La economía criminal contribuye a la crisis y arruina a los países empobrecidos porque el grueso del dinero opaco va a la economía especulativa.
Parece un chiste malo, sin gracia, pero es un hecho real y lamentable que ha publicado la prensa: Los euroburócratas, quienes mangonean la enorme estructura que dirigen y controlan veintisiete países de Europa desde Bruselas, pretenden que los beneficios de la economía criminal organizada se incluyan en la contabilidad de la Unión Europea (UE). De no hacerse – dicen – se distorsionan indicadores económicos como el producto interior bruto o la tasa de paro. Pero nadie propone cómo, a partir del conocimiento de esos datos criminales, se pueden redoblar esfuerzos para localizar, procesar, juzgar y condenar a los responsables del crimen organizado.
Según la aguda declaración de un estadístico de la OCDE, «calcular el dinero que gana el crimen organizado es imprescindible (sic) para cuadrar las cuentas nacionales». Pero ese genio y otros del mismo pelaje no concretan razones ni beneficios de tal cálculo. ¿Acaso para que los ministerios de Hacienda intenten cobrar impuestos a los grandes gángsters de Europa?
La economía del crimen organizado es poderosa. Lo que algunos sociólogos denominan ‘producto criminal bruto’ andaría entre los 800.000 millones y el billón de dólares anuales en el mundo. El narcotráfico se llevaría la palma con 400.000 millones de dólares, luego prostitución, tráfico de armas, de especies animales protegidas, tráfico y explotación de mujeres, de trabadores, falsificación de marcas, pirateo de audiovisuales, falsificación de monedas, blanqueo de dinero, contrabando, extorsión, asesinatos por encargo… Todo un mundo de delitos, crímenes y violaciones de todos los derechos habidos y por haber.
Conocer el volumen económico del crimen organizado es objetivo de Naciones Unidas desde hace tiempo. Lógico y sensato porque, si no se conocen los problemas, si no se conoce al enemigo, mal puede uno enfrentarse a éste, mal pueden abordarse aquéllos. Pero de conocer los ilícitos e ilegítimos beneficios de los criminales a integrarlos en la contabilidad legal europea… Este analista tuvo el acierto de calificar el capitalismo como un sistema gangsteril.
Y por ahí continúa porque, ya en 1996, dos mil magistrados y jueces europeos acordaron y firmaron la Declaración de Ginebra donde denunciaban con valentía y lucidez que, junto a la construcción de Europa, parasitaba otra menos honrosa, la de los paraísos fiscales en tierra europea (islas del Canal de la Mancha, Gibraltar, Mónaco, Liechtenstein, Andorra, Luxemburgo…), que han permitido todo tipo de malolientes enjuagues y blanqueos financieros, hasta tal punto que el informe de los jueces afirma que las finanzas modernas y el crimen organizado se sustentan mutuamente: estaban y están muy de acuerdo en que no tiene que haber reglas ni supervisión ni control de capitales.
Bien, ahora le hemos visto los cuernos al diablo, por definir esta múltiple crisis que nos ahoga. Y nos hemos rasgado las vestiduras y cubierto la cabeza de cenizas, jurando y perjurando que a partir de ahora todo será diferente y habrá normas, supervisión, control de capitales, y que los paraísos fiscales se anden con ojito… Suponiendo que vaya en serio, ¿dónde encuadrar entonces esa majadería contable euroburocrática?
Un pretendido experto en economía ha declarado también que los criminales activan la economía porque invierten y gastan su dinero en hoteles, mansiones, yates, joyas, lujo… y así benefician a muchas zonas. La ONU, sin embargo, ha documentado desde hace tiempo que la economía criminal es un cáncer en metástasis que contribuye a las crisis financieras y económicas, arruina a los países empobrecidos y aumenta la pobreza, entre otras cosas porque el grueso de ese dinero sucio y opaco va a la economía especulativa, la que crea crisis. Además, como reconocía la conferencia para la prevención del crimen de Naciones Unidas de El Cairo en 1995, «la penetración del crimen organizado en la economía se facilitó por los ajustes estructurales que los países endeudados se han visto obligados a aceptar para conseguir préstamos internacionales». ¿Es preciso decir algo más o ya es diáfano?
Así las cosas, es evidente que necesitamos una revolución. No en el sentido tradicional e histórico con armas y sangre. Una revolución de principios, de valores. Una revolución ética.
Xavier Caño Tamayo
Periodista y escritor