Tras la caída de Lehman Brothers, ante el advenimiento de una catástrofe económica que recordaba al crack de 1929, los jefes de Estado de los países ricos y los llamados “emergentes” anunciaron una “refundación” del capitalismo. Para economistas como Joseph Stiglitz, Paul Krugman (ambos premios Nobel), Jeffrey Sachs y otros, la crisis planteaba una oportunidad para transformar las estructuras del sistema que ha llevado a la pobreza y al desempleo de millones de personas, mientras no dejaban de repartirse beneficios directivos de entidades financieras, aseguradoras y agencias derating. Los contratos “blindados” aseguraban la legalidad de la rapiña y el resto lo hacía la pasividad de los jefes de Estado por miedo a que los mercados castigaran más a sus economías.
La “refundación” consistía en un “borrón y cuenta nueva” para los principales responsables de la crisis: bancos, entidades financieras y agencias de calificación. Los gobiernos saquearon las arcas públicas, con dinero de los contribuyentes, para rescatar los bancos y “salvar la economía”. Se dejaron presionar por el FMI y el Banco Mundial, que abogaban por una reducción del déficit que habían provocado los rescates a la banca. Esto se traduce en sacrificios que gobiernos de derechas y de “izquierdas” han pedido a las “masas” descontentas, pero adormecidas por el consumo y la “cultura” de entretenimiento. Parece como si todo tuviera que “ser divertido”, aún ante el desmoronamiento de derechos económicos y sociales reconocidos en la legislación internacional y conseguidos como fruto del convencimiento de que ése era el camino para evitar guerras y descontento social.
Estos recortes en las ayudas sociales contradicen la receta aclamada por economistas y medios de comunicación: reactivar el consumo que promueven los medios de comunicación “de masas”. Resulta obvio que consumir genera riqueza y contribuye en la creación de empleo. Pero sólo puede conducir a una mayor deuda mantener los mismos niveles de consumo con un empobrecimiento del poder adquisitivo de los ciudadanos por la pérdida de empleo, la reducción de salarios y la caída misma de la compra de bienes y servicios.
Cada vez menos entidades financieras ofrecen facilidades para dar cuerda al endeudamiento que produce nuestro modelo de consumo. Las entidades financieras que han podido sobrevivir han utilizado los fondos públicos para tapar sus propios agujeros y no para facilitar crédito a pequeñas y medianas empresas, así como a los autónomos. Si aumentan las dificultades para acceder a préstamos, ¿quién podrá vender y quién podrá comprar y así mantener el nivel de consumo que nos llevó al colapso?
La austeridad que imponen el FMI y el Banco Mundial contradice el consumo que los gobiernos dicen fomentar para salir de la crisis. Si ambas recetas agravan el colapso de la sociedad de consumo, tienen que existir alternativas a estas dos vías que se presentan como únicas salidas posibles.
Universidades y centros de investigación, con el apoyo de gobiernos, fundaciones y grandes donantes con vocación altruista resultarán fundamentales en una nueva economía verde. El modelo de crecimiento después de la Segunda Guerra Mundial se basa en el consumo de bienes cada vez más perecederos y en la “libre” competencia. Esto ha llevado al desastre ecológico: contaminación de las fuentes hídricas, aumento de las temperaturas, cambios abruptos en el clima, desaparición de especies de las que depende el ciclo de la vida. En palabras del economista que ideó la Teoría del decrecimiento, Serge Latouche, es absurdo buscar un crecimiento ilimitado en un planeta con recursos y espacios limitados.
Si este modelo de consumo ha conducido a la humanidad al borde del abismo, urge una economía basada en revertir los daños. Así como se crearon fondos para rescatar a los bancos, se pueden crear otros para la recuperación de bosques y mares teñidos de negro, así como de especies en peligro de extinción. Se pueden crear empleos verdes que contribuyan a la salvación de nuestro planeta.
Junto con el desempleo masivo y la creciente pobreza, el síntoma más grave de la crisis radica en la falta de imaginación a la hora de idear propuestas alternativas para transformar este planeta en uno mejor para todos.
Carlos Miguélez Monroy
Coordinador del CCS y periodista