He aquí una imagen que confirma el aserto de valer más que mil palabras, una imagen candidata a premio de fotoperiodismo y que, en sí misma, constituye un editorial; una imagen que causa vergÁ¼enza en las personas sensibles y abochorna a los que luchan contra las desigualdades y las injusticias, aunque la realidad que reproduce desagrade a quienes niegan estos hechos y su frecuencia cotidiana ante nuestras propias narices.
Esta es la imagen patética que debería procesionarse por calles y plazas como un vía crucis por los que sufren en carne y vida, y no las que conmueven la piedad por tallas de madera; la imagen que sintetiza toda crítica política y moral, la que muestra la verdadera condición humana, capaz de ignorar en su entretenimiento el dolor del semejante.
Esta imagen es el símbolo de unos tiempos que se valen de cercas y alambradas para separar la miseria de la opulencia, la aridez del desierto de los verdes campos regados con el agua que negamos a los sedientos, el tercer y el primer mundo lindando tras unos cardos.
Esta es la imagen, en definitiva, que nunca debiera haberse tomado para retratar la indiferencia, la opresión y la inmoralidad en los que se basa nuestro estilo de vida, abotargando nuestras conciencias.
Esta imagen es una bofetada a las almas dormidas de quienes la posean.