Cada vez tardan más en emanciparse los jóvenes europeos. Tienen cubiertas sus necesidades y saben que, si salen, los espera una crisis que ya presentían.
Nuestros jóvenes no son unos cretinos. Si nos fijamos bien descubrimos en ellos nuestro propio reflejo, no sólo físico, sino también cultural. Han heredado la sociedad que les hemos dado, son más libres, más tolerantes, más seguros de su capacidad y competencia. Pese a que la supervivencia parece exigirles la adaptabilidad de la ameba, puede que muchos de ellos echen en falta valores e ideales que estructuren su futuro y dé más sentido a sus vidas, resume al final de su trabajo La infancia más corta, la adolescencia más larga, José Luis Barbería comentando el Séptimo estudio Juventud en España 2008.
Este Informe se realiza cada cuatro años y a partir de 5.000 encuestas a chicos entre los 15 y los 29 años, e indica que están bien adaptados a las normas del mundo adulto e incluso que se inclinan por un mayor civismo.
Los jóvenes españoles son los más remisos de la Unión Europea a abandonar el nido familiar. El respaldo económico y afectivo de los padres, la falta de ayudas públicas, el exorbitado precio de la vivienda y la precariedad laboral lo explican.
Mientras la infancia se acorta por la imposibilidad de preservar a los niños de las informaciones adultas que circulan por las pantallas y medios de comunicación, la adolescencia se prolonga sin límites precisos. Eso cuando no se apresuran a independizarse, viven algunos meses o años en pareja y luego regresan a casa de los padres como si no hubiera ocurrido nada y como si tuvieran un derecho de asilo permanente. O cuando continúan “morando” en la casa, viajan en vacaciones, se compran su ropa, frecuentan algún club y se reúnen con sus amigos. Eso sí, la ropa hay que lavársela y planchársela como a ellos les gusta, se pueden volver exquisitos en sus exigencias y por supuesto la nevera tiene que estar surtida para cuando lleguen a cualquier hora.
A pesar del aumento de los divorcios y de las familias monoparentales, las encuestas muestran que, en España, los jóvenes aman a su familia por encima de todas las cosas. La aman tanto que nuestros hijos son los europeos que más tardan en emanciparse. El 51% de los chicos y el 50% de las chicas con ingresos suficientes como para poder independizarse optan, sin embargo, por permanecer en casa de sus padres, cuando en Francia esos porcentajes se reducen al 37% y el 33%, respectivamente.
Los estudios de la OCDE y de Eurostat confirman que la posición de los jóvenes europeos en el mercado laboral ha empeorado desde 1995 y que ese deterioro es más acusado en los países del sur del continente, debido a la mayor temporalidad y precariedad salarial. Se entiende, pues, que con lo duras que están las cosas, nuestros hijos, particularmente los de clase media y alta, se lo piensen antes de abandonar el hogar. Por lo general, han crecido sin estrecheces, más conscientes de sus derechos que de sus obligaciones. Tienen muchas posibilidades de alcanzar los cien años de edad en buen estado, registran la menor tasa de suicidio de toda Europa y tampoco hay motivos para alarmarse por los estragos que puedan causarles el abuso del alcohol y otras drogas. Las últimas encuestas certifican el descenso del consumo de estupefacientes ilegales y la disminución de las enfermedades de transmisión sexual y de sida.
Nuestros jóvenes están sujetos a clamorosas contradicciones. Tienen su pedestal en casa, pero forman parte de lo que se ha dado en llamar la ‘generación en prácticas’. Viven en un mundo donde el consumo está idealizado como forma de realización personal y social, y resulta que están atacados por los riesgos e incertidumbres laborales de la globalización.
También alcanza la frustración laboral a muchos universitarios que ejercen tareas distintas y menos cualificadas a las de su formación. Esto explica que un número creciente de jóvenes haya renunciado a la universidad en los últimos años y se dirijan hacia Formación Profesional con más salidas y mejor pagadas. Quedarse en casa responde a una estrategia pragmática que permite a los jóvenes seguir formándose, rechazar los malos trabajos y elegir el momento de la emancipación. No tienen prisa porque tienen las necesidades básicas cubiertas y el horizonte de crisis económica y laboral ya lo presentían desde hace tiempo.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la UCM. Director del CCS