Recuerdo con cierta inmediatez -a pesar del tiempo transcurrido- el programa de TVE donde Franz Johan y Gustavo Re, dirigidos por Artur Kaps, referían rarezas del momento. Finalizaban invariablemente con la expresión: “el tonto soy yo”. Corrían los albores del decenio revolucionario. De forma desenfadada, jocosa, hiperbólica, ponían en solfa hechos y personajes de actualidad. No me extrañaría que la imaginación configurara una realidad aciaga. Hasta es posible que el dúo diseñase testimonios agridulces con envoltorio para regalo. Eran tiempos de austeridad intelectiva porque importaba atesorar bendiciones institucionales.
Hoy, no sé si con maneras diferentes o trucadas, aquel protagonismo lo acaparan políticos y medios. Remedando aquella habla particular de Johan divulgan mensajes insólitos. Les falta el estilo alegre, zumbón, de los viejos comediantes. Toscos, suelen recurrir al populismo. Avistan en él la piedra filosofal, venero de réditos colosales. Exhiben desparpajo pero les falta algunos dedos para llegar a la “marca” (magnitud que determina atributos sustantivos de asnos y équidos semejantes). Además de las diferencias formales, existen profundas discrepancias -léase divergencias- cuanto a contenidos se refiere. Aquellos, procuraban entretenimiento en la verdad. Estos, tedio en la falacia. Aquellos, nos trataban con deferencia buscando la reacción inteligente. Estos, potencian nuestra indignación al insinuar con su proceder que ostentamos unas “tragaderas” gigantescas.
Sólo con advertir las últimas noticias disponemos de material sobrante para constatar qué opinión les merece a nuestros prebostes la sociedad española. Evidencian una rotunda certidumbre sobre las entendederas de los que contribuimos a su bienestar; asimismo a sus obtusas especulaciones. Nosotros desempeñamos, a mayor gloria, el papel de meretriz indulgente que encima paga la cama. Ellos se decantan por el travestismo farsante cuyo eficaz logro ha sido transformar, tras cuatro décadas, un país esperanzado en la Casa de tócame Roque. Más por el aspecto feo, desaliñado, sin valores, que por la imagen ruinosa, tampoco desdeñable.
Esta conspiración de necios, rasgo real o consentido, la abre el señor Montoro con sus comentarios sobre la Reforma Fiscal. Exclama: “Bajar los impuestos no implica disminuir la recaudación porque aumentará el número de cotizantes. Además se reavivará la economía”. ¿Por qué los sube, pues, desde el minuto cero? ¿Se recauda mayor cantidad o no, tras anunciar que el ciudadano se embolsará unos tres mil millones de euros? ¿Acaso son ganas de tocar los dídimos? ¿Nos toma, asimismo, por descerebrados? Ante semejante papelón y la evidencia de que -pasadas las elecciones europeas- no se ha enterado de nada, me tomo la libertad de poner en su boca el tópico y famoso latiguillo: “El tonto soy yo”.
Sospecho que el amable lector estará de acuerdo conmigo si volteo el proverbio. Quedaría así: “En mi casa cuecen habas y en todas partes a calderadas”. Empleé como paradigma la expresión curiosa del ministro de Hacienda, sobre todo por el efecto económico y emocional (cabreo infinito) que provocó subiendo los impuestos, para ahora venir con estas. Al mismo ritmo baila también Cándido Méndez cuando afirma ufano que la fiscalía y la Guardia Civil “no son independientes”. Resulta, según él, que las mordidas en los cursos formativos dados por UGT se deben a que fiscalía y Guardia Civil obedecen al gobierno. Además de una acusación insustancial, el señor Méndez exhibe una jeta descomunal. Similar a la de aquella ministra “antes partía que doblá” imputada y que dice dejar la vicepresidencia del Banco Europeo de Inversión (decenas de mil euros mensuales) por el acoso del PP.
El PSOE, para congraciarse con su grey republicana, da un paso atrás a la hora de votar una consensuada Ley de Aforamiento para el rey abdicado y otras personas próximas. Unos cuantos prebostes, entre ellos el señor Montoro ponen sus ingresos a resguardo de SICAVs (Sociedades de Inversión de Capital Variable, constituidas por cantidades superiores a dos millones cuatrocientos mil euros) para cotizar al fisco el uno por ciento. La medida -evasiva de impuestos- es legal pero poco ejemplar. Irrita, ante todo, que el ministro de Hacienda, tan resolutivo con los demás, adopte una postura laxa y no dimita. Como particular puede hacer lo que le dé la gana. Como ministro, tal actitud es una inmoralidad; mayor aún teniendo en cuenta la crisis que sufre el pueblo español, a años luz de las SICAVs.
Mención aparte merecen los medios de comunicación. Renuncian a su inicial labor correctora, imprescindible en una democracia indivisa, para contribuir -olvidando la génesis deontológica- al estado explotador que nos atenaza. Es indudable que la ambición o el prurito de un predicamento alquilado insensibilizan los más nobles y leales sentimientos.
Sí, prácticamente todo el arco parlamentario nos toma por torpes. Se perciben u oyen cosas que superan toda lógica. El absurdo se materializa por boca de esta panda que practica una impunidad total en dichos y hechos. Realizan, sin determinar el grado de consciencia, parecidos sketch a los del afamado programa televisivo. Aquellos seguían el guión y clamaban “el tonto soy yo”. Estos, por el contrario, improvisan cual actores olvidadizos y murmuran “los tontos son ellos”. Esperemos que pronto se den cuenta de su error.