divinas o de la naturaleza cuando juegan ellos mismos a ser dioses que se otorgan el derecho a cambiarlas y manifiestan un desdén prepotente incluso hacia las medicinas naturales alternativas?

Y es ahí donde aparece una gran contradicción en la medicina oficial. Si la propia ciencia médica acepta la relación causa- efecto entre las emociones que proceden del alma y los órganos corporales cuando habla de enfermedades psicosomáticas, ¿podemos aceptar que el cuerpo, con todas sus células, órganos, aparatos y sistema sanguíneo y linfático es un campo de manifestación de nuestra forma de pensar, sentir y actuar? Parece obvia la respuesta: todo nuestro organismo sin excepción está impregnado de nuestra personalidad. Así que cuando se declara el paro cardíaco de un donante voluntario, y se le amputan partes de su cuerpo, los órganos extirpados están impregnados de su forma de ser, su código genético y su sistema inmunológico a nivel celular. O sea: lo que va a ser trasplantado le pertenece única y exclusivamente a él, al presunto muerto. Pero el presunto muerto no lo está del todo. Si lo estuviera, sus órganos, en proceso de descomposición, no serían aptos para un trasplante. De modo que hay un periodo de tiempo entre la muerte aparente- el paro cardíaco, la muerte cerebral- y la muerte celular orgánica. Y durante ese periodo de tiempo el alma no ha terminado de dejar el cuerpo donde habitó, pues el proceso de abandonar el cuerpo dura fácilmente varios días, lo que explica por qué no se entierra o incinera inmediatamente al difunto. Y ¿qué ocurre cuando no se respetan los tiempos? Que el cuerpo aún siente dolor aun cuando no dé señales de vida, pues el alma que porta la vida se está retirando de las funciones biológicas y de expresiones visibles, y como aún está conectada al que fue su morada física, el presumible muerto sufre increíblemente cuando le amputan el órgano que va a ser donado; dolor inmenso que acompaña al resto de informaciones biológicas y de personalidad que eran para su uso exclusivo. Y esta es la herencia del receptor, cuyo sistema inmunológico se defiende de un modo natural y sano contra el órgano intruso, mientras su alma recibe el impacto emocional y de la personalidad del donante. ¿Con qué consecuencias anímicas y sobre la personalidad del receptor? Difícilmente un gobierno subvencionará tal investigación.

Creo, para terminar, que la mencionada presentadora de TV fue demasiado tímida y aún así tuvo que pedir disculpas para que el Sistema pueda seguir manteniendo en ignorancia a donantes y receptores sobre las consecuencias de sus decisiones en este terreno. Aunque, ¿quién puede asombrarse todavía de tal cosa?

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.