Sociopolítica

Una revolución pacífica cambiará el mundo

Dos grandes tendencias definen en este momento los movimientos del mundo: una es la que proviene de los gobiernos y lleva a la guerra, la destrucción medioambiental y la pobreza y esclavitud de los pueblos. La segunda tendencia a gran escala proviene precisamente de lo mejor de  los pueblos. Esta corriente mundial  es pacifista, ecologista, clama por la igualdad de derechos y la justicia social y defiende la libertad en todos los sentidos y la democracia participativa. Tanatos contra Eros: la muerte contra la vida: el Sistema contra los pueblos. ¿Cuál de ellas ha de prevalecer? Sin duda aquella que más fuertemente arraigue en las conciencias individuales. Por ello, el sistema se emplea a fondo para dominar las nuestras. La muerte se obstina en superar a la vida, lo cual es hasta científicamente imposible, pero  la  obstinación del  Sistema puede matar a muchos antes del fin de la batalla. ¿Y de qué batalla hablamos? De la batalla de la sombra contra la luz; de la mentira contra la verdad, de la libertad contra el neo esclavismo; de la miseria contra la abundancia. De esa batalla hablamos y solo la puede ganar la conciencia INDIVIDUAL. Por tanto, la suma de las conciencias individuales deberá ser suficiente para formar eso que se llama una “masa crítica”, un frente suficientemente amplio como para neutralizar  a los enemigos de la vida.

El pacifismo de Gandhi consiguió el suficiente número de seguidores como para expulsar a los ingleses de la India, sin embargo no fue suficiente como para que sus seguidores fueran pacíficos tras su muerte. Así que volvieron los imperialistas y volvieron los enfrentamientos religiosos. El pacifismo de Jesús de Nazaret fue suficiente como para impulsar las conciencias de sus seguidores inmediatos, pero luego apareció la Iglesia y provocó guerras religiosas. ¿Cuál es el fallo común? Que el pacifismo no se interiorizó por sus teóricos seguidores y por ello no contribuyó a la revolución espiritual del mundo. Pero el Planeta está cambiando de vibración junto a la totalidad del Sistema solar. Se encamina a una frecuencia vibratoria más elevada, que significa un reto para elevar la frecuencia espiritual o energética de nuestra conciencia. Es, pues, la hora de una revolución espiritual que tiene, sin embargo, dos fuertes enemigos: nuestro egocentrismo y el Sistema Capitalismo-Iglesia.

¿Es demasiado lenta la vía pacífica?…» En la vida del universo, los miles de años son como un día. Debemos trabajar con paciencia en esa realización y esperarla”.(KANT)

Una de las acusaciones más frecuentes que recaen sobre quienes defendemos el pacifismo revolucionario por razones espirituales, filosóficas, ecológicas o de cualquier otro tipo es la que hace referencia a la lentitud del proceso, como si miles de años de opresiones de diferentes tipos sin que haya triunfado una verdadera revolución no fueran suficientes para mostrar la debilidad de tal argumento.

Hoy día la palabra “revolución” casi no tiene predicamento en el mundo occidental debido a la experiencia desastrosa del llamado socialismo real. De no haber conocido lo sucedido en Rusia o en China, tal vez no nos embargaría esa inquietud, que viene a ser una mezcla difícil de separar entre diversas emociones: deseo de que al fin sea posible una sociedad justa en alguna parte, desconfianza por las malas experiencias, y miedo a que otras revoluciones que partan de los mismos o parecidos planteamientos sean cercenadas violentamente por la guadaña del gran capital, sabedores de que una revolución fracasada significa un enorme hándicap no solamente en el lugar donde esto ocurre, sino en el más intangible de la conciencia mundial. Y de la conciencia mundial se trata a fin de cuentas, pues no es posible hablar  de revolución pacífica sin que exista una masa crítica de conciencias libres capaces de dar el salto evolutivo desde lo social a lo espiritual. Esta masa crítica espiritual humana aún no se ha conseguido, y los medios de comunicación, así como las Iglesias y los programas de educación están diseñados para evitar que tal cosa ocurra. Por eso distraen, manipulan u ocultan la verdad para  tener atrapadas las mentes en sus  jaulas virtuales. Uno de sus propósitos más descarados es convertir la espiritualidad en sospechosa, pretendiendo sustituirla por  las creencias religiosas con toda su carga de ritos, ceremonias, paganismo, y supersticiones.

Por estas influencias negativas  y también debido al atraso de las conciencias individuales en tantos casos,  palabras esenciales como “amor”, o “verdad”,  terminaron por convertirse en sospechosas para muchos mediante su uso inadecuado, impropio, interesado o su desafortunado final en tanto casos  terminó por hacerlas sospechosas. Así ha sucedido con la palabra «revolución». Pero esto puede y debe cambiar.

