En este país nuestro ocurre en política algo similar a lo que pasa en los entierros. La mayoría ensalza supuestas virtudes del muerto, cuando nadie ignora que en vida era un auténtico canalla. Tal apreciación suele aplicarse a los políticos al ser cesados. Todos conocían su ineptitud pero, cínicamente, nadie escatima besos, abrazos, suerte y buenos deseos para el despedido.
Viene a colación la anterior reflexión para todos aquellos que, con un grado de hipocresía superior, han criticado la fría despedida que le fue otorgada al Presidente del Gobierno. Ese mismo día, a la salida del Congreso, Zapatero manifestó “sentirse orgulloso de haber representado a la ciudadanía y hecho todo lo que estaba en su mano por España, deseando que las cosas vayan mejor para el país y las personas con más dificultades”. Soltar semejantes necedades que no son discutidas ni discutibles, es simple y llanamente un tópico para salir del paso. Lo suyo, cuando menos, por un ejercicio de mera prudencia, si no posee más recursos, habría sido el observar un discreto silencio, pero no pudo o supo contenerse.
El legado zapateresco cedido a los españoles tras sus dos insufribles legislaturas no tienen parangón: casi cinco millones de parados con una tasa de desempleo juvenil del 45%. La deuda superando los 700.000 millones de euros y nuestra renta rozando los niveles del 2004. A lo que habría que añadir el haber propiciado grandes dosis de odios, rencores y separatismos sembrados por este paladín de las ocurrencias, despropósitos e improvisaciones. Como ha afirmado el presidente del PP nos ha regalado una “herencia envenenada”.
Juzgando por resultados, que es lo procedente, su gestión ha sido la más negada desde que gozamos de democracia. Pretender ocupar un puesto sin la adecuada preparación y aptitudes como hizo ZP, es una osadía. Afirmar por norma que todas nuestras desgracias obedecen a factores exógenos, o responsabilizar “a la crisis mundial que nos invade”, en lugar de reconocer su manifiesta incapacidad es de inconscientes, cuando lo procedente habría sido presentar la dimisión.
Tratar de encontrar tres ideas, proyectos o propuestas positivas de este cadáver político sería perder el tiempo. Solo se recuerda su prohibición de fumar en los lugares públicos que tampoco comparten miles de ciudadanos fumadores. Por todo ello, es prácticamente imposible que esa legión de trabajadores sin trabajo puedan perdonar fácilmente todos los errores, desmanes y maldades cometidos, porque es muy difícil hacer tanto daño y a tantos a la vez, y Zapatero lo ha logrado.
Conste que a los ciudadanos les importa un bledo que ZP quiera dedicarse a contar nubes, estrellas o la velocidad del viento, sentado, en bipedestación o columpiándose en una hamaca, pero debe quedarle meridianamente claro que la ciudadanía le pagará con su mejor moneda: la indiferencia y el olvido más absolutos por sus ocho años dedicado a maltratar y dilapidar los recursos de nuestra nación. Cómo será que ni el mismísimo Rubalcaba quiere verle aparecer en su campaña electoral. La política es así. Hoy te quieren, pero dimitido y carente de poder…¡¡Ni en pintura!!
Buen viaje y feliz estancia en León otros 25 años más a costa del erario público. ¡¡Señor, Señor!!…¿Qué habremos hecho nosotros para merecer tal castigo?