Está de visita en España el presidente de Uruguay, José Mujica. Visita ahora algunas de nuestras comunidades. Luego irá a Roma, y en el Vaticano será recibido por el papa Francisco I. Después ignoro hacia dónde continuará repartiendo sabiduría, sobriedad y “ética de mínimos” por el mundo –como diría Adela Cortina-. Pude verlo y oír alguna de sus bellas e inteligentes frases como esta, que dice algo así como: «durante la vida llevamos encima una mochila de dolor, pero no debemos mirarla continuamente«.
Hecha esta introducción mínima, deseo destacar algunas de las muchas verdades que manifestó este curioso personaje, aparentemente sincero, de agradable conversación y cara bonachona, algo escasamente puesto en práctica por la mayoría de gobernantes del mundo. Sus comentarios siempre desnudos y sin carga de frivolidad me sorprendían, y no digo esto esto solo por ser algo absolutamente humano y normal, sino por la grandeza de sus obviedades “tan profundas”.
José Mujica siendo presidente de un pequeño país con poco más de 176 000 kilómetros cuadrados, 2 350 000 habitantes en 2011 y un paro del 5,5 %, ha puesto las bases de su mandato. Y me llenó de asombro, a la vez que de alegría, ese impresionante don de la palabra sencilla, lejos de los circunloquios de la rama torcida que nunca pudo llegar a ser tallo, tantas veces usadas por otros mandatarios contemporáneos suyos. Con la honradez como principio fundamental, ha trabajado siempre para que sus ciudadanos sean felices el mayor tiempo posible de sus vidas. «El hecho de vivir mejor, -dice su presidente- no consiste en tener más, sino en ser más felices«, que invirtiendo la frase, tomada del dicho popular, «viene a decir que no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita”.
Pero, abolido el trueque como medio de cambio, el dinero es algo que se necesita para comprar alimentos, medicinas, libros… Solo que, si se abusa acumulándolo ansiosamente, se convierte en tóxico. Y no se siembran lechugas, se roba dinero. Por lo que es fácil entrar en la terrible vorágine de esta cultura. Somos testigos de que, de pronto, el mundo se ha llenado de brokers. Y la avaricia es casi tan mala como el cáncer. El egocentrismo, la opulencia, en definitiva. Aunque para muchos el dinero es solo un sueño, mientras otros hacen lo imposible por conseguirlo. De ahí, los numerosísimos casos de latrocinio, corrupción a mansalva, grandes casas, lujosos yates cruzando el aire de la prevaricación, viajes derrochadores, comidas caras y burbujas a precios prohibitivos…
¿A dónde lleva este pavoroso proceder, infernal e insolidario? La ambición desbordada de “ser más”, de “querer más”, “de tener agallas para robar el hambre de los pobres”, y todo, para satisfacer la avaricia. ¿Gastar más para sentirse feliz? ¿Y quién se cree esa bobada? Ante ese derroche para alcanzar la felicidad, el mandatario uruguayo se posiciona diciendo que él es feliz llevando una vida sobria: sin servicio, y viviendo en una casita, vieja, de 45 metros cuadrados, comiendo en cualquier chiringuito, como la mayoría de la gente, sin pizca de parafernalia ni indigna ostentación. Y cuando vuelve a su modesta casa, pone el pensamiento en las personas más necesitadas, a las que hay que dale solución a sus problemas. Y mientras camina, habla con los que se cruza en su camino, como la cosa más natural del mundo.
José Mujica no ha llegado a la política para tomar sino para dar; no ha entrado en política para desangrar a su país, sino para darle vitalidad, para hacerlo más próspero, que la gente tenga un jornal decente y sea feliz. Esos son los que en el día de la selecciones pensaron en él. Pues Pepe Mujica no ha ido a la política buscando dinero, sino con el solo propósito pensar en sus conciudadanos como lo que son: seres humanos.
José Mujica (Pepe Mujica, para la mayoría) quizás haga todo esto porque él sabe muy bien lo qué mata el dolor (guerrillero, retenido en un zulo, cárcel, persecución, hambre…
Sí: un hombre de 78 años. Qué hermoso espejo en que mirarse cada día y pensar como él. Oyendo un corazón sin ánimo de lucro.