La palabra “revolución”, invita a la acción para alcanzar mundos mejores y al sacrificio por verlos realizados; mundos donde la villanía, la injusticia, los abusos de poder, el egoísmo, la explotación o la esclavitud de cualquier tipo, la mentira y todas las demás lacras que conocemos o soportamos, sean eliminadas de la faz de la tierra. Pero la revolución ha sido acotada en todas partes, marcados lindes de los que no es posible salir sin sufrir las consecuencias; apropiada por minorías y expropiada a las mayorías, manipulada, relativizada, nacionalizada y desvirtuada hasta que dejó de ser sueño y se convirtió en pesadilla para los muchos y en sitial de poder para otros, los pocos. Y esta experiencia histórica pesa como una rueda de molino en el alma colectiva.

¿Por qué no ha cuajado hasta hoy la idea tan deseada de una verdadera revolución? Creo adivinar que por escasez de verdaderos revolucionarios. Y cuando digo escasez de revolucionarios no me refiero a que falten personas con muchos conocimientos intelectuales o gentes dispuestas a sacrificarse por “la Causa”. Pero estos son minorías. Y de estas minorías habría que excluir a los fanáticos carentes de sensibilidad y tendencias cooperativas, a los oportunistas, a los violentos, y a los que aspiran al “sillón del zar”, en decir metafórico, porque la experiencia histórica nos ha mostrado que todos ellos son los peores enemigos de los procesos revolucionarios. La experiencia histórica nos ha mostrado sin lugar a dudas  que los conocimientos intelectuales de los dirigentes no garantizan nada; que las buenas intenciones no aseguran nada y que los malos sujetos de corazón violento y con el disco duro repleto de consignas sólo son capaces de fabricar nuevas prisiones y buscar nuevas víctimas.

Naturalmente, las miserias personales y los actos crueles de personajes supuestamente revolucionarios son muy bien aprovechas por los enemigos de la justicia, la igualdad, la verdad, el amor, y de cualquiera de los sentimientos decentes que deben regir a la humanidad. Los malos ejemplos de pretendidos revolucionarios les son muy útiles a los enemigos de la verdadera vida que dirigen este mundo para justificar sus agresiones y el descrédito hacia los movimientos alternativos  y toda forma de pensar que pueda inducir a poner en cuestión el orden mundial.  Y los enemigos de la verdadera vida, como sabemos, están representados en  la alianza  capitalismo- Iglesia, basados ambos en los principios del “ata, separa y domina”, que son valores demoníacos bajo la apariencia de un orden legal, de un orden moral y hasta «vendido» como sagrado, pero siempre ilegítimo desde el punto de vista de las legitimidades de la conciencia, expresadas en el Sermón de la Montaña y en los Diez Mandamientos, así como en numerosos textos espirituales de todo el mundo que propugnan que la paz mundial comienza en uno mismo y no en los tratados internacionales ni en las grandes proclamas y eventos religiosos.

Con sus malas artes,  los enemigos de la revolución, que son los enemigos de la humanidad, consiguen hasta hoy  la pasividad de las mayorías, pues actúan a diario sobre las mentes de las multitudes a través de sus poderosos medios de conformación ideológica, mal llamados “medios de comunicación social”. Y si alguien se resiste a dejarse seducir, están los medios de represión laboral, religiosa y política que conducen a muchas almas nobles  al  exilio interior o exterior. En cualquier caso, los pueblos carecen de fuerza mientras no sea suficiente esa masa crítica espiritual que se menciona, especialmente difícil de conseguir en los países ricos. Y en los más pobres, los caciques y gobiernos hacen con verdadero interés ese trabajo del «ata, separa y domina” por propia iniciativa o por la presión del imperialismo y de sus bombarderos, como todos sabemos.

Muchos hemos soñado y seguimos soñando con cambiar el mundo, pero si queremos hacerlo no cabe duda que para que tal cosa sea posible es preciso cambiar las bases que hasta hoy nos han conducido al fracaso y que residen en el interior de nuestra conciencia. El fanatismo, la violencia, la coacción  social, laboral, cultural, o artística, el deseo de poder, el educar en la sumisión y el adoctrinamiento, son lacras contrarrevolucionarias qué duda cabe. Lacras que se oponen a las leyes evolutivas del cosmos, pues ahora mismo nuestro sistema solar está cambiando hacia una vibración más alta y esto supone cambios en cada uno para sintonizar con las nuevas frecuencias vibratorias. Pero eliminar tales lacras no es posible con un programa socialista, comunista, y mucho menos neoliberal o de cualquier otro de los ensayados hasta hoy, porque estos programas se fundan en la idea de que el control de los medios de producción y del Estado por minorías y caudillos carismáticos pueden cambiar la condición humana y hacer felices a sus pueblos mediante un mejor reparto de la riqueza y una mayor participación en ciertas áreas del poder. Imaginemos por un momento que este tipo de revolución triunfara. ¿Alguien cree de veras que esto cambia la condición humana? ¿Alguien cree de veras que un rico es más feliz por tener dinero y placeres?

