Ver volver diez años de periodismo
Hace unos días, un colega periodista subió a Facebook una foto para recordar, con sus compañeras y compañeros de carrera, los diez años que cumplían desde que comenzaron su andadura en la facultad de Ciencias de la Información, de la Universidad Complutense de Madrid.
La foto muestra a 50 estudiantes de periodismo, a su profesor de Historia del siglo XX, su esposa, al conductor del autobús, a una periodista y al “ayudante”, que era yo y que trabajaba en la facultad y en el departamento de comunicación de la ONG que el mismo profesor presidía. Detrás del grupo se yergue la imponente mezquita de Hassan II en Casablanca, Marruecos.
Sin saberlo, ese grupo y ese viaje cambiarían mi vida. Meses antes, por estas fechas de hace diez años, había llevado unas alcayatas y un martillo para colocar en la pared del aula, el primer día de clase, un enorme mapa planisférico que utilizaba el profesor para explicar la historia universal, siempre enmarcada en un contexto de actualidad.
Clavaron en mí una mirada que, junto con las caras de inocencia y el silencio que se hizo en la clase, nunca olvidaré. Algún murmullo alcancé a oír: “Parece muy joven”. “¿Será el profesor?” Pero no, pues de pronto apareció con paso firme un señor bastante más alto y entrado en años.
Explicó el funcionamiento de su asignatura y dejó claro que no repetiría en sus clases lo que podían encontrar en los libros que sugería en el programa; le daría la vuelta a la alfombra para contemplar el envés, las tramas y conexiones, contempladas desde la actualidad. Citaba a Michel de Montaigne: “No se trata de llenar las cabezas sino de ayudar a organizarlas”.
Entre mis tareas estaba la de organizar su agenda por las mañanas para recibir a cada una de esas personas que se habían embarcado en una experiencia universitaria para convertirse en periodistas. Mientras yo respondía correos en la computadora, él les preguntaba por sus hobbies, sus pasiones, los deportes que practicaban, si habían hecho alguna actividad de voluntariado, periódicos y libros que leían, la profesión y el trabajo de sus padres, si trabajaban o estudiaban idiomas. Apuntaba observaciones en una ficha que luego colocaba dentro de un fichero, que se acumularon a lo largo de los años con las fotos de reconocidos periodistas que entonces eran sólo “uno más”. Hoy hay más de 25.000 fichas de sus alumnos en su despacho
Como a mí me entregaban sus trabajos y dirigían sus dudas, no tardé en saltar “normas deontológicas” y empezar a irme de fiesta con un nuevo grupo de amigos en el país que me acababa de acoger y donde no conocía a mucha gente.
Un día de enero recibimos una carta firmada por un tal Oso hormiguero. Animaba al profesor a retomar los viajes a Marruecos que hacía en años anteriores y a los que se refería de pasada en las clases. Si el año pasado y el anterior se había podido llevar a 50 a África para “re-encontrarse” con una cultura tan familiar para España como la árabe-musulmana, ¿por qué no emprender un nuevo camino? Conocíamos la tradición judeocristiana y la grecorromana pero nos faltaba la árabe musulmana para entendernos y comprender nuestra manera de ser.
Llegaron más mensajes y presiones hasta que se puso en marcha un grupo que se encargó de buscar presupuestos para autobús, hoteles, comidas, recaudar fondos, buscar un albergue donde celebrar algunos encuentros previos al viaje que permitieran a los integrantes conocerse e integrarse como grupo y conocer lo fundamental de ese “país desconocido”. Acudieron a los encuentros el embajador de Marruecos, un profesor de árabe que explicó la QÁ¤ida, como se conoce a una serie de normas que facilitan la convivencia entre personas.
Los termómetros rozaban los cero grados cuando nos subimos al autobús en Plaza de España el 24 de febrero de 2005. Padres, madres, hermanos y hasta abuelos se aglomeraban para decir “adiós” a los jóvenes periodistas, como si en lugar de realizar un viaje de estudios fueran al servicio militar en África.
Una simple foto en las redes puede desencadenar una avalancha de recuerdos que hay que administrar para no estallar de nostalgia. Te caen encima los diez años transcurridos sin apenas haberlos percibido, junto con la certeza de que, aunque ese viaje ocurrió en la realidad, sólo quedan las fotos y los re-encuentros compartidos para volver a vivir una forma distinta de enseñar compartiendo saberes; una experiencia que nunca podría olvidar.