Es conocida la historia de aquel hombre de paz que estaba tumbado en una playa tomando el sol.
Dicen que sucedió en Grecia, pero puede haber sucedido en cualquier lugar en el que alguien acierte a abrir los ojos y a saborear la vida con sus infinitos dones.
Pasó por allí una persona respetable que censuró su actitud diciendo:
– ¿No te da vergÁ¼enza estarte ahí tumbado tomando el sol, y sin hacer nada útil?
– ¿Y por qué habría de darme, si me encuentro tan a gusto?, – respondió el pescador con una abierta sonrisa.
– ¡Porque podrías salir a pescar como todo el mundo!
– Ya he salido en mi gamela antes de que amaneciera, y tuve una pesca suficiente.
– Pero podrías salir de nuevo y conseguir más peces.
– ¿Para qué?, – preguntó el marinero sin alterarse -, Ya he pescado lo que necesita mi familia para hoy.
– ¡Pero podrías pescar mucho más y ganar mucho dinero!
– ¿Para qué? – le dijo bajando la voz pero con luz azul en sus ojos.
– ¡Pues para comprar otra gamela más grande!
– ¿Y, entonces, qué haría?, – contestó divertido el joven marinero.
– ¡Contratarías a otros marineros que trabajasen para ti y ganarías todavía más dinero y podrías comprarte más barcos! ¡Ay! Y llegarías a ser un hombre rico, con la suerte que tienes. – argumentaba lleno de convicción el hombre respetable.
– Entonces, ¿Qué haría con tantos barcos y con tanta riqueza ya que, según tú, tengo tanta suerte? – preguntó el hombre de paz, conteniendo su sonrisa y con un pícaro brillo en su limpia mirada.
– ¡Estás loco! Me preguntas que harías siendo rico y con tantos barcos y personas a tus órdenes ¡Pues pasarte el día sin trabajar y tumbarte al sol en la playa cuando quisieras! – exclamó algo fuera de sí la persona respetable.
– Amigo, ¿y qué crees que estoy haciendo ahora? – Aspiró profundamente el fresco aire del mar y se volvió a tumbar sobre la arena para ir soltándolo suavemente. Mientras, con los ojos algo entornados, contemplaba el vuelo alto de las gaviotas, y daba gracias al Cielo.