“… el consejo del amigo endulza el ánimo” (Prov 27, 9)
Le dije a una hermana en la fe cristiana católica que Dios, con su sabiduría, nos da una de las cosas más bonitas que existe: La amistad.
El nos eligió para ser fiel con su amistad y amor.
La amistad, aquí en la tierra, es el afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.
Esta definición, según la Real Academia Española, nos ofrece las características herramientas para guiarnos y saber elegir a los amigos.
No porque nos saluden, nos digan cosas bonitas, vamos a creer en pruebas ya de amistad.
Si tenemos una posición económica holgada, o poder político o de cualquier otra naturaleza, se acercan y juran amistad eterna. Son capaces de atosigarnos y de convertirse en sombras nuestras.
Razón tiene Maquiavelo cuando afirma que “esos son los que juran amistad mientras una necesidad les apremia”; satisfecha, adiós luz que te apagaste, o si se cae en desgracia, ni conocen a la persona que nada mas ayer le juraban fidelidad.
Algo debemos tener presente mientras dure nuestra existencia en esta vida terrenal, que el único amigo, que jamás nos fallará, en las buenas y en las malas, es Dios. Razón tenía Job cuando se quejaba de que sus parientes se detuvieron y sus conocidos se olvidaron de él (Job 19, 14–19).
No quiero caer en la radicalidad diciendo que en la vida terrenal no tenemos amigos; pero ¡cuidado! si con los dedos de las manos no te sobren dedos al momento de contarlos. Conocidos ¡uh! abundan.
He tenido y tengo amigos que han reunido las características expresadas en la definición. Amigos de verdad, unos hermanos, incluso, mejores, que aquellos que la biología nos otorgó.
Un amigo, sostiene el dicho popular, es un tesoro que hay que cuidar.
Nuestra Sagrada Escritura, nos cita ejemplos de amistad. En el libro de Rut, que recomiendo por la eterna amistad de Rut con su suegra, un libro de la Biblia bellísimo; otro caso, el de la amistad de David y Jonatán (1 Sm 18, 1); la de Eliseo y Elías (2, Re 2, 2). Es innegable que las amistades, así entendidas, glorifican a Dios. Y que decir de Jesucristo, capaz de dar la vida por un amigo.
Hay que seguir el ejemplo de Abraham que fuera llamado amigo del Señor.
La historia nos enseña de grandes amistades. Bolívar con Sucre; Freud y Jung; John Lennon con Paul Mcartney; Vicente Van Gogh y Gauguin; Borges y Bigy Casares… No penetro en el ámbito de la política porque parece que allí escasea la consecuencia con el amigo. Parece que tiene que morirse para fingirle amor y ocultar así las felonías.
Felonía viene de felón y significa traición, deslealtad, acción fea, cruel, malvado… prueba, no pocas veces exhibida, de la condición pecadora humana que nos viene desde Adán.