Pasan los días, pasan, pasan los meses, pasan, y uno ya no sabe lo que pensar, escucha esto y aquello, lo otro y lo de más allá, unos dicen blanco, otros negro, para luego cambiar y los que decían negro, dicen blanco y viceversa, en un juego rocambolesco de intereses creados y de posiciones que mantener.
Las decisiones políticas de hoy en día poco o nada tienen ya que ver con el interés general de la sociedad a la que dicen representar los que las ejecutan, y sí mucho, o todo, con la demagogia y mercadotecnia política que garantice una posición de poder. La expectativa del poder ya no es ayudar a crear una sociedad mejor sino seguir manteniendo el poder.
Las reformas económicas sólo llevan un camino, la del propio beneficio, y cuando un político se marcha deja atado y bien atado su futuro y el de sus colaboradores, los principios se van por las cloacas del poder y todos se aferran al clavo ardiendo de defender lo que le dicen sus encuestas internas, sin importar si cuadra con su supuesta ideología.
El modelo económico de Sims y Sargent, ganadores del Premio Nobel de Economía por sus trabajos independientes entre la relación de las decisiones políticas y la evolución de la macroeconomía, trata de ahondar en la explicación de esta extraña relación entre ambas fuerzas sociales aunque se olvidan de un factor fundamental pero complejo de implementación estadística, como es la pérdida de valores de la sociedad.
En las series estadísticas que utilizan los economistas para determinar la relación entre ambos conceptos, se basan en datos históricos, en los que las decisiones políticas tenían un objetivo global, pero mucho me temo que hoy en día las decisiones políticas tienen un objetivo más individual que global, por lo que los resultados de su modelo pueden quedar algo tergiversados por la realidad.