Al igual que la leyenda nos cuenta la ingente cantidad de aviones y de barcos desaparecidos en esta área geográfica delimitada por Puerto Rico, Bermudas y Fort Lauderdale (en Florida, Estados Unidos), la realidad nos certifica la inconmesurable cantidad de dinero público, del tuyo y del mío, que se ha disipado entre las manos de los dirigentes políticos de las regiones y del real miembro sobrevenido.
Parece que cualquier caso de corrupción que se destapa en este país tiene un único denominador común, todo huele a podrido en Valencia y Mallorca, y el caso de que Urdangarín se llenara los bolsillos a nuestra costa en estas mismas zonas no hace sino convertirlo en un escándalo aún más insostenible.
Porque ya no es tanto el hecho de que un tipo con moralidad nula o de personalidad disipada, como parece ser Urdangarín, en función de que sea culpable o inocente, respectivamente, ni tan siquiera que unos políticos venidos a más desde lo más insignificante de su capacidad intelectual convirtieran sus gobiernos en reinos de Taifas, sino que el mayor de los problemas es que todos los excesos se produjeron con dinero público, un dinero que, mucho me temo, nunca aparecerá.
Y es que la justicia debería de ir un paso más allá, ya no es tanto el hecho de conseguir que los corruptos den con sus huesos en la cárcel, que también, sino lograr que devuelvan todo el dinero que robaron, hasta el último céntimo, siempre, y más en una situación de crisis como la actual en la que todos nos tenemos que ajustar el cinturón mientras que un grupo de iluminados se han asegurado la jubilación a nuestra costa.