Sociopolítica

Una historia de discriminación pidiendo un visado para un marroquí

Yo sólo había ido al consulado español de Casablanca a hacer una demanda de visado para un amigo mío para ir de turista a España, mi país. Y ahora estaba allí sentada en una silla de un despacho del mismo consulado, impotente mientras una mujer me gritaba y me lanzaba acusaciones falsas. Sólo porque mi acompañante era marroquí. La nacionalidad del invitado parecía darle derecho a esa mujer a suponer mil cosas horribles sobre nuestras intenciones en Europa.

Mi acompañante, al que invité oficialmente, con una carta emitida por la policía española, a España, es un niño de 13 años, el pequeño de una familia que, casi de casualidad, me recibió hace cinco meses en Marruecos cuando llegué aquí por primera vez y con los que me siento tan a gusto que me cuesta separarme de ellos, a pesar de que viven en un pueblo pequeño donde, en realidad, no hay mucho que hacer.

Todo comenzó por un amigo que conocí hace años cuando estudiabamos ambos en Suiza y que es marroquí. Al contarle mi intención de mudarme a su país, quiso que estuviera cómoda durante mi llegada e hizo a uno de sus sobrinos ir a buscarme al aeropuerto, para no estar sola a mi llegada. Así supe desde el primer momento que la hospitalidad marroquí existe y que es un gusto poder disfrutarla. Tanto es así, que lo que iba a ser pasar un día con esta familia, se convirtió en semanas y en meses y que ahora, paso largas temporadas con ellos.

Y yo misma propuse invitar al más pequeño a pasar unas semanas con mi familia en España, que de tanto hablar de él, tenían también gana de conocerlo. Estaba segura de que le iba a encantar conocer mi pequeño pueblo minero en Asturias y de que se lo iba a pasar muy bien. Además, podría aprender un poco de español, que con lo listo que es no creo que le costara mucho.

No consigo ver nada malo en todo esto. Sin embargo, al llegar a la embajada, todo les parecía sospechoso. No por nada, simplemente porque este niño es marroquí.

En la entrada no dejaron pasar a su madre. Dijeron que pasara sólo el demandante de visado conmigo, que al ser ciudadana española tengo derecho a entrar, y esperar a que requiriéramos a su madre, algo lógico, puesto que es la representante legal de este menor.

En la taquilla, la primera pregunta fue que «dónde estaba la madre de ese menor«. Yo le expliqué que esperaba fuera, que si la hacíamos pasar ya. Yo también prefería que estuviera su madre allí y no tener que ser yo la única responsable de este proceso, como estaba sucediendo. Su respuesta a mi petición de que pasara su madre fue que «habría que ver si esa mujer era su verdadera madre«. Le enseñé los documentos de identidad de ambos, que yo portaba, y quedó más tranquila. Me preguntó que de qué conocía al niño, se lo conté y todo parecía ir bien y me mandó a la taquilla para pagar la demanda de visado. Todo marchaba normal, como yo me esperaba que iba a ser.

Sin embargo, mientras esperaba para pagar, la misma mujer me dijo que cuando acabara, pasara otra vez por la taquilla porque había un tema dudoso en el libro de familia que habíamos entregado.

Así hicimos, pagué y pasamos por la taquilla aunque la trabajadora del consulado nos metió en un despacho. Allí nos esperaba otra trabajadora, española como la anterior, que comenzó a gritarme nada más que cerramos la puerta. Volvió a preguntar que dónde estaba su madre y yo volví a pedir si sería ya el momento de dejarla pasar. Ella no quería dejarla pasar porque, según lo que iba diciendo, estaba pensando de él que era un niño que probablemente estaba sin escolarizar, que quién sabe quién sería su familia o no sé las cosas que pasarían por la mente de esa mujer que trabaja en el consulado.

El libro de familia estaba mal paginado por lo que ella dijo que «estaba totalmente manipulado». Estamos hablando de un libro de una familia enorme hecho en un pequeño pueblo marroquí donde probablemente nadie pensó, cuando nació el primer hijo hace muchos años, en los problemas que puede suponer un documento así mal paginado. Le dije que no se preocupara, que obtendríamos la fe de vida del niño que me acompañaba y de todos sus hermanos. Entre tanto, la mujer hizo leer al pequeño el nombre de su madre escrito en el libro, diciendo en bajo algo así como «a ver si sabe leer».

Este niño que invité a España es uno de los mejores de su clase, siempre saca muy buenas notas y nada más llegar a casa se pone a hacer los deberes sin que nadie se lo mande y aspira a ir a la universidad, todo un logro en un pueblo como el suyo donde el nivel de absentismo y abandono escolar es altísimo, así como el de analfabetismo. Yo le intenté explicar todo, pero la mujer me interrumpió, siguiendo con sus gritos y nuevas acusaciones.

Ahora sobre el dinero. Ahí la mujer comenzó a decir que era clarísimo que yo estaba ayudando a este niño a llegar a Europa para quedarse allí. Algo totalmente falso, porque este niño es feliz en su pueblo, con sus amigos, con su madre a la que adora y con sus actividades diarias. Más o menos en ese momento, la mujer debió de decir por primera vez que mi acompañante «era un peligro» (porque, según ella, si le daban el visado, se quedaría en Europa). Repitió muchas veces lo de que era un peligro. Y yo me giraba y veía a ese niño con esa cara de bueno que me tiene enamorada desde el primer momento, sentado correctamente, como él es, tan educado y tranquilo, y yo no conseguía verle el peligro por ningún lado.

