¿Quo vadis Hispania?
“Para huir de la muerte nos amaremos todos, enteros. Para huir de la muerte nos amaremos, sin horario y sin ley, sencillamente para huir de la muerte…” (Pablo Guerrero.)
«En nuestros días, en toda Grecia, la natalidad ha descendido a un nivel muy bajo y la población ha disminuido mucho, de forma que las ciudades están vacías y las tierras en barbecho, a pesar de la ausencia de largas guerras o epidemias. […] Las gentes de este país han cedido a la vanidad y al apego a los bienes materiales, se han aficionado a la vida fácil y no quieren casarse o, si lo hacen, se niegan a mantener consigo a los recién nacidos o sólo crían uno o dos, como máximo, a fin de procurarles el mayor bienestar mientras son pequeños y dejarles después una fortuna considerable. De ese modo, el mal se ha desarrollado con rapidez sin que nadie se haya dado cuenta. En efecto, cuando sólo se tienen uno o dos hijos, basta con que la guerra se lleve a uno y la enfermedad al otro para que los hogares, inevitablemente, queden vacíos. Entonces, al igual que los enjambres de abejas, las ciudades se vacían de su sustancia y se extinguen poco a poco. No es necesario preguntar a los dioses de qué modo podríamos librarnos de esta calamidad. Cualquier recién llegado nos dirá que la solución depende sobre todo de nosotros, y que lo único que tenemos que hacer es alimentar otras ambiciones o, a falta de ellas, aprobar leyes que obliguen a los padres a criar a sus hijos.»
(Reflexiones de Polibio, a mediados del siglo II antes de Cristo.)
Los más recientes estudios sobre la población española demuestran que la natalidad ha descendido enormemente en el último cuarto de siglo, y como consecuencia de ello nuestra población envejece cada vez más, y además hay que tener en cuenta que cada día que pasa es mayor la esperanza de vida, que cada vez la gente es más longeva.
Los habitantes de España somos casi el doble que hace un siglo. A finales del siglo XIX la esperanza de vida era de aproximadamente 40 años, en la actualidad la esperanza de vida es de 87 años en la mujeres y 83 en los varones.
He aquí algunos datos de especial interés:
– En los últimos diez años, en España, las bodas han disminuido un 15%, mientras que las separaciones y los divorcios se han incrementado un 130%. En estos momentos el número de rupturas –entre 125.000 y 130.000 cada año- se acerca peligrosamente al de las uniones matrimoniales –alrededor de 180.000-
– Cada vez es mayor el número de las denominadas “parejas de hecho”, según las estadísticas, en la actualidad son más de medio millón las parejas de gente no casada que, conviven bajo el mismo techo; alrededor del 7% de las uniones…
– Desde que se legalizó el “homonomio” (durante el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, año 2005) el “matrimonio entre personas del mismo sexo”, ya hace tiempo que se superó la cifra de 15.000 bodas entre homosexuales.
– En la última década, ha habido un aumento considerable de parejas cuyos miembros tienen distintos orígenes cultural, geográfico, racial… En los últimos años dos de cada diez matrimonios cuenta con uno de los cónyuges de origen extranjero. En 1999, estas uniones no llegaban al 5% del total. Hoy, son casi el 20%.
– En España se producen entre 4.000 y 6.000 adopciones anuales, de las que la gran mayoría son el extranjero; de cada 100 adopciones apenas 16 son de niños españoles…
– Cada vez es más tardía la edad en que las mujeres españolas deciden traer hijos a este mundo. La edad media está en torno a los 32 años, y además, el 24% de los nacimientos son de madres de entre 35 y 39 años de edad. Hace una década, estos partos apenas superaban el 16%. En 2010, hubo casi 25.000 nacimientos de bebés cuyas madres tenían más de 40 años.
– En los últimos años han nacido en España casi medio millón de niños cada año. 2008 fue un «año récord» con casi 520.000 nacimientos. La tasa de fecundidad, o sea, el número de hijos que tiene cada mujer en edad fértil, ha aumentado de 1,191 a 1,394. El incremento es mayor cuando se trata de mujeres extranjeras.
– En los últimos diez años, casi se ha duplicado el número de madres que trabajan fuera de casa; y se ha quintuplicado el número de madres solteras: en el momento de dar a luz, el 35% de las mujeres no están casadas.
– Entre las mujeres que ya son madres, más de la mitad (el 55%) deja pasar de 1 a 3 años antes de tener al segundo hijo. Además, en la última década se han duplicado los abortos voluntarios. En España, que se sepa, se producen más de 110.000 abortos anuales. En la mayoría de los casos, las mujeres gestantes tenían entre 20 y 29 años.
– En solo diez años, los hogares unipersonales y los que están conformados por dos personas han aumentado un 5%. Hoy en día, los primeros son alrededor del 18% y los segundos cerca del 30% del total. A la misma vez ha bajado el número de casas en las que viven cuatro miembros (del 25% al 20%) y cinco (del 9% al 5%). Los domicilios con seis o más personas se han reducido a la mitad.
– En España existen más de cuatro millones de parejas sin hijos, un modelo cada vez más habitual en los países desarrollados. Las parejas con un solo niño superan el millón y medio, y le siguen de cerca las parejas con dos. En España existen además, en torno a medio millón de familias numerosas oficiales, es decir, en posesión del título de Familia Numerosa, según los datos del Ministerio de Empleo y Seguridad Social.
