Vergüenza nacional
España nos roba. Este paÃs es nuestro porque nacimos en él y por esa razón tenemos derecho a dirigirlo de la manera que nos dé la gana sin que venga Madrid a meterse en nuestros asuntos.
¿Cataluña 2013? No, Cuba 1895.
Las actuales tribulaciones a las que se enfrenta el ejecutivo (además de la de la crisis económica) con respecto a las veleidades independentistas de una parte del territorio nacional ya se produjeron antes en la historia reciente de este paÃs. Resulta curioso como ningún sesudo analista «oficial» se ha percatado de tales similitudes que saltan a la vista.
Las razones de este olvido son evidentes. En 1898 los responsables del Desastre coincidieron ideológicamente con el análisis de los intelectuales de la época, que llamando al “Regeneracionismo†de paÃs, diluyeron la responsabilidad de unos pocos en la masa de la Nación. La suerte de este concepto, dentro y fuera de España, alentado ciertamente por grandes pensadores, pero animado y sostenido en su raÃz por los medios de prensa que controlaban los verdaderos culpables, contribuyó, no sólo a una percepción errónea de las Guerra de Cuba durante la segunda mitad del siglo XIX, sino al olvido posterior de aquellos hechos hasta el dÃa de hoy.
En Cuba no todos los cubanos eran insurrectos. Una mayorÃa de ellos no creÃa en la solución independentista y abogó pacÃficamente para que se introdujeran cambios que contentasen a todas las fuerzas polÃticas presentes dentro de la isla. Tampoco todos los peninsulares establecidos allà estaban por la asimilación completa, defendida por la oligarquÃa comerciante, reacia a compartir con los demás grupos, criollos y libertos principalmente, siquiera una parcela de su poder polÃtico y económico impuesto en 1824 por Fernando VII, cuando acordara a los capitanes Generales el poder omnÃmodo sobre la vida y hacienda de los residentes en las provincias ultramarinas.
El triunfo de los independentistas apoyados por los Estados Unidos cambió la injusta relación de fuerzas existente, pero no significó para nada un adelanto democrático para la isla. La creación de la República Mambisa impuso la dominación de una minorÃa (los insurrectos) sobre la mayorÃa (autonomistas, peninsulares no unionistas y otras minorÃas entre las que se encontraban los negros y los chinos). Todo el desparpajo republicano que se produjo hasta 1959, fue una causa directa de la “solución†impuesta por los Estados Unidos, responsables in fine del actual desastre cubano.
La guerra de Cuba no fue una guerra separatista, fue una guerra civil, en Cuba no habÃa minorÃas originarias reclamando una nación oprimida. Allà vivÃan sólo españoles (incluyendo a los negros que poseÃan la nacionalidad de sus dueños). No llamarla desde el comienzo una Guerra Civil, como las que se produjeron en la penÃnsula, justificaba las atrocidades sin nombre, cometidas por los militares de carrera y voluntarios peninsulares contra sus pobladores, que como españoles al fin, tenÃan la potestad de reclamar, como lo hicieron muchos de ellos, pacÃficamente, la igualdad de los derechos civiles que les negaban absurdamente otros españoles. Una injusticia sin nombre que se cometió durante todo el siglo XIX hasta el 25 de noviembre de 1897, con el beneplácito de los dirigentes nacionales, que privilegiaron en todo y por la violencia institucional, los intereses de unas minorÃas, negando sistemáticamente los cambios polÃticos necesarios para garantizar la cohesión nacional y el bienestar de la mayorÃa.
Si en Cataluña vencieran los separatistas (declarando unilateralmente la independencia, por ejemplo) se estarÃan reproduciendo exactamente los mismos hechos que en 1898; es decir, triunfarÃa en aquel territorio, una parte de la población sobre otra. Más o menos como sucede actualmente con el idioma, pero esta vez sin la posibilidad de optar legalmente por otras soluciones comunicativas. Los perdedores quedarÃan sin recurso alguno y a la merced de las nuevas reglas que les impondrÃan los vencedores, tal y como ocurrió en Cuba.
Los actuales gobernantes deberÃan ponerse rápidamente a estudiar la historia de nuestra nación para con valentÃa, reorganizar el estado en consecuencia. Favoreciendo en primer lugar, la consulta plebiscitaria en Cataluña, el PaÃs Vasco y todos los demás “pueblos†españoles que asà lo deseen; en segundo lugar, por equidad elemental y por Memoria Histórica, abrir la Federación española que resulte de ese plebiscito a Cuba y a Puerto Rico; que luego esos dos pueblos españoles (abandonados hace 115 años a su suerte, no como resultado de una derrota militar, como se nos ha hecho creer, sino por la desidia, la avaricia y la ceguera de los que hoy como ayer nos engañaron a todos), hagan lo que quieran con esa mano tendida. Al menos se harÃa justicia.