Karma

Una invitación a la Primavera

Salgamos por un momento de nuestros invernaderos mentales del “mío, mí y para mí” atravesando  con paso decidido los pasillos donde cultivamos con esmero las plantas favoritas de nuestro ego: recelos, envidia, codicia, envidia, odio, indiferencia, y otras especies venenosas para la salud de alma y cuerpo a las que tan aficionado resulta el jardinero de nuestro pequeño y miserable yo humano (y de éste, sálvese quien pueda).

Descorramos decididos los velos que filtran la luz del día para que podamos captar la Realidad con mayúsculas. Y  justo en ese instante que franqueamos la primera de las puertas de salida nos deslumbramos ante el espectáculo dantesco de ese  primer nivel de la Realidad. Allí está el mundo, lo que llamamos el mundo, nuestra obra común conseguida a base del cultivo de todas esas plantas que tanto agradan a tantos, desde la ambición hasta la violencia, desde la envidia hasta el desprecio, todas esas especies nocivas cuya proliferación se puede medir por el número de muertos diarios por hambre, enfermedades curables, guerras, pobreza, accidentes de todo tipo, crímenes, suicidios, asesinatos y toda clase de violencia física, laboral,  moral y mortal. El ego es un jardinero constante y  siempre fiel a sus propios principios, o sea: a su ausencia de todo principio que tenga  que ver con el amor, el desinterés y la bondad.

Cuando en  un arranque de sinceridad somos capaces de mirar sin miedo hacia el interior de ese nuestro invernadero mental, podemos llegar a comprender, es más, a sentir, en nuestro corazón que todo ese enorme desbarajuste, este gigantesco infierno que es nuestro mundo material  también para los animales, plantas y hasta minerales, no es otra cosa que la puesta en circulación de todos esos frutos que cuidadosamente, persona a persona, cultivamos a diario durante milenios. Así vemos que  nuestro mundo  es el resultado de toda esa siembra milenaria, pues toda siembra tiene su propia cosecha. Y en nuestro agitado tiempo toca cosechar para muchos.

Llegado a este punto,  que es el punto del reconocimiento o no  de nuestra propia responsabilidad en aquellas siembras y de nuestro aporte o no al infierno colectivo, solo tendremos tres opciones: o seguir mirando con amor las plantas  tan queridas de nuestro ego, afirmándonos en seguir cultivándolas, que es la reacción más común, o negar nuestro papel en el gran desbarajuste, que viene siendo la segunda opción mayoritaria. En ambos casos nos encontramos ante reacciones de pusilánimes, de conformistas, de seducidos por las fuerzas contrarias a la evolución del espíritu humano hacia estados superiores de conciencia; o sea ante dobles víctimas: de sí mismos y del poder político, económico, mediático, y de otros que desde la sombra  los dirigen, pues lo semejante atrae a lo semejante. Todos ellos se encuentran inmersos en diverso grado  entre  el egocentrismo   amoral  y una concepción social de la vida que plantea la necesidad de la moral pública, del Derecho, del patriotismo, de las religiones externas  y todas esas características que acertadamente describe Tolstoi en su obra “El Reino de Dios está en vosotros”, de tan recomendable lectura.

La tercera opción, aún minoritaria pero en ascenso permanente, no es de autoafirmación en lo negativo ni de negación de la verdad, sino la de mirar   de frente. Y entre los que adoptan la postura de mirar la realidad de frente, todavía hay quienes anclados en esa aludida concepción social de la vida, optan por el enfrentamiento externo. Por ello atribuyen sus enfermedades, su pobreza, sus golpes del destino y cualquier contratiempo de la vida a una supuesta  mala suerte (de la que a menudo culpan a Dios), o a patronos, Estado, pareja, vecinos, compañeros de trabajo, etc. Frecuentemente  creen responsables de  su infelicidad a los ricos y poderosos de este mundo, y creen que si pudieran ser eliminados, incluso violentamente, podría  conseguirse una versión del paraíso en la Tierra.  Muchos hablan de revolución, entendiendo como tal la toma del poder de una casta política que hablará en nombre del pueblo. Pero  tras muchas muertes y miserias del propio pueblo, se ha demostrado de sobras que los que dirigen esos procesos presentándose como salvadores terminan invariablemente por reproducir el modelo de dominación anterior con otros decorados y lenguaje en cuanto toman el poder. El modelo soviético es un paradigma mundial: tras los zares, el neo- zarismo, primero el del PCUS, y luego el de ahora.

Mirar la vida de frente no significa, al contrario que los anteriores, buscar en el exterior la razón de los propios sufrimientos, pesares y necesidades, sino volcar la mirada hacia el interior, en busca de las causas que en uno mismo pueden haber producido tales efectos. Y quien es sincero consigo mismo no querrá culpar a nadie ni nada de fuera de aquello de lo que es responsable él mismo por la ley de causa y efecto. Cristo dice: “Lo que siembres, cosecharás”. ¿Y qué referencia se puede tener para medir la propia siembra? Es algo universalmente aceptado  como ley natural: Se trata de los Diez mandamientos dados a Moisés, y del Sermón de la Montaña de Jesús. En esta época de tanto desconcierto moral donde parece privar el “todo vale”, no pueden existir mejores  faros que iluminen nuestro interior para saber cuál es el rumbo de nuestra vida y cambiar de dirección si no es el adecuado.

No se trata de esconder  ni minimizar que los ricos y poderosos son responsables del mal que causan a los demás. Tendrán que rendir cuentas por ello.

Cristo, en Su Sermón de la Montaña. se refiere a ellos diciendo: (*)“¡Ay de vosotros los ricos, porque habéis recibido en esta vida vuestro consuelo! Y añade: los hombres que consideran sus riquezas como propiedad suya, son pobres en el espíritu. A muchos de los ricos en bienes materiales se les dio  desde la cuna la tarea espiritual, para su vida terrenal, de ser un ejemplo para aquellos ricos que se atan a sus riquezas con un corazón  obstinado e intransigente, y cuyos únicos pensamientos y aspiraciones son aumentarlas para sí mismos. Un hombre que es rico en bienes terrenales, que ha comprendido que su riqueza tan solo es un don que ha recibido de Dios para aportarlo a la gran totalidad para el bien de todos y que lo administra para todos legítimamente- ése está realizando la ley de la igualdad, la libertad la unidad y la fraternidad. Á‰l está colaborando como donante desinteresado  para que los pobres no tengan que sufrir necesidades ni los ricos vivan con lujo.

De esta manera se producirá  paulatinamente un equilibrio, una clase media elevada para todos los que estén dispuestos a cumplir desinteresadamente la ley “ora y trabaja”. Así, muy paulatinamente, crecerá la verdadera humanidad de una colectividad cuyos miembros no acumularán bienes terrenales personales, sino considerarán todo como propiedad común que les ha sido dada por Dios.

Si el rico considera el dinero y los bienes como algo propio y en razón de sus riquezas es bien visto en el mundo, vivirá en las próximas vidas terrenales – como efecto de sus causas- en países pobres, mendigando el pan que como rico  en su día les negó a los pobres…

(*) Fragmento de “Esta es Mi Palabra” (pags.  278-79) Edit. Vida Universal.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.