Ya nadie cuestiona que la corrupción, en sus múltiples facetas, está contaminando la sociedad española e invitando al fraude, pero existe un error considerable al adjudicar exclusivamente esta lacra a los políticos de cierto nivel cuando afecta igualmente a otras capas sociales y profesionales como por ejemplo el funcionariado.
Una parte de los ubicados en dicho sector aspiran a instalarse en un escalón superior para mejorar su status, pero a través de cauces equivocados acudiendo a las distintas formulas de corrupción. Su ambición consiste en llegar a formar parte de la denominada «clase privilegiada» que les permita disfrutar de sus sofisticados divertimentos, y no solo por placer personal sino para poder contarlo y provocar la envidia de terceros. Se trata de personajes que presumen de las playas de Cancún pero no les motiva lo más mínimo, por ejemplo, conocer la Plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela.
Pues bien, gran parte de los despilfarros cometidos por estos zafios inadaptados, no provienen de sus magros ingresos, sino de derivadas prácticas fraudulentas que van desde el cohecho y la prevaricación, hasta la descarada malversación o apropiación indebida, aplicando todo lo que han aprendido con extraordinario celo y el consentimiento de sus superiores. Por desgracia, el número de aficionados y especialistas en pequeñas “gurteladas”, que el Gobierno afirma investigar y preocuparse para que esto no ocurra es totalmente falso tal como demuestran los resultados. Actualmente, son varios los funcionarios de rango medio que se montan su particular estrategia para poder arañar una comisión, lo que no significa ni debe interpretarse como que todos los funcionarios son unos inmorales.
Solo se comentan los escándalos más llamativos, entre otras razones porque aparecen en la prensa y restantes medios de comunicación (ERE, Gurtel, Cursos de Formación, etc.), cuando en realidad, el ámbito de la corrupción y su montante económico es muy superior y ejercido, a distintos niveles, por infinidad de personas que gracias a sus pequeñas mordidas logran procurarse un nivel de vida que jamás alcanzarían con los sueldos percibidos.
Erradicar el terrible problema de esta perversión o deshonestidad no se soluciona con la creación de nuevas leyes de transparencia y el endurecimiento de códigos. La solución en parte pasa por un férreo seguimiento, control y vigilancia en el cumplimiento de la actual legislación, aplicando duras sanciones a los culpables y publicando la identidad de los infractores. Tampoco sería tan difícil realizar auditorias, casando la información de los Registros de la Propiedad de los funcionarios con sus emolumentos y declaraciones de Hacienda. La sociedad debe tener plena conciencia de que la Ley se cumple rigurosamente. Lo triste radica en que los fallos sistémicos son asumidos con la mayor naturalidad e igualmente su proliferación.
Años a tras, cuando se crearon los conocidos “sobres” para gratificar esfuerzos especiales, realizar ocultas gestiones, tapar bocas, etc, el método funcionaba perfectamente porque la asignación y reparto estaba perfectamente controlada en base a que solo percibían mordidas un escaso número elegidos, cuya cuantía se revisaba al alza anualmente y todos felices y contentos. El drama apareció cuando el número de preceptores alcanzó tal cifra que el procedimiento se volvió incontrolable y obligó a tomar medidas, si bien partidos y estamentos han creado nuevas técnicas mucho más complejas para que la “compra de voluntades” siga funcionando, por estimarse totalmente necesaria dentro de la cultura política por la que nos regimos a golpe de financiaciones ilegales, subvenciones a partidos políticos y sindicatos, fundaciones, empresas públicas, laboratorios y un montón de prácticas irregulares, gracias a las cuales han sido muchos los que se han permitido disfrutar de unas vacaciones de Semana Santa con el esfuerzo de sus ahorros como les cuentan a su vecinos y amigos.
Mientras al Gobierno, léase Mariano Rajoy, no se proponga perseguir los inauditos e injustificados enriquecimientos de funcionarios y cargos públicos que se están produciendo en España, todo seguirá igual y con tendencia a empeorar como se está demostrando. Déjense ya de poner con tanta facilidad la mano en el fuego por mengano y zutano y dedíquense a limpiar primero toda la porquería existente en sus respectivas formaciones hasta que en todas las encuestas y sondeos de opinión desaparezca como tercer problema del país la corrupción de la clase política.