Aunque haya otros que causen mayor preocupación, se puede afirmar que el principal problema de España es carácter demográfico. Más de medio siglo de “cultura abortista”, equiparable a la mortandad infantil del siglo XVII; la postergación de la maternidad en aras de la competitividad, y el debilitamiento -políticamente inducido- del denostado invento del patriarcado conocido comúnmente como “familia”, tradicionalmente encargado de perpetuar la especie “homo-sapiens”, y de procurar un crecimiento poblacional razonable, han inhibido el crecimiento vegetativo español hasta tal extremo que estamos por debajo del umbral mínimo para que se produzca relevo generacional.
Es de Perogrullo recordar que para que se produzca relevo generacional en el ámbito laboral (y se pueda garantizar el cobro de pensiones de las personas mayores, entre otras cosas) es imprescindible que el número de nacimientos sea mayor que el número de defunciones; pues bien, si tenemos en cuenta la procedencia de los inmigrantes que llegan a nuestro país, oriundos de países inmensamente fecundos como los del norte de Africa y del cinturón subsahariano, por el sur, aparte de los que nos llegan de Hispanoamérica, algunas estimaciones prevén que, para 2040, la mayoría de la población activa española será islámica. ¡Adiós, cristiana, vieja y feminista España…!
Es evidente que la época que nos ha tocado vivir está caracterizada por males tales como el relativismo moral, el hedonismo, el consumismo, y la falta de estima respecto de nuestra cultura, nuestra forma de vida, nuestra civilización en suma; pero el germen del proceso degenerativo, del declive que afecta a España (también al resto de Europa) radica en la criminalización, el linchamiento constante de los valores considerados «patriarcales», en el aplastamiento, la neutralización, e incluso la extinción de lo que hasta ahora siempre se ha considerado “masculino”; a poco que uno hurgue para buscar la causa de la decadencia de la que vengo hablando, acaba concluyendo que está en la “feminización excluyente” de la sociedad española.
Estoy hablando de una suicida carrera hacia el ocaso, en la que la España de la “igualdad de género” tiene el dudoso honor de ocupar el primer puesto de la clasificación.
En el Reino de España la política, o es de género, o no es nada. El eterno farolillo rojo de Europa ha tomado la delantera en la cuesta abajo, y sin frenos.
Además de poseer la tasa de natalidad más baja y las clínicas abortistas mejor reputadas de Europa, poseemos la legislación más disuasoria de todo lo que suene a familia o reproducción. Y vamos a mucho más, más allá todavía en el camino de la estulticia: más políticas de competitividad -aunque sea de cuota- sin su contrapartida de políticas familiares, más abortos y más abusos en el trato judicial de las rupturas de pareja. Nuestra reciente pulsión suicida tiene un poderoso aliado en la ideología de género, cuyo legado más negativo a largo plazo será su contribución a ese cambio irreversible del marco de convivencia español.
A los seguidores de la doctrina denominada “perspectiva de género” -también llamada feminazismo- no les gusta la familia tradicional: un padre, una madre, unos hijos (aún resuenan en mis oídos las palabras de una política socialista diciendo que traer hijos al mundo es cosa de “fachas”) y, sobre todo, no le gusta la figura del padre, al que consideran un potencial maltratador.
Para la ideología de género, que ha trivializado el aborto, la mujer ideal es una mujer competitiva, “tan hombre como el que más”; y la maternidad ideal, la que se inicia con el penúltimo óvulo del ciclo reproductivo o, por milagro de la ciencia, se aplaza hasta la edad de la jubilación.
El marido ideal es un mal menor que comparte las tareas del hogar y la crianza de los hijos, pero de condición prescindible e incluso desechable.
El divorcio ideal es el que pone todos los activos familiares en manos de la mujer y convierte al padre en visitante ocasional de sus hijos. Y, llegado el caso, el arma ideal contra maridos renuentes a irse de casa con lo puesto es la denuncia falsa, propiciada por las leyes de género y las jurisprudencias desvirtuadoras de la presunción de inocencia.
El efecto combinado de tantas singularidades, o mejor dicho aberraciones, es la incitación al divorcio (cuando en cualquier sociedad sensata, tanto el divorcio como el aborto son considerados síntomas de fracaso social y personal) -¿O quizás habría que hablar de “repudio”?- promovido en más del 70% de las ocasiones por la mujer, y la desmotivación de cualquier clase de compromisos familiares y reproductivos.
Inevitablemente, una sociedad que se feminiza, en la que lo masculino es considerado negativo, e incluso moralmente reprobable, que abomina de sus valores, es una sociedad que se debilita, se esteriliza y acaba arruinándose. En España, con el apoyo entusiasta, o cobarde según los casos, de la mayoría de los partidos políticos, y el silencio cómplice de la mayoría de la población, nombre de la igualdad, seguimos construyendo un marco político y legal basado en la discriminación de los varones, y arrinconando los valores en que se asentaba nuestra vitalidad.
La familia tradicional-convencional es considerada cosa chabacana, cosa anacrónica, soez, una zafiedad; y en caso de ser numerosa poco menos que una perversión… Lo moderno, exquisito y refinado es la familia monoparental y monofilial. Si no se ha llegado a ese nivel de perfección y se ha incurrido en vulgaridades como el matrimonio y el divorcio, lo elegante es triturar al padre, a ser posible por la vía rápida y añadiendo ese detalle de buen gusto de la falsa denuncia, retirada después prudentemente para no matar a la gallina de los huevos de oro. La ley lo fomenta, los tribunales lo amparan generalmente de forma entusiasta, la sociedad lo aplaude.
Nuestros ancestros no dudaban en afirmar que «la familia es la célula básica la sociedad», y así nos lo contaron. A los hijos del mayo del 68, la afirmación les producía risa; y –según parece- a muchos de ellos aún les sigue pareciendo algo jocoso. Como siempre ha ocurrido con las civilizaciones que reniegan de los principios que las caracterizan y definen, el final de la historia lo acaban escribiendo otros.