En  el mejor de los casos, una mejor distribución de la riqueza contribuye en cierta medida a la justicia, pero eso es algo puramente externo que no cambia la condición humana, sino que tan solo suaviza las condiciones materiales de vida. Es bueno, pero no es suficiente. ¿Dejaría por ello el ser humano de ser egocéntrico, de ambicionar poder sobre otros, o de ser orgulloso, celoso, vanidoso, envidioso, ambicioso y otros “osos” de esa índole?

Los casos emblemáticos de Rusia y China muestran con gran dramatismo lo que acabo de señalar, dado el ingente número de muertos y los enormes sacrificios que tuvieron que hacer los que sobrevivieron a las guerras y después a las purgas de sus dirigentes. ¿Para qué?… Para volver a lo peor del capitalismo sin que haya habido ninguna repulsa popular a gran escala. Eso habla por sí solo acerca del poco calado que tuvo la ideología comunista en manos de unos dirigentes carentes de virtudes revolucionarias. Ellos favorecieron la aparición del capitalismo y han descubierto que -a ellos en particular y a sus amigos- les va muy bien este sistema con sus corrupciones mafiosas, sus manipulaciones ideológicas, sus falsas libertades, su falta de derechos humanos elementales y la explotación obrera a escalas gigantescas.

Una revolución de nuevo cuño no es posible hoy sin tener en cuenta las asignaturas pendientes en la condición humana señaladas más arriba. No es posible sin una revolución espiritual previa de las conciencias que aspiren a otro mundo, sin una revolución individual que aspire a un cambio pacífico del orden existente. Y para ello es preciso que quienes aspiramos a cambiar el mundo cambiemos primero personalmente y vivamos en el día a día los valores que pretendemos revolucionarios. Vivamos con nuestras parejas, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo y nuestras familias del tipo que sean la igualdad, la libertad, la justicia, la unidad, la fraternidad, y erradiquemos de nuestro interior los defectos que nos impiden llevar a la práctica lo que deseamos ver realizado en nuestras sociedades. ¿Acaso es posible de otro modo? ¿Acaso es posible un mundo nuevo sin hombres y mujeres capaces de encarnarlo?

Creo sinceramente que por muchas manifestaciones que hagamos contra las injusticias de este mundo, o contra la violencia que se ejerce contra nosotros, si no estamos en paz en nuestro interior, estamos perdiendo el tiempo. Por mucho que gritemos a favor de los derechos de la mujer, si en casa somos unos machistas, estamos perdiendo el tiempo. Por mucho que vociferemos contra las injusticias de los ricos, si aspiramos a ser ricos o preferiríamos serlo, estamos perdiendo el tiempo. Y así podríamos seguir enumerando situaciones. La revolución ha de ser primero interior, pues el enemigo de dentro, que son nuestros defectos contrarrevolucionarios, está más cerca de nosotros que ningún otro enemigo. Y así es como será posible la revolución pacífica. No creo que a estas alturas nadie desee vivir en un país en guerra ni crea que la lucha de clases, de la que se habla tan poco como de revolución, se solucione con las armas. La lucha actual es una lucha de ideas, es una lucha espiritual ante todo, una lucha entre principios, entre la luz y la oscuridad; entre la revolución y la contrarrevolución; entre los partidarios de cambiarse a sí mismos y los que intentan imponer los cambios desde fuera para dirigirnos a su antojo; entre los que aspiran a ser libres y los que se someten. Es preciso elegir el camino interior adecuado para recuperar nuestro poder personal. Recuperar el poder personal, insisto, es una condición previa a todo verdadero proceso revolucionario.

Es encomiable la labor de denuncia del sistema capitalista que se hace los  medios alternativos; al igual que son encomiables las protestas de los grupos antisistema en las cumbres de los gobiernos de los ricos, o las denuncias de los grupos de defensa de los animales o del clima, pero todo ello debe tener una continuidad, formar parte de un conjunto  suficiente de individuos capaces de dar ejemplo con su forma de vivir que es posible vivir de otro modo, que otro mundo es posible y que cada uno de nosotros es su portador.

Mientras tanto, esto que llamamos «mundo», con todas sus construcciones humanas en todos los ámbitos, y que es nuestra obra colectiva, se está yendo a pique, como un barco corroído hasta la bodega. No es el fin del Planeta, que sabe muy bien defenderse de tanto desafuero humano, pero sí de esta civilización desquiciada de la que Miguel Delibes dijo tan certeramente en su libro «Un mundo que agoniza»: Los hombres debemos convencernos de que navegamos en un mismo barco, y todo lo que no sea coordinar esfuerzos será perder el tiempo». Y como afirma Kant, «es preciso trabajar con paciencia en esa misma realización, y esperarla». Y eso de pende de ti, de mí, de todos  y cada uno de nosotros.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.