¿No lo han notado ustedes?… No, no es la ENCE, ni tampoco la humareda de los fines de semana de algunas queridas y muy alabadas fábricas. Tampoco me huele a boñiga de vaca –no estoy en el campo, caramba-, ni a las cacas de los perritos de turno que hay que saltarlas a veces hasta con pértiga. No, es otro olor. Algo que ya se está convirtiendo en característico de este pobrecito país, de charanga y pandereta, en cuanto nos levantamos y abrimos las ventanas. Algo peculiar, muy peculiar, diría yo; casi una marca en los tiempos que corren. (Que no creo, desde luego, que sea ésta la mejor tarjeta de visita que se pueda exhibir ante los ojos de Berlín y cómo no del pueblo “todopoderoso” de los Estados Unidos de América).
¿Todavía no lo notan? Al olor, me refiero. ¿Será posible? Entonces es que andan un poquito resfriados y así las narices no detectan nada de nada. O me quieren engañar y miran hacia otro lado; porque el olor, amigos, el olor ya va siendo insoportable. Y en cuestión de olores, los de mi tierra somos catedráticos. Hombre, la verdad es que no tiene semejanza esta pestilencia con ninguna otra. E intuyendo como intuyo que este aroma no se desprende, precisamente, de los trabajadores que a diario deben ganarse el pan con el sudor de sus frentes, sino que se fabrica directamente en los laboratorios oscuros de la avaricia más abyecta y anida allá en la cúspide de la pirámide, no es de extrañar que el olor de marras lo descubra el ciudadano por oleadas. Oleadas, eso sí, que emponzoñan todo lo que envuelven encrespando los ánimos más nobles.
¿Aún no lo notan? No me sean perezosos y hagan un esfuerzo, o miren de frente el panorama y huelan. Es un olor que inyecta asco, se mire como se mire, y que produce vómitos. Es el olor, estimados lectores, de quienes se saltan a la torera cualquier legislación establecida y además salen a hombros por la puerta grande, de los que ponen en solfa todos los días el verdadero sentido de la justicia, de quienes se apropian del voto y vuelcan las urnas en su propio beneficio y en el de sus allegados, de los que se creen inmortales y viven por encima del bien y por encima del mal. Es el olor de aquellos que esgrimen el nombre de su país y esquilman a su país sin vergÁ¼enza alguna. Es el olor de la vileza, la bajeza, la ruindad, la mezquindad, el baldón, el vicio, la degeneración… Es el olor del ser humano, metido a político, y su podredumbre.