La UE pierde por momentos el atractivo entre los ciudadanos de sus países miembros. Una desafección, que cobra números alarmantes, incluso en históricos miembros del club. Necesitamos una Europa de los ciudadanos, la Unión como como agente de paz y libertad, pasa por abundar en la solidez de una fiscalidad única, una federación real y solidaria. Federación cuyo eje sea su ciudadanía, traducido en la cesión paulatina e irreversible de soberanía política y social por parte de sus socios. Una unidad vigorosa, que atempere la realpolitik con la socialpolítik, buque insignia de lo que debemos entender como europeidad, ahora seriamente amenazada.
La Unión Europea debe llevar implícita una armonía social: lo que comúnmente conocemos como Estado del Bienestar, hoy sacudido, puesto en cuestión. Un Estado del Bienestar que no debe ser confundido con el Estado del todo gratis, inviable, con la solidaridad. En aquel continente sumido en la ruina física y ética que alumbrara el Movimiento Europeo y se gestara el embrión de la actual UE, fracasaron los primeros esbozos de unidad política, fruto del contexto histórico de finales de los años 40 de la pasada centuria. Se avanzó en una unidad comercial, financiera y monetaria interna asimétrica, dejando las ambiciones políticas para mejores momentos. Momentos que nunca llegaron o resultaron fallidos, como su «Constitución». Y en pleno siglo XXI, seguimos sin regular la presencia de los mercaderes en el templo de la democracia.
Que expresiones como «más Europa» dejen de ser escuchadas, como mínimo, con escepticismo por buena parte de los europeos. Desafección acrecentada cuando la ciudadanía palpa que, desde sus propios miembros, se utilizan los comicios europeo como mero termómetro electoral interno, en forma de premios y castigos. Cuando asisten incrédulos, como se catapulta a las instituciones comunitarias políticos mediocres, que lo mismo sirven para ostentar una o más carteras ministeriales que para encarnar el espíritu europeísta. No permitamos el naufragio de ese ideal de progreso, de justicia social, de valores democráticos. Acometamos de una vez por todas la construcción real de instituciones comunes dotadas de poderes legislativos y ejecutivos que trasciendan de egoísmos particulares.
La empresa que soñaron nuestros antepasados, que tomó cuerpo en las Luces con el más vigente que nunca lema revolucionario de las postrimerías del XVIII: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Depositaria de lo mejor de la AntigÁ¼edad grecorromana. Que tomó plena conciencia como comunidad cultural más allá -sin renegar de ella, más bien al contrario- de la Cristiandad. Continuada, en condiciones tan adversas como las padecidas en nuestra Historia reciente. Esta empresa, pese al reto difícil que supone,es la única posible: la Europa de los ciudadanos.