Sentirse amado de Dios es tener necesidad de amar a los demás como a uno mismo Este es el precepto que todo creyente debe cumplir estrictamente en la sociedad, y, principalmente, al estar cumpliendo funciones de gobierno. Todo mandatario debería amar a sus gobernados.
Lo antes expuesto, es, en mi criterio, fundamento, principio y fin de buen gobierno. Todo dignatario debe orientar su gestión en función de ese precepto.
El gobernante creyente, de sólida formación cristiana y ciudadana, jamás comulgará con aquello de que “el fin justifica los medios”, al contrario, luchará por fines nobles, por medios santos, y en todos sus actos buscará la justicia y la paz para sus mandantes ciudadanos. Será un hombre o una mujer honesto, transparente.
El gobernante creyente en Dios, en Jesucristo y en el Espíritu Santo, católico, no debe sentir vergÁ¼enza en practicar su religión. Su catolicismo será siempre debilidad y fortaleza permanentes. Jamás será débil al momento de tener que tomar decisiones drásticas e incruentas, siguiendo la concepción paulina al respecto y no le temblará el pulso.
Por supuesto, que tendrá al diálogo y a la tolerancia como instrumentos legales – y por qué no constitucionales – para hacer de la gobernanza todo un arte. Que sea capaz de darle majestad a la representación que ejerza.
El diálogo debe ser bien entendido, bien definido, estructuralmente organizado, incluso con escuelas que lo enseñen como arte, y elevarlo a la categoría de deber constitucional de los gobernantes, empezando por la primera magistratura. Todos los ciudadanos estarían obligados a acatarlo, porque sería de rango constitucional.
La sociedad es como el cuerpo humano. En ella hay de todo, cuerpo, alma, espíritu; pero, además, distintas creencias, estilos de vida, ideologías, religiones, liberales, socialistas, monárquicos, civilistas, militaristas, comunistas y socialistas, demócratas, etc. Y, créanme, todos son necesarios, como lo son todos los órganos en el cuerpo de toda persona.
Se ha sostenido, por gente calificada y no tan calificada, que, tanto el capitalismo como el comunismo, han fracasado. ¿Será verdad?
¿Será cierto que la llamada sociedad de consumo está seriamente amenazada de ser sustituida por otra?
Si las respuestas a esas interrogantes nos dicen que si, entonces, surgen otras preguntas, por cierto nada fáciles de responder ¿Qué modelo o sistema va a nacer en las sociedades del mundo actual? ¿Qué características llegaría a tener? ¿No será una torre de babel la que se impondrá en materia de gobierno? ¿No será un gobierno único, aun cuando esa pareciera ser la tendencia con la globalización? ¿Serán transformaciones cósmicas que den al traste con todos los sistemas que han existido hasta hoy?
César Montoya, en su artículo Los modelos, publicado en La Grey Zuliana, del 04 de Enero al 10 de Enero de 2011, pág. 4, afirma que “es una trampa colocar la discusión sobre la pertinencia de dos modelos fracasados – el que convierte a las personas en esclavas del mercado… y en el socialismo… (Donde) se es esclavo del Estado y de quien detente el poder…” y se refiere a un modelo de los venezolanos, consagrado en la Constitución de 1999, “que procura tomar lo bueno de lo uno y de lo otro…”
Yo agregaría que el éxito de ese modelo venezolano, dependerá del gobernante precedentemente definido, dispuesto a evitar, sin que le tiemble el pulso, los excesos de los componentes del cuerpo social descrito parcialmente.