Sabemos que hace milenios que el mundo está mal, pero ahora está peor que nunca
- También hace milenios que existen partidarios de cambiar el mundo. El grupo más común es el de los ‘escribas y fariseos’, representados por la mayoría de intelectuales, que son gentes con ideas que no les tocan el corazón, aunque hablan de cambiar el mundo de acuerdo con ellas. Pero no están solos.
Los partidarios de cambiar las cosas pertenecen a varios grupos
El primero se presenta como Reformador Social
Quiere mejorar las condiciones de los trabajadores o de los ciudadanos, según el caso, pero sin hacer enfadar al patrón, porque el patrón los tiene en nómina bajo el epígrafe: “Subvenciones a sindicatos y partidos, liberación de cargos sindicales y políticos, y otros privilegios”. Ninguno de ellos, como es propio de su condición, se propone cambiar el edificio, solo darle algunos retoques. Le basta con tapar – de acuerdo con el patrón- algunas goteras. Y el mundo sigue girando con toda su miseria.
El segundo grupo se presenta como Transformador Radical
Quiere cambiar el mundo de arriba abajo, pero sin que ninguno de sus miembros se plantee cambiarse a sí mismo. Probaron varias revoluciones y todas fracasaron porque los nuevos amos reprodujeron los viejos modelos. Sus artífices no reconocieron que por no aceptar su propio cambio, no habrían de tener cabida en su mundo ideal de hombres perfectos en una sociedad perfecta. Allí, sus habitantes les rechazarían por primitivos.
El tercer grupo se presenta como Reformador Religioso
Es como los dos anteriores, pero guardan una estética diferente. Eso, sí: solo la puesta en escena y el vestuario. Por lo demás, viven en palacios y del idealismo hipócrita con la falta de compromiso en el propio cambio que caracteriza a los intelectuales de cualquier otro signo. Aceptan encantados ser mantenidos por los otros dos grupos y a la vez pretenden dominarlos para vivir con sus propias leyes, que, por cierto, contradicen a las que dicen respetar cara a la galería y que constituyen sus señas de identidad oficial. Estos son los peores de los aspirantes a arquitectos mundiales. Se llaman iglesias, y hay variedad.
Por último, están los Trabajadores del Interior
Estos aspiran a cambiarse a sí mismos para empezar el trabajo. Mantienen el principio de que la sociedad muestra, a gran escala, quiénes son los individuos que la formamos, igual que un organismo da testimonio de la salud o enfermedad de sus células.
Defienden estos rebeldes que solo una mente liberada de prejuicios y deseos de riqueza, poder y prestigio; solo una mente independiente y crítica es capaz de transformar el mundo. Defienden que si tal cosa no ha sido posible hasta hoy es debido a la existencia de profundas miserias en el corazón humano. Por ello se esfuerzan por vivir según las leyes de la conciencia tales como la Regla de Oro: “Lo que quieras que te hagan a ti, hazlo tú primero a otros”, o “No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti”. Principios sencillos y contundentes.
Muchos de estos” trabajadores del interior”, manifiestan su rechazo a los grupos anteriores por considerar que se quedan a medio camino, y manifiestan que nadie ha desacreditado tanto al cristianismo como los supuestos cristianos; que nadie ha desacreditado tanto al marxismo como los supuestos marxistas; que nadie ha desacreditado tanto la democracia como los políticos supuestamente demócratas, ni a la familia patriarcal como el machismo, ni a la propiedad como los propios capitalistas. Todos ellos han modelado sus principios y actuaciones hasta confluir en esto que se viene llamando ‘El Sistema’, y que dirige el mundo bajo una u otra capa de barniz, bien sea religioso, político, social, o económico. Un barniz de mentiras tan superficial que no resiste ni el empuje de una uña de verdad para quedar en evidencia.
Así que hemos llegado a un punto en que es preciso rescatar la espiritualidad, de las Iglesias que la convierten en religión; la democracia, de los Parlamentos donde está secuestrada; la política, de los políticos que la monopolizan; la familia, del machismo patriarcal; la verdadera Ciencia, de los científicos que juegan a ser dioses; el dinero, de los usureros sedientos de poder. Y para ello, concluyen, cada uno debemos tener la fuerza interior que nace del cumplimiento de las leyes espirituales para evitar ser manipulados por los diversos arquitectos del Sistema, pues solo a partir de esa fuerza es posible operar cambios estructurales profundos y duraderos.
Trabajar por una nueva humanidad civilizada habitando una casa-mundo reconstruida antes que nada en el interior de cada uno es el gran reto que hoy tenemos ante nosotros. De esta victoria íntima, personal, depende sin duda la gran victoria final. Lo demás es empezar la casa por el tejado, el derrumbe final del castillo de naipes con el que juega esta humanidad a construir el mundo.