Alemania, o mejor dicho, Merkel, o mejor aún, el partido al que representa, insisten en la cantinela de que están cansados de pagar la factura de los excesos de sus socios de la Unión Europea, pero no dicen, o no quieren decir, que gracias a estos mismos socios han conseguido acelerar su ritmo de crecimiento económico durante los últimos años, pudiendo exportar a precios irrisorios en un escenario propiciatorio para la eficiencia de sus empresas.
Ello está provocando que los ciudadanos alemanes, al menos los que votan la opción de Merkel, se encuentren en una situación de aversión casi absoluta hacia la Unión Europea, o más concretamente, hacia los socios del sur, porque entienden que ellos, los alemanes, están trabajando mientras que los otros, los europeos del sur, nos dedicamos a vivir la vida.
Bien haría Merkel en marcharse por donde ha venido y dejar vía libre a los socialistas, con un proyecto europeísta más ambicioso, conscientes de que la única solución viable en este mundo globalizado es avanzar en la integración y no el intentar imponer sus condiciones contra todo y todos, porque no podemos olvidar que la obsesión alemana por la inflación está condenando el crecimiento de la zona Euro.
Porque Europa necesita crecimiento, y para ello requiere estímulos económicos desde el sector público, ¿con riesgos inflacionistas?, sin duda, pero ¿teme los efectos secundarios de un medicamento un moribundo? Se necesita una modificación inmediata de los estatutos del Banco Central Europeo, que éste pueda comprar deuda directamente de los países con problemas, no tener que esperar a las situaciones límite de los mercados secundarios, y constituir un Tesoro Europeo que pueda emitir deuda, los llamados Eurobonos.
Unos Eurobonos que igualarían la competitividad de las empresas europeas, algo que, evidentemente, no interesa a Alemania, porque el diferencial del tipo de interés que pagan unos países y otros en su deuda repercute directamente en el interés que tienen que pagar las empresas para financiarse a todos los niveles, lo cuál afecta, como no podía ser de otra manera, en su competitividad.
Pero Merkel dice que no, dice que no a todo, y ello condena a Europa, y a Alemania también, porque la segunda no es nada sin la primera, por mucho que se empeñe. Por ello, váyase, Sra. Merkel, deje de incordiar y permita que Europa pueda recuperarse de una vez por todas.