Si algo ha quedado claro en las últimas elecciones al parlamento europeo ha sido la grave erosión que el centrismo, en sus tres versiones, conservador, liberal y (mal llamada) socialdemócrata, ha sufrido. El también mal llamado euroescepticismo, que en su inmensa mayoría es la denuncia del déficit democrático que aqueja a la UE desde su fundación unida a una crítica de la política de recortes del estado de bienestar que ha sido la base del consenso social que ha reinado en Europa desde la postguerra, ha crecido también en todas sus versiones, de izquierda y de derechas.
Lo que parece estarse agotando es una noción simplemente mercantil y además neoliberal de Europa. Los avances hacia una mayor integración política y social están estancados y el poder real lo detentan unos tecnócratas no elegidos que se pliegan a las exigencias de los mercados vaciando de contenido la política y la democracia. Los gobiernos elegidos democráticamente obedecen a imperativos exteriores que les hacen ir contra su propia ciudadanía.
Mientras que Europa era una madre nutricia que con sus fondos generosos cubría las deficiencias de los estados miembros el déficit democrático era sentido solo por los politólogos y algunos partidos de izquierda. Pero cuando de Europa no vienen ya fondos sino imperativos de austeridad forzada y selectiva y de recortes sin tasa, el déficit democrático se ha hecho palpable e insoportable para toda la población europea.
Dada que la redistribución se sitúa en el nivel de los Estados miembros y que el margen de maniobra de estos cada vez es más estrecho, se hace visible de manera creciente la pérdida de poder de los gobiernos, Por ello, hay que entender a los euroescépticos de derechas, no tanto por sus rasgos xenófobos a pesar de la importancia de esto sino como intentos de resistir a ese abandono paulatino de la soberanía nacional en manos de tecnócratas no elegidos e incontrolables. Tanto los votantes de Le Pen como los euroescépticos ingleses y alemanes lo que rechazan fundamentalmente es la pérdida de soberanía que se delega en poderes externos.
Si no se puede calificar simplemente de euroescépticos a los críticos de derechas del actual proceso de estructuración económica que no política de la UE menos se puede aplicar este calificativo a los que desde la izquierda no queremos menos sino más Europa, pero una Europa cohesionada políticamente , con una política social , fiscal y económica común, así como con una política exterior y de defensa coordinada de forma independiente y liberada de las constricciones derivadas del atlantismo y de la pertenencia a la OTAN. Una potencia europea con un protagonismo en la esfera exterior en colaboración con todos los países , una defensa de los derechos humanos y una colaboración no subordinada con los Estados Unidos en el mantenimiento de la paz y la cooperación internacionales.
De todas formas este deterioro del centro sólo será beneficioso si la izquierda es capaz de atraerse no tanto a los partidos socialistas como a sus votantes buscando ampliar el frente de izquierdas en dirección a un frente ciudadano y democrático que pueda integrar a personas incluso del centro político. Los cambios que se hacen imprescindibles en España y en Europa no se pueden llevar a cabo sólo por la izquierda transformadora, sino que es precisa una apertura al centro izquierda de los partidos socialistas y verdes e incluso hacia el centro político propiamente dicho. La trasformación será de mayorías amplias o no será. Y además esa amplia alianza tiene que tener una dimensión europea porque igual que no fue posible el socialismo en un solo país, ahora tampoco es posible la socialdemocracia en un solo país, entendiendo por socialdemocracia el control político del desarrollo económico con un amplio sector público, unos servicios sociales potentes, una política fiscal radicalmente redistributiva y una política de paz y cooperación en la esfera internacional.
Los cambios recientes relacionados con la erosión del centro y del bipartidismo que lo encarna son una buena noticia, pero queda una tarea muy grande por hacer y esa tarea hay que afrontarla sin triunfalismo pero también sin pesimismo. Algo ha comenzado a moverse, se trata de impulsar el movimiento, de no detenerlo y de evitar que gire en el vacío