Uno de los documentos que entregamos era la cuenta bancaria de su madre, con dinero más que suficiente para obtener un visado. Más aún cuando, en el formulario también entregado se espeficicaba claramente, como se pide, que el invitado tendrá alojamiento en su visita a España y que la persona que lo invita va a pagar por su manutención durante la visita.

Yo le dije a la mujer que su familia tenía dinero y que, de hecho, a mí no me dejan pagar ni cuando hacemos vacaciones en otras ciudades. También dije que ese niño no iba a quedarse en Europa, que eso sería ilegal de mi parte, según lo que yo creía hasta ese momento, y que podía mirar toda la información que quisiera de mí, donde no encontrará ni siquiera una multa de tráfico. Tampoco podía explicarme muy bien porque ella me interrumpía constantemente repitiendo en voz alta sus acusaciones, por lo que no sé si en algún momento llegó a escuchar al menos la mitad  de lo que le decía.

Me preguntó que de dónde obtenía el dinero esta familia y yo dije que había varios miembros de ésta repartidos por Europa (en Marruecos las personas que trabajan mantienen al resto de la familia sin ningún problema). Entonces ella mantuvo la idea de que este niño querría quedarse en Europa, ahora ya no porque tenía pocos recursos, ahora porque tenía allí familiares. Daba igual quien fuera este niño, que en la mente de esta señora, el niño no era feliz en Marruecos y quería emigrar, a pesar de mi constante negativa. Me preguntó que por qué su familia no le había invitado y dije la verdad: porque fue mi idea y cuando su familia le quiera invitar ya lo harán ellos mismos.

Así que me pidió un nuevo requisito: mostrarle los extractos bancarios de los tres últimos meses. Algo que sabe que es prácticamente imposible. Y se lo dije, claramente: la madre de este niño no toca casi la cuenta bancaria, el dinero llega por otros medios de envío, como era de esperar. Y ella siguió gritando que no se le daría la visa de turista a este niño, y seguía voceándome y seguía sin escucharme. Yo estaba aturdida porque no me esperaba esta situación, porque yo sólo había ido al consulado a ejercer mi derecho de invitar a alguien a mi país, y no para que me acusaran de cosas falsas y porque la madre del niño, esa mujer que tan bien me cuida y que ha hecho de su hogar mi hogar, había ido a ejercer su derecho de solicitar una visa como representante legal de su hijo y no la habían dejado pasar, diciendo sobre ella que igual no era la madre de su hijo. Y todo, porque era marroquí.

Ella siguió insistiendo en que no se le daría el visado al niño a no ser que se entregaran los extractos que acababa de pedir y que yo acaba de decir que no había. Y yo seguía muy aturdida. Me pilló desprevenida, la verdad. Tengo bastante facilidad de palabra y puedo ser convincente, pero en ese momento estaba bloqueada porque no entendía nada.

Y la mujer seguía hablando alto y apuntando a este niño-que tengo ahora mismo al lado echando una pequeña siesta usando mi pierna de almohada- y seguía repitiendo que «era un peligro dejarle salir«. Y yo volvía a mirar a este joven de metro cincuenta de alto y seguía sin ver el peligro. Es más, lo único que veía es que si algún día este niño decide de verdad mudarse a Europa o decide dar la vuelta al mundo será un regalo para todo aquel que tenga la oportunidad de conocerlo.

Me sentía impotente. Sentía que aquel trato era injusto sólo porque el niño fuera marroquí. Supongo que tendrán casos confusos y turbios de gente que quiera emigrar de forma ilegal, pero no todos somos iguales y esta no era, para nada, la intención.

Podíamos demostrar que el niño es hijo de quien es con nuevos documentos bien paginados y estaba demostrado que la familia tenía medios en su cuenta bancaria y yo misma le dije que me comprometía a firmar un documento en el que afirmaría que yo me encargaría de traerlo de vuelta a Marruecos tras las vacaciones.  Nunca he soportado las injusticias ni los prejuicios y, en aquella oficina, mientras aquella mujer me gritaba, me cayeron lágrimas. Le dije que no era justo lo que estaba haciendo. Ella dijo que en el mundo había muchas cosas injustas y que ella también querría «tener más dinero para darle a su hija no sé qué cosas». No entendí la comparación: estábamos en una embajada ejerciendo el derecho de pedir un visado, no en una administración de lotería donde la gente va a probar para conseguir una fortuna.

Tan mal me hizo sentir y tanto me repitió que a ese niño no se le daría el visado que, no sé por qué, decidí retirar la demanda de visado. Yo salí llorando de la sala, mientras mi acompañante, ese niño tan lindo que hace poco fue galardonado con el premio al niño más educado de su clase, me decía, «no pasa nada Bárbara, no pasa nada». Pero sí pasa. Pasa que a sus 13 años, ya ha sido prejuzgado de malas e incorrectas maneras sólo por haber nacido en Marruecos.

Yo comprendo, como ya he dicho, que habrá muchos casos de personas que se queden en Europa, con un visado turista. Pero siempre puede haber fórmulas. En la policía española, cuando hice la invitación, me dijeron que probablemente tuviera que firmar algún documento en el que me haría responsable del regreso del menor a su país. Y ese documento yo estaba dispuesta a firmarlo, al igual que estaba dispuesta a volver en avión con el joven, tras haber pasado unas divertidas vacaciones juntos por Asturias, pero esa mujer que, sin conocer a mi amigo, lo juzgó de las peores maneras, dijo que no existía tal papel.

Aún sigo llorando, no porque este sol de niño no pueda venirse conmigo, con todos los planes que teníamos (sobre todo yo, que creo que casi me hacía más ilusión que a él), sino porque ya se ha tenido que enfrentar por primera vez a una discrimación por su nacionalidad, y además, en un lugar donde no creo que sea el indicado para algo así.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.