Sociopolítica

Un problema en el corazón de occidente

Cabe durante todos estos años de crisis reflexionar sobre los problemas que lastran la convivencia y la prosperidad que ha abanderado el progreso europeo, en general, durante décadas y, más ampliamente, en la historia contemporánea. Con la chispa del miedo al Estado islámico y el reciente acto de terrorismo en Francia, con más razón.

Los políticos europeos se han solidarizado en defensa, supuestamente, de la libertad, y, so pretexto de esto encienden las alarmas, exclaman entre el tácito acuerdo de que toda medida de seguridad es justificable en el marco liberal-democrático o socialdemócrata europeo. Hablo, por ejemplo, de pinchar teléfonos sin permiso del poder judicial. En esto, cosas de la vida, coinciden, desde España a Reino Unido y, curiosamente, se plantea en el mismo momento.

El acuerdo de Schengen sobre la emigración obviamente tiene en su compromiso original los días contados, aunque casi no habría que decirlo.

Todos estos elementos hacen reflexionar. Un sociólogo conocido, Zygmunt Bauman, ya hablaba de que el modelo europeo se defiende con el estado policial, y que tiene en éste, su progresión natural por su lógica. Ahora lo desmenuzamos.

Los liberales-demócratas, pongamos, José Antonio Marina o Adela Cortina como pensadores españoles de renombre, buscan una ética laica que consiste en la defensa de unos valores, a saber:

1) los derechos fundamentales

2) la democracia y

3) los valores laicos como la tolerancia y respeto.

Parecen de cajón e incuestionables, sin embargo, este parecer es debido a que son muy abstractos, confusos y apenas definen nada.

Uno de los derechos fundamentales es el de la libertad de expresión pero ahora nos encontramos (o nos chocamos de bruces) con el hecho que tiene, o puede tener, límites. Está claro que se reivindica en la actualidad solo para insultar a colectivos, en vez de para cosas más productivas, al tiempo que, tiene su mayor defensa en vez de en la gente contra el Estado que puede censurarlo, a través del Estado.

nietzsche superhombre

Fuente foto: galleryhip.com/

Claramente, si la sociedad no está cohesionada y es recurrente el insulto y desprecio entre los colectivos que la integran, desde luego, no serán estos los que apoyen que les insulten y, necesariamente, buscan en el Estado la protección vía fuerza policial de esas libertades. Esto ocurre con las luchas intestinas ideológicas, religiosas, corporativas, etc., dentro de las sociedades democráticas plurales europeas.

La democracia es el marco en el cual los grupos organizados, mafias muchas veces o, simplemente, lobbies, toman partido en imponer sus preferencias sobre las leyes por un método procedimentalmente intachable, el democrático legalmente establecido, y, pese a que sirve (la democracia) como consigna de lo bueno y deseable, en la práctica, al albergar esta lucha de colectivos que buscan la imposición de unos sobre otros, pierde valor.

Por último los valores laicos son consignas de nuevo vacías y abstractas, sin contenido, que sólo animan a “tolerar” a los demás, pese a que sean, quizás, intolerantes. A reprimir, al cabo, las convicciones propias y la moralidad en pos de la imposición democrática de los intereses de los colectivos triunfantes en la antes mentada batalla.

En síntesis, los derechos fundamentales de los individuos protegen e inmunizan -palabra que en estos casos me gusta usar más- de los demás, y permiten la lucha que se da indirectamente, no tirándonos piedras mutuamente, sino a través de los mecanismos institucionales democráticos y mediante la imposición legal por los representantes de las preferencias e intereses de los grupos.

El sentimiento y el deseo de comunidad queda reprimido y obstruido al completo debido a que se debe tolerar al que quiere imponerte todo su contenido religioso o ideológico y cambiar el mundo que vives, así, de la noche a la mañana o, en su caso, quién persigue, y se siente legitimado para ello, intereses egoístas en la política.

Está claro que este estado interno de excepción, si se me permite la expresión, crea malestar y aliena. Despreocupa de los problemas reales del día a día y juega en favor de grandes ideas abstractas que pocas veces llegan transformadas en algo ilusionante abajo. Sin contar con lo dicho: el Otro se convierte, casi ya por definición, en enemigo.

A modo de conclusión, primero, no quisiera impactar por una posición contraria a la democracia. No es el caso. Tampoco a los derechos fundamentales o al laicismo. Sin embargo, pienso que esos elementos por sí solos están algo más que cojos, vacíos. No presentan valores reales a los que la gente puede acogerse porque son los que, aislados, posibilitan las batallas internas de nuestras sociedades.

Necesitamos de un componente moral que cohesione las sociedades.

Sería casi invocar en estos tiempos a un Nietzsche que trajera un superhombre creador de valores nuevos a los que aferrarse. Entiendo las dificultades pero conviene, en mi opinión, reflexionar sobre el tema para formular un modelo de convivencia, antes entre personas, y después en lo político.

En otras palabras, hay que responder a las siguientes pregunta: ¿cómo debemos comportarnos con los demás? y, de corte más existencial, ¿qué sentido le damos en nuestras sociedades a nuestras vidas?

Parecen infantiles pero, sorpresa, no están nada resueltas.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.