Revolución
- La condición humana es la condición del ego, del yo inferior egocéntrico que mira el mundo desde la ventana del ombligo personal.
- Y es desde esa ventana defectuosa, sucia, interesada, cómo se ha mirado el mundo y lo hemos construido.
Pero este mundo no nos gusta a muchos
Y como no nos gusta, hemos pretendido cambiarlo con revoluciones a lo largo de los siglos, pero con un error tan básico como es el de no replantearnos nuestra condición humana para acceder a nuestra condición espiritual para contemplar el mundo desde la conciencia en lugar de hacerlo desde el ombligo.
Una revolución de nuevo cuño no es posible hoy sin tener en cuenta las asignaturas pendientes en nuestra condición humana.
No es posible sin una revolución espiritual de las conciencias que aspiren a otro mundo sin una revolución individual que aspire a un cambio pacífico del orden existente. Y para ello es preciso que quienes aspiramos a cambiar el mundo, cambiemos primero personalmente y vivamos en el día a día los valores que pretendemos revolucionarios.
Vivamos con nuestras parejas, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo y nuestras familias del tipo que sean la igualdad, la libertad, la justicia, la unidad, la fraternidad, y erradiquemos de nuestro interior los defectos que nos impiden llevar a la práctica lo que deseamos ver realizado en nuestras sociedades. ¿Acaso es posible de otro modo? ¿Acaso es posible un mundo nuevo sin hombres y mujeres capaces de encarnarlo?
Creo sinceramente que por muchas manifestaciones que hagamos contra la guerra, si no estamos en paz en nuestro interior, estamos perdiendo el tiempo. Por mucho que gritemos a favor de los derechos de la mujer, si en casa somos unos machistas, estamos perdiendo el tiempo. Por mucho que vociferemos contra las injusticias de los ricos, si aspiramos a ser ricos o preferiríamos serlo, estamos perdiendo el tiempo. Y así podríamos seguir enumerando situaciones.
La revolución ha de ser primero interior
Pues el enemigo es un batallón de nuestros defectos contrarrevolucionarios, y por ello está más cerca de nosotros que ningún otro enemigo. Y solo con una victoria personal convertida en fuerza colectiva sería posible la revolución pacífica.
No creo que a estas alturas nadie desee vivir en un país en guerra, como muestra el sangrante éxodo hacia Europa, ni crea que la lucha de clases, de la que se habla tan poco como de revolución, se solucione con las armas.
La lucha actual es una lucha de ideas, es una lucha espiritual ante todo, una lucha entre principios; entre la luz y la oscuridad; entre la revolución y la contrarrevolución; entre los partidarios de cambiarse a sí mismos y los que intentan imponer los cambios desde fuera para dirigirnos a su antojo; entre los que aspiran a ser libres y los que se someten.
Es preciso elegir el camino interior adecuado para recuperar nuestro poder personal.
Recuperar el poder personal, insisto, es una condición previa a todo verdadero proceso revolucionario.
Es encomiable la labor de denuncia del sistema capitalista que se hace en unos pocos medios alternativos; al igual que son encomiables las protestas de los grupos anti sistema en las cumbres de los gobiernos de los ricos, o las denuncias de los grupos de defensa de los animales, pero todo ello no funciona a largo plazo sin tener una continuidad, sin estar coordinados en una labor permanente con miembros capaces de dar ejemplo con su forma de vivir que aquello en lo que creen es posible, sí, que otro mundo es posible y que cada uno de nosotros es su portador.
Mientras tanto, esto que llamamos «mundo», con todas sus construcciones humanas en todos los ámbitos, y que es nuestra obra colectiva, se está yendo a pique, como un barco corroído hasta la bodega. No hay más que verlo en todas partes. No es el fin del planeta, que sabe muy bien defenderse de tanto desafuero humano, pero sí de esta civilización desquiciada de la que Miguel Delibes dijo tan certeramente en su libro «Un mundo que agoniza«:
«Los hombres debemos convencernos de que navegamos en un mismo barco, y todo lo que no sea coordinar esfuerzos será perder el tiempo«.
Y como afirma Kant, creo que «es preciso trabajar con paciencia en esa misma realización, y esperarla«.