Andamos metidos en el fragor de un tsunami de rostro múltiple que está sacudiendo nuestras vidas en muchos sentidos,l y tiene dos epicentros: la avaricia de los banqueros y la inmundicia de políticos serviles. Y en esta tempestad económica y social viene el FMI a decir a este gobierno que todavía son necesarias más ayudas a los bancos y más recortes a nuestro bienestar. ¿Y quién es el FMI? la voz del amigo americano, de sus Goldman Sachs, de sus Rockefeller, y demás vampiros, sin olvidar el Departamento del Tesoro norteamericano, que algo tiene que ver.
Esto del manejo de los bancos a las marionetas gobiernos es como la historia de un moribundo que por más transfusiones de sangre que se le hagan, se muere sin remedio pero antes arruina a la familia. Recordemos una vez más cómo funciona: los bancos no se fían unos de otros, (tampoco los bancos centrales, como es natural, ni los gobiernos que los respaldan), y eso altera el ritmo del flujo del dinero a las industrias, y además lo encarece. Poco a poco desparecerán, como ya sucede con algunos bancos, las industrias que precisen más inversiones, luego las industrias auxiliares, y a continuación las menos competitivas, empezando por las pequeñas y medianas ,cosa que está sucediendo en cascada.
Estamos ante una crisis industrial, económica y social irreversible de la que los primeros síntomas alarmantes son el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, la del automóvil y todas las industrias anexas, y así. Y no habrá suficiente dinero ni suficiente nivel de confianza entre Bancos Centrales para afrontar el efecto dominó de la caída industrial. Pero esto no acabará ahí, sino que las consecuencias sociales serán tremendas: desempleo a niveles desconocidos, salarios a la baja para compensar a los “pobres capitalistas”, restricción o eliminación de derechos laborales y fin del llamado “Estado del Bienestar asistencial a la baja” (que no hay que confundir con un Estado de Justicia Social) para el tercio mundial que aún goza de esa limosna compensatoria de sus derechos.
Este conjunto de factores pinta mal el inmediato presente y el futuro. Están asegurados los conflictos sociales, pues el descontento crecerá por días, pero los gobiernos no acudirán en nuestra ayuda como hacen con los bancos, sino que aumentarán los policías y las demás fuerzas armadas –cosa que se está llevando a cabo actualmente- y los gastos sociales se convertirán en gastos militares que justificarán cínicamente para proteger nuestra seguridad. De modo que las democracias, ya de por sí raquíticas y manipuladas se parecerán cada vez más a las premoniciones del Gran Hermano de Orwell, y a su Granja Animal. Que Hitler tuvo muchos discípulos no hay más que verlo en el cariz que está tomando el llamado mundo democrático del capitalismo y en su política del “todos a una” con la cobertura legal de la ONU y los soldados OTAN. Para entendernos rápidamente: el capitalismo se acaba tal como lo hemos conocido antes de la crisis.
ROMPIENDO UNA LANZA A FAVOR DE LA Á‰TICA
A poco que reflexionemos se nos hace evidente que el fondo del origen de esta crisis es la falta de conciencia ética mínima de los actores que la desencadenan: de su ambición sin medida, de sus mentiras, de su hipocresía, de su capacidad de manipular, de su irresponsabilidad absoluta hacia los demás. Esto no tiene otra vía de solución que la que supone el ejercicio de las virtudes contrarias: altruismo, generosidad, honradez, justicia, verdad, responsabilidad. En fin, sólo virtudes morales pueden sacarnos de esta inmoralidad socio-económica. Parece una utopía, pero ¿acaso no lo fue la democracia o el comunismo? ¿Y no es acaso su fracaso esa falta general de conciencia ética, del querer tener, del querer estar por encima, del querer dominar?
¿De verdad alguien cree que sin poner en práctica estas virtudes se puede salir de esta crisis? ¿No sería esta una buena ocasión para que cada uno de nosotros recapacitemos para averiguar cuál es nuestro propio papel en este circo? ¿Se acuerda alguien de los Diez Mandamientos, por ejemplo? Puede que alguien pueda decir que no cree en Dios, pero ¿acaso es preciso ser creyente para reconocer que no se puede robar, que no se puede mentir, que no se puede jugar con ventaja para aprovecharse de otros, que no se puede andar manipulando mentes, que no se puede andar levantando a unos contra otros para beneficio propio? ¿Acaso se precisa ser creyente para comprender que cada una de esos actos origina consecuencias proporcionales a su gravedad?
Sin embargo los gobiernos roban a sus ciudadanos pobres; los países ricos roban invaden y roban sus recursos a los países pobres; los ricos de cada país a los pobres dé cada país: los empresarios se quedan con las riquezas que crean sus trabajadores. Y aún podríamos preguntarnos si no sucede algo igual o parecido entre los vecinos, los compañeros de trabajo o incluso los amigos. ¿O es que siempre jugamos limpio? No se trata de quitar importancia al hecho de que los mayores responsables del desastre mundial son los poderosos ricos ,las iglesias y sus políticos serviles, creadores de un auténtico cáncer social globalizado, pero tampoco tenemos que minimizar o ignorar las posibles células que de ese cáncer albergamos cada uno de nosotros y que manifestamos cuando mentimos, nos aprovechamos de alguien, le robamos, calumniamos, insultamos, ambicionamos sus bienes o quisiéramos quedarnos a su mujer y otras formas de manifestar nuestra falta de ética. Ahora alguien puede decir que eso es algo que corresponde a lo privado, pero basta con ver cada día lo que sucede en el mundo para ver que es lo mismo, pero a gran escala.
En este punto algunos se preguntan todavía cómo es posible que no terminemos nunca de tener una democracia real, o una revolución donde prevalezca la justicia y la libertad. He aquí por qué todos los sistemas sociales que inventemos no pueden triunfar: la mayoría de la humanidad no está preparada para dar ese salto, NO YA HACIA UNA REVOLUCIÁN IGUALITARIA SINO HACIA UNA DEMOCRACIA REAL. Antes es preciso eliminar de entre nosotros, mayoritariamente, la envidia, la codicia, el deseo de ser superior a otros, de dominarles, de quedarnos con lo que no nos pertenece, de mentir, etc. Por tanto, el verdadero desafío es ético, y es únicamente desde la ética desde donde es posible transformarnos y transformar este mundo para hacerlo justo, libre, pacífico, fraternal y habitable.
De momento no estamos más que al principio del fin de una forma materialista de concebir el mundo y en una forma egocéntrica de pensar y de ser que nos conduce a la colectividad hacia un abismo cuya profundidad estamos comenzando a apreciar apenas. Dónde iremos a parar, eso lo decide cada uno. Ojalá que muchos decidamos lo correcto en lugar de seguir sosteniendo este circo y votando a sus payasos.