Recordando el cuento o leyenda del Flautista de Hamelin, me asalta la duda de si al final de la historia no triunfaron las ratas ahogadas en el rio Weser, con una venganza póstuma, pues dejaron al pueblo sin sus niños y niñas.
Ratas -con dos patitas- haberlas haylas por doquier y en alarmante aumento. Uno de los mayores inconvenientes para combatirlas es que se esconden y aunque a veces son muy atrevidas, viven en subterráneos y poseen gran astucia. Lógicamente esto dificulta su persecución y a pesar de los modernos raticidas, la lucha contra ellas no es fácil. Son portadoras de enfermedades y económicamente nefastas. Su mordedura puede acarrear la temible rabia. Desde luego, como para fiarse de ellas. Los gatos, de diferente color y pelaje, las persiguen sin demasiado éxito y hasta los gatunos jefes Misifú y Zapirón, a día de hoy, tampoco han conseguido demasiado en su lucha contra estos múridos.
Así las cosas, la solución ideal sería que, como en la ciudad de Hamelin, apareciese un providencial personaje que tocando su flauta prodigiosa las embaucase de tal modo que, hipnotizadas por la dulce melodía, abandonaran el pueblo y se precipitaran en el río para perecer.
Bueno, la solución del cuento tampoco sería necesaria al pie de la letra, ya que con su desaparición sería suficiente. No siempre se tiene cerca un caudaloso río.
Después, sería menester ser generoso con el flautista para evitar su venganza y así, el triunfo póstumo de la turba rateril.
Claro que todo esto sucedería en un mundo de ilusión, pero aquí vivimos la realidad y no podemos estar a la espera del mágico flautista que nos haga el trabajo. Pues en ese mientras tanto, somos nosotros quienes debemos hacer nuestra la obligación de impedir el progresivo aumento de tan indeseables como asquerosos bichos. Y se impone la necesidad de proceder a su erradicación por una cuestión práctica de supervivencia, pero también de higiene ambiental y hasta si se quiere de estética.
Si un día apareciera el anhelado flautista, acordaremos con él el justiprecio, siendo generosos y prontos en el pago y así no peligraría la chiquillería local, ya que de repetirse lo acaecido en el cuento, las ratas ganarían la batalla después de muertas, dejando al pueblo sin niños.
En la versión que de esta historia hace R. Browning, dice: «Y frente al lugar en que se hubiera abierto la caverna, levantaron una columna, y en ella escribieron esta historia, y también la pintaron en el gran vitral de la iglesia, para que el mundo se enterase de que les habían robado a sus hijos».
Pues, eso.